Helena escribía su nombre con "h"
Llevaba cuatro días sin dormir. Estaba exhausta. Poco tardaría en hacerlo, pero no quería. Ni lo deseaba. Ansiaba estar en aquella situación. Anhelaba no despertar y conservar su figura; la anatomía que poseía en aquel momento y no tener que dejar atrás a la persona que tenía a su lado. No, no estaba enamorada de él. Pero perder aquella intimidad que le había costado seis meses era un sufrimiento. Desde hacía dos años no había estado tan cerca de alguien. Quería preservar el calor de su compañía. No volver a sentir el frío del despertar siendo el mismo individuo con otras formas. Con otro cuerpo. Con otro sexo. Con otra mirada.
Por lo menos conservaba dos cosas de su vida pasada. Una era su personalidad. A pesar de los continuos vaivenes y la oscuridad en la que estaba sumergida la seguía manteniendo. No había cambiado pese a los altibajos que sufría. Pese a los intentos por dejarlo todo atrás ante el profundo sufrir que padecía. La otra era su nombre. Helena, con "h". Siempre había hecho hincapié en ello. Y lo seguía haciendo cada vez que despertaba y disponía de la apariencia de una mujer. Daba igual que fuera negra, blanca, asiática o mulata. Que le faltará una pierna. Estuviera gorda o fuera anoréxica. Que la depresión le atormentara o su vida fuera idílica. Su nombre era su nombre. Ella era Helena. Con "h". Su nombre se escribía con "h".
***
En aquel momento tenía la apariencia de un hombre. No era alto. No llegaba al metro setenta y cinco. Y su tez era morena con un cabello rizado de un tono azabache. Se sentiría cómoda con aquel cuerpo si no fuera por el tremendo tamaño del miembro. Nunca había visto nada igual. Ni siquiera en las películas pornográficas que consumió en alguna ocasión. ¿En serio muchos deseaban tener semejante objeto entre sus piernas? ¡Si era incómodo hasta para caminar! Bueno, a lo mejor los que poseían uno parecido estaban acostumbrados. Pero ella, Helena con "h", no lograba hacerse. Por un momento deseó haber cumplido aquella maldición y estar sólo un día bajo esa apariencia. Pero tropezarse con Guille le empujó a aquello. No es que le atrajera, pero a su lado estaba en paz.
Lo había conocido seis meses atrás. Cuando fue a una cafetería. Aquel día tenía la apariencia de una anciana de 80 años. Tras pedir la bebida, se sentó en una de las mesas. En una que había al lado estaba Guille. Al principio no le llamó la atención. Sólo quería tomarse el café y aclarar las ideas respecto a su trabajo. Era dibujante de cómics y tenía que acabar un proyecto. Pero no sabía cómo llegar al desenlace. Por fortuna, había empezado a trabajar antes de que la maldición comenzara. Primero mandaba los guiones. Cuando eran aprobados realizaba los dibujos. Para ello no necesitaba de su verdadera forma, por lo que el sustento lo tenía asegurado. No era un inconveniente pese a lo duro que estaba siendo su día a día. Desde hacía dos años no tenía relación alguna con alguien. O por lo menos durante más de 24 horas.
Guille desayunaba algo mientras leía el periódico. Tenía cerca de los 30 años. La misma edad que ella tendría bajo su forma original. De repente, le llamaron al teléfono y contestó. Aunque tenía una voz gruesa, esta era suave. Su tono era cordial. Parecía hablar con un amigo. Cuando colgaron siguió leyendo. O eso le pareció. Helena no pudo levantarse al terminar su café. Aquel viejo cuerpo arrastraba consigo los inconvenientes de la edad. Armándose de valor, le pidió al joven si la podía ayudar. Al principio pareció sorprenderse con la petición, pero no tardó en ir en su auxilio. Poco a poco, lograron que se levantara. "Tranquilo, a partir de ahora puedo sola". Tras esto, abandonó el local. Y lo hizo con una idea en mente. Ese instante le serviría con tal de desarrollar el final de su historia.
