"Las hadas son como los Ángeles de la Guarda"
(II)
De repente, su conversación fue interrumpida por un sonido lejano. Parecía una voz llamando a alguien. Guardaron silencio. El hada, mostrando un claro signo de inquietud, le dijo a Lucía que no contestara. Esta no dijo nada. Estaba tratando de discernir quién era. De nuevo, volvieron a escucharla. "Es mi mamá, me está buscando".
- No, esa no es tu madre. Cállate. No sea que nos vaya a encontrar...
Volvieron a oír los reclamos hacia Lucía. La voz parecía nerviosa y preocupada. Trasmitía una sensación de angustia mezclada con pena. "Que sí, que es mi mamá. Tengo que ir donde ella", comentó la niña entre susurros.
- No, no le hagas caso. Esa no es tu mamá. Es otra cosa. Por ahora tienes que quedarte aquí hasta que pase el peligro...
- ¿De qué hablas?
Justo entonces, una mano apareció debajo de las sábanas que guardaban a Lucía y al hada. Fue extendiéndose hasta agarrar a la niña de su pierna izquierda. Comenzó a arrastrarla hacia el exterior de la tienda de campaña que habían improvisado.
Mientras trataba de aferrarse a la manta con tal de frenar la acción que de allí la estaba sacando, Lucía comenzó a gritar. Pero no en señal de resistencia, sino de miedo. Por el pavor ante lo que veía delante suyo.
El hada cambió el tono de su rostro. Este, que hasta entonces había sido amigable y angelical, fue tornándose rabioso y lleno de maldad. Su piel pareció ir pudriéndose hasta mostrar unas escamas grisáceas de las cuales salía un líquido viscoso. Sus dientes fueron afilándose de tal forma que su dentadura se tornó una sierra. Y los ojos, anteriormente llenos de calma y dulzura, adquirieron una silueta felina que únicamente irradiaba maldad. Pasó igual con sus orejas. Ahora eran puntiagudas y deformes. Y fue perdiendo todo el cabello.
Pero antes de que pudiera ver finalizada aquella transformación se encontró sobre el suelo de su habitación. Delante suyo estaba su madre. Lloraba. Tenía unas ojeras enormes y parecía haber envejecido veinte años. Hasta su pelo había encanecido. "¿Dónde estabas? Te hemos estado buscando durante una semana?".
- Pero mamá... si sólo he estado diez minutos con mi amiga el hada...
- ¿Hada? ¿Qué hada?
- La que vive debajo de mi cama. Hemos estado jugando a las acampadas...
- ¡¿Qué?!
(I)
La mujer observó a Lucía. Estaba pasando el rato con unos coches en miniatura. Hacía que estrellaran entre ellos en una competición por ver cuál aguantaba en pié. "¿Tienen normas o pueden hacer lo que quieran?", le preguntó.
- No, pero si alguno se queda sin gasolina también pierde.
- Vaya, ¿y cómo se te ha ocurrido?
- Me lo contó una amiga.
- ¿Alguna del colegio?
- No, el hada que vive debajo de mi cama.
- Vaya, ¿y cómo se llama? Tendré que conocer a sus padres...
- Dice que no tiene, pero que si algún día quieres te la puedo presentar...
Su madre se sorprendió ante aquella ocurrencia. Aun así, sonrió. Que los niños tuvieran amigos imaginarios era normal, pero le gustaría saber más sobre el hada. "Bueno, te propongo una cosa".
- ¿Y qué es?
- Dentro de cinco minutos vamos a ir a cenar. Después, cuando acabemos, me la presentas.
- Vale, no creo que tenga ningun inconveniente.
- De acuerdo. En cuanto te llame, vienes.
- Vale, mamá.
La mujer dejó la habitación y fue a la cocina. Allí estaba su pareja ultimando los detalles. "Ve a buscarla en cuanto esté todo listo", escuchó que le decía a su papá. Y lo hizo afinando el oído. Estaba deseando que llegara ese momento. Aunque fuera sólo un ratito podría jugar y conversar con su amiga. Y esta fue saliendo poco a poco del escondite que tenía en uno de los costados bajo la cama.
Era diminuta. Quizás no llegaba a los 50 centímetros de altura, aunque su cuerpo era esbelto. Incluso le recordaba a Campanilla. Pero esta le dijo que ese no era su nombre. Era Bethany. "Pues eres igualita a ella", le dijo cuando hicieron las presentaciones. "No, ella es parecida a mi". Aquello le hizo mucha gracia y rió con ganas.
