El ocaso de la lengua común
Los ojos le dolían. Así que, después de frotárselos un poco con tal de aligerar el malestar, dejó el libro que estaba leyendo. Se quitó las gafas y las introdujo en el estuche que llevaba en el bolsillo derecho de la bata que vestía. A continuación, contempló el fragor de las llamas que había en la chimenea que tenía enfrente. También al viejo pastor alemán acostado a su vera. "¿Sabes? Cuentan que, hace mucho tiempo, todos los seres de la creación compartíamos el mismo lenguaje".
Estas palabras iban dirigidas a su nieta. A sus 27 años estaba acurrucada en el otro sillón habido en la sala de estar. Había ido aquel fin de semana a la cabaña familiar que tenían en mitad del monte. Y lo hizo con tal de evadirse de la rutina diaria. Pero, aun así, llevaba más de dos horas ultimando unos detalles del trabajo. Para ello, usaba un ordenador portátil que estaba encima de una mesita. Y esta la tenía sobre sus piernas. Al oír lo que el anciano le comentaba, dejó lo que estaba haciendo y fijó su mirada en él. "¿Ya vas a contarme otra de tus historias?".
- No, no es una de esas a las que soléis llamar «batallitas». Pero, si no te apetece, lo dejaré para otro día.
La chavala suspiró. Y por un momento pareció que la ira estaba apoderándose de ella. "No es eso, todavía me falta un poco para acabar". Desde donde estaba, el anciano vio cómo hacia una serie de movimientos que le llevaron a la conclusión de que estaba guardando su tarea. "Pero no me vendría mal un pequeño descanso; puedo seguir luego. Incluso mañana. Tengo bastante adelantado".
- ¿Y no será mejor que lo termines? Puedo esperar...
- No, anda. En serio. Un descanso me va a venir bien. ¿Quieres un café o un chocolate?
- Mejor una infusión de té. Los otros me alteran demasiado. Quiero tener la mente despejada.
- ¡Pero el té también te va a poner cardíaco!
- Anda, hazme caso, aunque sólo sea por esta vez...
- ¡Dios, qué cabezón eres! El que te gusta es el rojo, ¿verdad?
- Sí...
Nada más decirle esto, la joven fue a la cocina. Cogió un sobre que estaba en una cajita dentro de uno de los armarios y lo metió en una taza. En ella vertió agua del grifo y la introdujo en el microondas. Un minuto después, la bebida estaba lista. Usando un pequeño plato como base, se la llevó. "Gracias, hija".
- Deja de darme las gracias. Y ahora cuéntame la historia.
- Cuando erais pequeños no protestabais cuando iba a hacerlo. Os ponías como locos. Hasta os peleabais por estar cerca de mi. Os sentabais en corrillo delante mío. Tú y tus primos.
- Bueno, pues esta será una ocasión perfecta con tal de rememorar aquellas tardes y noches.
- ¿Seguro que quieres escucharla?
- Que sí... anda, empieza...
Dejó escapar una pequeña sonrisa. "Qué lastima que el medico me prohibiera fumar; me aligeraba las ideas".
- Eso no te lo crees ni tú. Ve bebiendo el té poco a poco. Y ten por sentado que no te voy a dar ningún cigarro.
- Lo sé, lo sé....
- ¡Venga! ¿Qué esperas? Empieza...
- Voy, voy...
Entonces, cogió aire y volvió a fijar su fijar en las llamas del fuego habido en la chimenea. De repente, y aunque en un principio parecía que las palabras se le atascaban, comenzó su relato.
***
"Fue en los días en que las personas y el resto de seres de la naturaleza vivían en armonía. Por no existir, no existía ni la maldad o la avaricia. Ni siquiera los perros. Pero sí los lobos. Y con estos teníamos una estrecha relación. Solíamos pasear juntos. Ya fuera de día o de noche. Y nunca sentíamos frío. Tampoco calor. Y el hambre era una sensación que carecía de palabra que la describiese porque nunca nadie la había padecido.