Al día siguiente volvió al mismo lugar. Pero esta vez lo hizo con el cuerpo de un africano de más de metro noventa. Cuando pidió la bebida notó cierto desdén en la cara del camarero. La jornada anterior había sido demasiado amable, incluso pedante. "¿Te pasa algo?", le preguntó. "¿Pasar? No me pasa nada. Aquí tiene su café. Dedíquese a lo que ha venido a hacer". Aquella respuesta le sorprendió, pero creyó comprender el porqué. No tenía importancia, mañana volvería con otra imagen y no la reconocería. Llevó la consumición a la misma mesa que anteriormente ocupara y cogió una revista. De reojo podía atisbar las malas caras del empleado. "Hay que ser gilipollas", pensó mientras pasaba una página. Entonces, volvió a oír la voz de Guille. Estaba otra vez hablando por teléfono. Su voz le pareció aún más agradable.
Por fortuna, la siguiente jornada el camarero tenía libre. Y esta vez regresó con la apariencia de una mujer de 50 años. Por la forma de su cuerpo dedujo que había sido madre en más de una ocasión. Al sentarse con lo pedido volvería a fijarse en Guille. Tenía que hacer la compra, por lo que decidió armarse de valor. Además, no le vendría mal relacionarse un poco. Pero el chico tendría que aceptar su propuesta de acompañarla. Lo hizo con la escusa de que en aquel instante estaba sola y no tenía alguien que la ayudara. Él se quedó boquiabierto. Miró el reloj y aceptó. "Puedo acompañarla. Tengo un par de horas libres". Mientras iban le explicó un poco de su vida. Aunque estaba en el paro, estudiaba Psicología cuando ya hizo lo propio con Magisterio. Incluso ejerció. Pero tras quedarse sin trabajo no encontró plaza, por lo que iba de empleo en empleo mientras se decantó por estudiar la nueva carrera. Al despedirse le comentó que sería un placer volver a encontrarse con ella. "Sí, lo haremos, pero no me reconocerás", pensó Helena.
Así fueron pasando los meses. Poco a poco fue conociendo a Guille de forma secreta. Cada día encontraba alguna excusa con tal de hablar con él. Aunque fueran cinco minutos. Cualquier pretexto era válido. Su personalidad era atrayente, incluso melancólica. Hasta llegaron a quedar para salir de fiesta. Lo hizo cuando su figura era la de una joven rubia de la misma edad que él. Fue una noche maravillosa. Descubrió lugares que ni siquieran había imaginado que existían. Y se llevó una sorpresa que no esperaba por nada del mundo. Aquel joven era gay. Le dejó un poco traspuesta, pues tras estar tanto tiempo conociéndole había pensado en pasar un rato íntimo. Pero después de que se le pasara la impresión disfrutó aún más de la velada. "Ojalá todas las personas fueran como él", discurrió cuando este le dejó en casa. Y esto le dolió. Y mucho. Durante un mes le vio taciturno al no saber nada de ella. Al desaparecer como si la tierra la hubiera tragado.
***
Guille dormía en el sofá de la sala de estar de su propia casa. Se habían vuelto a conocer hacía cuatro días. Y con toda la información que fue recabando le fue fácil rearmar la amistad. "Vaya, parece que me conoces de toda la vida", le comentó mientras tomaban una cerveza. "¿No serás de esos heteros a los que les da por tener alguna que otra aventura gay?", le preguntó cuando cogió más confianza. Se rieron. No, no era su caso. Pero aquella pregunta la desconcertó. ¿Cómo podría disfrutar si no podía conocer su cuerpo? ¿Cómo podría disfrutarlo si cada día tenía una apariencia diferente y le era completamente desconocido? No tenía pensado llegar a la cama, pero aquella duda la empujó a pasar los cuatro días sin dormir. Y aquel joven era el pretexto adecuado con tal de realizar su experimento. Quería adaptarse, aunque fuera momentáneamente, a su nueva situación. Anhelaba disfrutar y no sentirse completamente extraña por primera vez en dos años. Paulatinamente, fue familiarizándose con aquel escaparate. Tranquilizándose, fue bajando la guardia.