- ¿Has ido alguna vez de acampada?-, le comentó nada más salir de su rincón.
- No, pero me han dicho que iremos. Tiene pinta de ser bastante divertido.
- Pues es muy sencillo. Sólo tenemos que meternos bajo las sabanas y poner algo que las sujete. Y así tendremos nuestra tienda.
- ¿Quieres ir de acampada ahora? Enseguida voy a tener que ir a cenar.
- Sí, ¿por qué no? Ven, vamos. Además, te contaré una historia.
Fueron hacia allá. Lucia cogió el palo de la escoba que tenía en la habitación. "Quizás es demasiado grande".
- No, es perfecto. Lo pondremos de lado y ya está.
- Vale.
Una vez dentro, Bethany suspiró. "Bien, ya estamos a salvo. No correremos ningún peligro".
- ¿Cómo? ¿Qué quieres decir?
- ¿Has oído hablar de los trolls?
- No.
- Son criaturas malignas. Se alimentan de nosotras para conseguir seguir siendo jóvenes porque somos inmortales. Y ellos son seres impuros y putrefactos. ¿Sabes qué quieren decir esas palabras?
- Sí, una vez me lo explicaron.
- Bien. Pues necesito tu ayuda. También la de tu papá y mamá. Hay uno cerca de aquí y viene detrás mío. Tenemos que tenderle una trampa. Hay que echarle de esta casa.
- ¿Cómo? ¿Está aquí? ¡Nunca lo he visto!
- Son seres muy silenciosos. Sólo aparecen cuando van a acabar con su presa. Y para ello hacen que los niños les cojan confianza. Fingen ser sus amigos y, cuando menos se lo esperan, acaban con ellos y el hada que guarda su hogar.
- No lo entiendo.
- Las hadas son como los Ángeles de la Guarda. Buscan que una casa sea un sitio seguro y hacen todo lo que está en sus manos por sus inquilinos.
- ¿Y qué es lo que pasa si un troll acaba con el hada?
- Convierten la vivienda en un infierno en miniatura. Parte de los males del mundo pasan a habitar en ella y se convierte en una casa encantada. Nada de lo que entra vuelve a salir.
- ¿Qué podemos hacer?
- Tenemos que idear un plan. Por eso tengo que hablar con tus padres. Menos mal que tu mamá quiere conocerme. Eso hará las cosas más fáciles.
- ¿Y tenemos que esperar hasta después de cenar? ¿Por qué no se lo decimos ahora? ¡Fijo que se les ocurre algo!
- No, por ahora vamos a seguir así. No vaya a ser que el troll intuya que estamos tramando algo.
- ¿Crees que nos puede estar escuchando?
- No, con mi magia estamos protegidos. He hecho un conjuro para que nada de lo que hablemos aquí pueda salir fuera.
Ahí fue que guardaron silencio. Les pareció oír algo. Tal vez una voz que llamaba a alguien.
(FINAL)
- Cariño, cariño, ¿de qué estás hablando? ¿Dónde has estado? Nos hemos vuelto locos durante todo este tiempo.
Abrazó a Lucía. Lo hizo con tanta fuerza que le hizo daño. "Mamá, para..." Pero siguió haciéndolo mientras lloraba. "Tu padre... tengo que llamar a papá, tiene que saber que estás bien".
Pero un crujido que provenía de la cama la hizo palidecer haciendo que sus ojeras fueran aún más visibles. Lo mismo pasó con las arrugas que hasta hace poco no había en su piel. Cuando dirigió su mirada hacia el lugar del que provenía el sonido un grito se le atascó en la garganta.
Las sábanas estaban alzándose en dirección al techo adquiriendo una forma picuda. De repente, escuchó la forma en que iban rasgándose. De ellas, una criatura verduzca que le recordaba a un reptil fue apareciendo.
Sonreía de forma malévola. Y la baba surcaba un rostro presidido por una afilada dentadura. "Bien, bien, os tengo aquí... qué pena que no esté tu papá, pero puedo esperar un poco más... lo he hecho durante tanto tiempo..."