"La compenetración con ellos era perfecta. Sobre todo en las noches oscuras. Nos ayudaban a distinguir lo que alrededor nuestro había. Y esto fue determinante en lo que voy a contarte. ¿Por qué? Porque, sin saber cómo, unos pocos comenzaron a desear poder ver igual que ellos. Y a esa sensación la comenzaron a llamar «envidia».
"Pasó lo mismo con su velocidad. Y con la habilidad que tienen los conejos y las liebres. A ninguno de ellos lograban ganarles cuando hacían competiciones. Siempre salían derrotados. Así que decidieron convencer a los lobos de que los retuvieran en mitad de las carreras. Les costaba. Pero muchas veces lo conseguían.
"Quizás sea adelantarme, pero con el paso del tiempo a eso le llamaron «embaucar». Así fue que fueron imponiéndose una y otra vez. Hasta que llegó el día en que esas dos especies se dieron cuenta de lo que sucedía. Protestaron. Pero su acción cayó en saco roto. Y a raíz de ello surgió lo que habrían de tildar de «discusión».
"Y aunque tampoco había palabras para ello, nos acusaban, tanto a nosotros como a los lobos, de «traidores». Esto fue acuñado mucho tiempo después. Todos sus argumentos eran rechazados afirmando que no tenía sentido lo que decían. El «sinsentido» tomó forma en aquellos instantes.
"Y aunque nadie comprendía qué era lo que estaba sucediendo, la situación fue subiendo de tono hasta caer en saco roto. Viendo que no iban a lograr que liebres y conejos cejaran en su empeño, esas personas ordenaron a los lobos que les atacaran.
"Al principio, estos no sabían qué hacer. No entendían qué les querían decir con ello. Pero, al ser azuzados, algo en su interior comenzó a moverse. Este era el «orgullo». Y les fue contagiado desde nuestras mismas entrañas. Ni siquiera intuían que algo así pudiera existir. Y quizás por ello estaban tan indefensos ante semejante situación.
"Cayeron sobre ellos. Fueron directos a sus cuellos. Fue ahí que por vez primera probaron la sangre. Y la experiencia del orgasmo. Nuestros antepasados, al verlo, sonrieron. «Venid aqui», les ordenaron. Obedecieron mientras les llevaban sus presas entre las fauces. A aquello le llamaron «cacería».
"Un silencio abrumador recorrió la zona y los alrededores. E igual que un eco fue propagándose lo sucedido. El resto de animales miraba la escena. ¿Qué había pasado? ¿Cómo seguirían adelante ante algo que no comprendían, pero que, en el fondo, sabían que había provocado el fin de todo lo que conocían?
"Los humanos encendieron un fuego. Y esto era algo que estaba al alcance de todos. Sus fiestas las hacían alrededor de las hogueras. Y eran los mismos árboles quienes suministraban el material, además de encargarse de cuidarlos. Incluso fueron ellos los que les enseñaron su secreto.
"Entonces, les ordenaron a los lobos que pusieran las presas sobre las llamas. Ahí fue que descubrieron la cocina, pero también lo que después sería la «avaricia». Y es que tras probar la carne, y no darles nada, les exigieron que fueran a por más animales. Estos, que estaban presenciando la escena, optaron por marcharse. El verbo «escapar» tiene ahí su origen.
"Miles de animales cayeron bajo sus afilados dientes. Tantos que casi acaban con la mayoría de ellos. Pero nunca recibieron nada. O casi nada. Sólo los míseros huesos de las sobras mientras aquellos humanos se daban un festin tras otro.
"Y claro, esa servidumbre recién descubierta no podía durar mucho tiempo. Algún día tenían que explotar. Así fue que sucedió dándose la primera «rebelion». Aquellos humanos perecieron ante las mandíbulas de los que habían esclavizado. Fue un ataque brutal y despiadado. Ni se enteraron de lo que pasaba.
"Fue entonces que aquellos lobos comenzaron a hacer lo mismo que habían padecido. Usaban a otros de su especie y ocupaban el lugar de esos humanos. Pero esta vez la rebelión fue del total del resto de animales. Aunque hubo una diferencia: les dejaron con vida.
