Retales (y algo más) de un diario ocasional
10/X/2019
El silencio es palpado en la mañana mientras el motor del transporte público resuena cuando el sonido de la naturaleza se despereza a lo lejos. Su sonido puede escucharse también en los asentamientos del ser Humano: sus aldeas, pueblos, villas, ciudades...
Estos enclaves, claro reflejo (y moraleja) de su paso de una vida nómada a la sedentaria, van perdiendo aquel sonido según van avanzando en tamaño. Los más pequeños no sólo tienen tal sonido, sino que su aroma está ligado a la naturaleza: al monte, a la montaña, al desierto, al mar...
A medida que aumentan en tamaño este va desapareciendo. Y ese arquitecto que puede llegar a ser el Ser Humano va incluyendo en sus lugares de vida cotidiana parques, árboles,... Todo aquello que le recuerde a la naturaleza y le de, al mismo tiempo, un aspecto más saludable y reconfortante.
Sucede, incluso, en las carreteras y autopistas. Sobre todo en sus cruces y zonas de descanso. Cada vez es más habitual este hecho. Y las grandes ciudades... ¡Ay, las grandes ciudades!
Esos enormes portentos arquitectónicos que parecen abandonar por completo la naturaleza pueden guardar en su interior autenticos bosques y lagos. Un sitio en el que el Ser Humano recuerde la naturaleza; el lugar del que proviene. Aunque sólo sea por unos momentos...
EL TELÓN
El telón se abrió tan lento...
aquel oscuro escenario
fue iluminándose muy despacio.
No se contemplaba nada,
solo aquella fría tarima
hecha de pedazos de madera.
Empezó a brotar un árbol,
se estaba abriendo camino
desde la madera, muy despacio.
Esa luz le calentaba,
eso le confería fuerza
para abrirse paso en la madera.
Las ramas fueron creciendo
igual que un brazo abrazando
las plantas de la base. Despacio
el verde fue la pintura
que transformó aquella estancia
floreciente desde la madera.
Llegó el canto de pájaros
con su grácil revoloteo
trayendo la música despacio.
Se llenó de la melodía
transformando aquella sala
que se originó de la madera.
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