Pero tenía que dejar a Guille. Cuatro días estando juntos era más que suficiente. Se sentía cómoda. Pero necesitaba descansar. Necesitaba dormir. Al llegar al piso descansaría. Y al despertar todo volvería a comenzar de nuevo. "Qué pena que sea gay", volvió a pensar. Aquello la atormentaba. ¿Cómo podía estar haciéndole aquello? Cada vez lo notaba más taciturno. "Todas las personas a las que cojo cariño desaparecen sin dejar rastro", le comentó entre lágrimas. "Es como si tuviera una colección de cromos con la gente con la que he tenido química; luego se van, sin más, y no las vuelvo a ver". Decidió que ya era suficiente. Cuando despertara lo dejaría en paz. Estaba siendo demasiado egoísta arrastrando a un pozo a alguien que no lo merecía. Decidida, cogió un folio y le escribió una carta. En ella le explicaba la situación. Sus pormenores. Y al final, despidiéndose, firmaba con su nombre: Helena. Y añadía una postdata; "se escribe con «h»".
Al llegar a casa se dejó caer sobre la cama. Ni siquiera se quitó la ropa. Sólo quería que aquel miembro descomunal desapareciera. Y ver a Guille por última vez. A partir de entonces cambiaría su rutina. No volvería por aquella cafetería. Le dejaría hacer una vida normal y que fuera recuperándose de tanto varapalo. Casi de forma inmediata, se durmió. Cuando despertó estaba confundida, desorientada. Se estiró llevándose la manos a los ojos con tal de rascarlos. Algo la sorprendió. Un olor familiar le llegó. Aquella fragancia no la percibía desde hacía dos años. ¿Qué significaba aquello? Fue directa al baño a mirarse en el espejo. Frente a ella había una joven de 30 años. Era morena y de ojos marrones. Su pelo liso le llegaba hasta la mitad de la cintura. No tenía una figura espectacular, pero llamaba la atención. Sus labios anchos, rojos y profundos, guardaban una enorme sonrisa presidiendo el reflejo. Era ella. Había vuelto. ¿Todo había acabado? ¿Podía volver a hacer una vida normal? Trató de respirar, de tranquilizarse. Con los nervios a flor de piel intentó vestirse. Su ropa antigua todavía le servía. Y de una forma perfecta. Decidió ir a dar una vuelta.
***
Caminaba sin rumbo por las calles de aquella ciudad. Sólo disfrutaba de la sensación de recuperar su cuerpo. Y lo hacía con una sonrisa de oreja a oreja. Algunos la miraban estupefactos. "¿Por qué reirá de esa forma?". Prosiguió andando y, casi sin darse cuenta, llegó a la cafetería. Parecía que Guille no estaba allí. ¿Qué habría pensado al ver aquella carta? Pues que estaba loca. Que alguien más había vuelto a jugar con sus sentimientos. Y no le faltaría razón. Fue a la barra a pedir un café. Tras ella estaba aquel camarero. Al pedirle la consumición trató de coquetear. "No, gracias, las referencias sobre tí no son buenas", le soltó. El chaval se quedó blanco. Mientras degustaba la bebida le pareció que su sabor era especial. El hacerlo bajo aquella apariencia ya era magnifico de por sí. Súbitamente, escuchó a Guille. Salía del baño con los ojos completamente rojos. Parecía que había estado llorando. Sí, tenía que dejarlo tranquilo. "Encima se inventa todas esas chorradas", le oyó murmurar. Terminó su consumición de un trago y se fue. Sí, lo iba a dejar en paz. Pero la pesadumbre la invadió.
¿Qué había hecho? ¿Llevaba tanto tiempo deseando recuperar su cuerpo que había llegado a no importarle los demás? ¿Lo que pudieran sentir o padecer? Ella también salió del lugar. Pero antes fue donde el empleado y le dio su número de teléfono. "Llámame mañana a las ocho". El chaval se quedó boquiabierto mientras la veía salir del local. Fue directa a casa y se metió en la cama entre sollozos. Durmió a consecuencia de todas las lágrimas derramadas. Cuando despertó ya había amanecido. Y disponía del cuerpo de un hombre de 50 años que padecía obesidad mórbida. Con sus más de 200 kilos no alcanzaba a levantarse y respirar le producía un gran dolor. Pero podía mover sus brazos. Así que extendió el derecho hasta su mesita de noche y cogió la nota que escribió antes de acostarse: "Helena se escribe con «h»".
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