El extraño vuelo sobre el valle
24/X/2019
Estaba sentado en la esquina de una mesa de madera gruesa con más de dos siglos de antigüedad. La estancia tenía más de tres metros de altura y una pequeña chimenea al fondo que calentaba el lugar aislándola del frío del exterior.
Era una dura noche de invierno. Y la tempestad no era percibida debido a las gruesas paredes de piedra con las que estaban edificadas las paredes de aquel pequeño castillo.
Frente a él, una figura delgada de casi metro ochenta de estatura. Su nariz era aguileña y una barbita en punta era dibujada bajo su mentón. Portaba ropas oscuras y bastante viejas.
Era su anfitrión. La misma persona que le había recogido una hora atrás mientras estaba en mitad de la nevada que caía.
Le ofreció una especie de té caliente para que se recuperara. Había sido un milagro que apareciese. Y lo hizo sin ayuda de instrumento alguno o animal. De la misma forma le acompañó a aquella morada que parecía estar en mitad de La Nada.
Sus ojos eran saltones y brillantes con un tinte rojo. Tenía manos largas y finas, pero fuertes al mismo tiempo. Fue acercándose a él y colocó su mano derecha sobre su hombro izquierdo tratando de tranquilizarlo.
Podía sentir la antigüedad de la morada mientras el individuo iba hacia el fuego para avivarlo un poco. Ahí ladeó su cuello tratando de desentumecerlo. Escuchó unos ligeros chasquidos y vio que frotaba sus manos dándoles calor.
Entonces, se acercó otra vez a él. Ahora pudo contemplar su cara con más detalle. Tenía una cicatriz en su lado izquierdo. Iba desde su oreja hasta la mitad de su mejilla con forma de Luna Menguante. Su sonrisa dejaba ver unos dientes blancos con unos caninos extrañamente afilados. El sujeto le acarició la cara y quedó adormecido.
Se inclinó sobre su cuello y apretó los colmillos. No sintió dolor. Sólo un placentero pinchazo que iba intensificándose a medida que oía el latir de dos corazones. El placer fue incrementando a medida que duraba aquel momento. Le pareció que volaba y veía aquel lugar desde las alturas. Estaba cubierto completamente por la nieve.
Continuó volando. Era una sensación muy agradable. Se dirigía hacia la cima de una montaña que veía a lo lejos. Y al ir acercándose la sensación de libertad iba creciendo. Llegó, y se posó. El viento era fuerte y frío, pero no le afectada. El valle que veía estaba siendo embestido por aquella tormenta de una manera brutal.
Entonces, despertó en una cama. No sabía cómo había llegado allí. Se miró en un espejo. Su rosto estaba blanco y unas enormes ojeras rodeaban sus ojos. Dos minúsculos puntitos aparecieron en su cuello.

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