Terminó por romper del todo las telas y fue bajando al piso. Sus pies tenían cuatro dedos y unas tremendas garras negras. Lo mismo dibujaban sus manos al final de unos pequeños, pero poderosos, brazos. "Dime, Lucía, ¿sabes quién soy? ¿Sabes qué soy?".
- Mamá,... eso... ¡eso es un troll!
- ¡¿Un qué?!
La criatura rió. Y su risa era estridente y cortante. Tanto lo era que la madre tapó los oídos de su hija con las manos. "¿Qué quieres de nosotros?", preguntó con una voz entrecortada por el pánico.
- ¿Acaso no lo sabes? ¿No eras tú la que quería conocerme? Me gustaría poder decir que vamos a ser buenos amigos, pero necesito recuperar fuerzas. Y con ella mi belleza. Es tan complicada toda esta fealdad... ¡Malditas Hadas!... ¡Qué miserables son por tenerlo todo y no compartir nada!
- Sabes que eso no es así...
Al oír esto, el troll guardó silencio. Enfrente suyo apareció una figura brillante y esbelta. A Lucía le volvió a recordar a Campanilla. Y esta las miró mientras una afable sonrisa brillaba en su rostro. Pero, de repente, su semblante se tornó serio y volvió a dirigir su mirada hacia el troll.
- Bien sabes que sólo sois una maldición. Unas criaturas salidas de nuestras propias entrañas por las malas artes de los duendes. Y que debes volver al lugar del que saliste.
La criatura emitió un sonido aterrador y cortante mientras le mostraba los dientes. "¿Y? ¿Qué es lo que vas a hacer?"
El hada suspiró y volvió a dirigir su atención a las aterradas figuras de madre e hija. "Nada, sólo ofrecerte amor y comprensión", contestó al fijar de nuevo su interés en la criatura.
Comenzó a caminar hacia ella mientras esta cambiaba su postura a una de ataque. Pero a medida que iba acercándosele empezó a tiritar de miedo. "No, no te preocupes, no va a dolerte. Sólo vas a volver a casa".
Cuando estuvo a diez centímetros de él, extendió su brazo derecho y le acarició el rostro. Unas lágrimas fueron surcando su cara mientras su fisonomía volvía a ser la de una dulce hada. "Vuelve, vuelve a mi", le susurró.
Lo que hasta hace poco había sido un troll sonrió. Y su sonrisa era tierna y amable. Reflejaba inocencia. Pero su imagen fue desapareciendo. Estaba haciéndose una con el hada. "Ya está, ya has vuelto a sentir calor". Al decir esto, una fina capa de polvo brillante cubrió la habitación.
- Son buenos augurios. Vuestra casa va a estar protegida. No tenéis nada por lo que preocuparos. En cuanto me vaya, todo volverá a la normalidad. Esta semana habrá desaparecido. Y no recordaréis nada. Será como un retroceder en el tiempo envuelto en la amnesia. Pero de ello nada sabréis.
- ¿Qué quieres decir?-, preguntó la madre.
- Nada. No te preocupes.
Se despidió de ellas con la mano y fue hacia la parte inferior de la cama. Entonces, otro remolino de polvo brillante presidió la estancia mientras se abrazaban.
(EPÍLOGO)
La madre observaba a su hija. Esta estaba sobre la alfombra del suelo de su habitación mientras jugaba con unos coches en miniatura. "¿Quién te ha enseñado ese juego?".
- Bethany, una amiga del colegio.
- Vaya, no la conozco.
- Empezó la semana pasada. Es nueva. Dice que le gustaría venir a jugar a casa.
- Bueno, pero antes debería hablar con sus padres, ¿no te parece?
La niña se levantó y fue hacia donde estaba su mochila. La abrió y sacó uno de los cuadernos. En él tenía guardado un trozo de folio con un número de teléfono escrito en él. Se lo entregó a su madre. "Toma, me lo ha dado hoy".
La mujer miró el cacho de papel. El prefijo correspondía a la zona en la que vivían, por lo que su casa no debía estar muy lejos. "Bien, luego llamaré, pero antes hemos de ir a comer. Anda, recoge y vamos. Papá llegará en una hora".
- Vale.
En cuanto la niña guardó los juguetes agarró a su madre de la mano y fueron a la cocina. Debajo de la cama unos brillantes ojos aparecieron mientras las observaba. El eco de una risa siniestra ocupó la habitación. Pero ellas no la oyeron.

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