"Fue una decisión que tuvo su origen en los seres humanos que quedaban. Los demás animales y plantas estuvieron de acuerdo. Sufrirían un castigo. Pero aquella comunidad de lobos sufriría una transformación: se convertirían en perros.
"La naturaleza ya no era lo que era. A consecuencia de aquellos actos todos se consumían entre ellos. Pero debía de haber un orden y equilibrio. Y esto partió también desde el Homo Sapiens. Se había convertido en la especie dominante. Por lo que, en recompensa por arreglar la situación, obtendrían el favor y servidumbre de los descendientes que habían causado tanto mal.
"Pero deberían lidiar con los pecados de sus congéneres. Estos podían volver a aparecer en cualquier momento como si de una enfermedad se tratara. Así que decidieron trasmitir lo sucedido a las generaciones posteriores mediante lo que llamaron «educación».
"Sería que aquellos males volvieron a hacer acto de presencia. Y, aunque lo combatieron, empezaron a comprender lo que era la «religión». O por lo menos el daño que produce cuando alguien toma decisiones en nombre de ella. Y los perros, aquellos que eran descendientes de los lobos corrompidos, estaban siempre presentes en cualquiera de los bandos como fieles sirvientes.
"He ahí que, entre batalla y batalla, litigio y litigio, guerra tras guerra, el hombre olvidó el lugar del que venía. Y con ello la lengua que unía a todos los seres de la tierra. Pero siempre tuvo al perro a su lado. Ese sería su castigo por no romper con el mal que había presenciado. Por seguir su estela. Por ello, cada vez que fueran a la naturaleza, y vieran a los lobos que eran libres, sentirían la pena en su corazón y no podrían expresarlo.
"De lejos, los seres naturales los mirarían. Y les darían la espalda pues no pertenecen a lo natural. Al igual que nosotros. Somos criaturas condenadas por el deseo de posesión hacia las demás especies. Y esto lo trasladamos a la nuestra propia. Y los perros".
***
El anciano dio el último sorbo a té. Miró al pastor alemán y le acarició la cabeza. Este lamió su mano pareciendo devolverle el afectuoso gesto. Después, volvió a fijar la atención en el fuego de la chimenea. Su nieta lo analizaba detenidamente. Le encantaría saber qué era lo que por la cabeza se le estaba pasando. De repente, oyó el maullido del gato. Parecía provenir del piso de arriba. "¿Y ellos? ¿Qué pasa con ellos?”. El anciano soltó una sonora risotada al escuchar exigencia. "Vaya, así que quieres escuchar más, ¿no tenías que terminar lo del trabajo?".
- Ya, pero es que hay cosas que no me cuadran. Hay demasiados cabos sueltos. Ellos también tienen que tener su lugar en la historia. También son nuestras mascotas.
- Si eso ya te lo cuento mañana, u otro día. Estoy muy cansado. Es hora de que vaya a dormir.
- Eso es que no tienes ni idea del papel que tienen.
- No, hija, no. Lo sé perfectamente. Pero ahora tengo que descansar.
Fue levantándose poco a poco del sillón con tal de ir a la cocina para dejar la taza en el fregadero. "Mañana te lo contaré, ahora tengo que ir a dormir". En cuanto dijo esto la dejó sola en la sala. Ella le observó marchar con paso lento, pero seguro. Tras dudar un poco, apartó la mesita con el ordenador y fue a mirar por la ventana. Sí, lo mejor es que fueran a descansar. Mañana seguirían. Notó la tremenda claridad de aquella noche. Había Luna llena, y esta era lo que lo provocaba. Bueno, la luz que del Son reflejaba.
De repente, a lo lejos vio una figura y se sobresaltó. Parecía un lobo que miraba dirección a la cabaña. Y a su lado había otra más pequeña. ¿En serio era aquello un gato? Sí, debía ser un montes. Ambos dirigían su mirar hacia el edificio. ¿Qué estarían tramando? Se quedaron así un buen rato. Unos cinco minutos, quizás. Después, dieron media vuelta y desaparecieron entre las sombras.

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