La forma en la que Firulais invertía su tiempo

25/VIII/2020



Firulais tenía una curiosa costumbre. Siempre que volvía de su paseo del mediodía se sentaba delante del ordenador. Ponía música y veía monólogos de humor de cualquier artista dedicado a ese ámbito artístico. Su cuenco de agua lo colocaba en el lado izquierdo de la pantalla porque era diestro. De esa forma no corría peligro de derramar el líquido mientras manejaba el ratón.

Justo ahí, junto a la pata con la que usaba el aparatito que había adoptado el nombre de ese diminuto roedor, había un pequeño plato morado donde estaba un sandwich. Normalmente solía ser de pechuga de pavo. Y lo aderezaba con mostaza y salsa brava, además de unas gotitas de tabasco.

Mientras iba dando minúsculos mordiscos a su tentempié recuperaba fuerzas a la par que miraba los correos que había recibido. También la serie de notificaciones de las distintas redes sociales en las que estaba dado de alta. Todo esto le solía llevar media hora, el tiempo justo para poder saborear tranquilamente el aperitivo.

Acto seguido, y ya finalizada esa curiosa rutina, se servía un té helado con mucho hielo mientras iba desternillándose con los monólogos de los distintos comediantes. Después de estar más o menos una hora disfrutándolos los quitaba y ponía un poco más alto el volumen de la música que le había acompañado en esos momentos de algarabía y desenfreno de ingenio humorístico.

Entonces abría una serie de aplicaciones deportivas con las que hacía ejercicio. Las iba alternando. Las tenía programadas de tal forma que nunca se mezclaban los mismos ejercicios de ellas. Hacía esto cinco días a la semana y descansaba dos. Consideraba que ese era el tiempo que necesitaba su cuerpo para recuperarse. Normalmente, ejercitaba su físico durante hora y media dos veces al día.

La primera tanda era nada más levantarse y siempre de forma leve. Su ritmo pausado y con el tiempo necesario con el que desperezar su cuerpo. El de la tarde era más duro e intenso. Unas constantes series de 'sprints' a máxima velocidad que combinaba con un suave trotar para recobrar el aliento.

A continuación, cenaba no sin antes beber casi un litro de agua. Solía ser un exquisito manjar que consistía en el rico pienso que había en la despensa. Esto lo acompañaba de alguna infusión que le ayudaría a conciliar el sueño. Dormía siempre de un tirón.

Cuando se despertaba salía a la calle. Hacía otra vez sus necesidades y volvía a casa, encendía el ordenador y llevaba a cabo sus quehaceres diarios después de desayunar un tazón de leche con galletas. Así pasaba la mañana, completamente ocupado, hasta la hora de comer. Luego llegaba la hora de dar otro paseo. Firulais era un cánido muy aplicado.

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