"Tu inteligencia sólo es equiparable a tu belleza"...



La figura que tenía enfrente le intrigaba. Había algo raro en él. Sentía que su propio poder era mayor, pero al mismo tiempo presentía que no sería capaz de vencerlo. Y por mucho que lo analizara mientras le observaba de forma inquisitoria no lograba atinar el porqué. "Bien, sigue mirándome detenidamente; pronto descubrirás lo que te causa tanto malestar". Aquella voz era gruesa y profunda. Diabólica. Pero al mismo tiempo era capaz de articular hermosas melodías mientras hablaba.

Entonces decidió avanzar con tal de poder verlo más de cerca. Pero en cuanto pisó con sus pies desnudos la tierra que rodeaba el trono de su anfitrión creyó intuir qué era lo que pasaba. Optó por agacharse y coger un poco de ella con sus manos. Y lo hizo tratando de evitar que pareciese que estaba agachándose ante él en señal de subordinación. Frotó la quemada arena en las palmas de sus manos. Y una punzada de electricidad atravesó cada nervio de su cuerpo. Fue ahí que lo comprendió. Había traspasado gran parte de su fuerza a ella. A prácticamente todos los rincones de la Tierra Media. Por eso le parecía tan débil, pero al mismo tiempo increíblemente poderoso.

- Vaya, poco has tardado en entenderlo. Es cierto lo que decían. Tu inteligencia sólo es equiparable a tu belleza. Por algo dicen que eres el más grande entre los Maiar.

- Pues habrá de ser un halago viniendo de tu parte. Quién me iba a decir que llegaría a estar parlamentando con Melkor, el Vala caído.

- Por favor, no te me dirijas de esa forma. Melkor ya no existe. Ahora sólo hay Morgoth. Y no, no soy un caído. Soy el ser consciente que abrió sus ojos. Nunca podrías soñar con algo semejante.

Saurom siguió observándole. Creía comprender su plan. El porqué de que hubiera traspasado parte de su espíritu a los diferentes seres vivos y lugares habidos en la Tierra Media. Todo con tal de corromperlos mediante su atrayente contaminación. Y eso le hizo sonreír. Le satisfacía. Pero al mismo tiempo le preocupaba. Eso quería decir que su influencia estaría presente hasta el día en que el planeta fuera destruido. Aunque él ya no existiera. Lo cual significaba que tenía que haber un método de aunar ese poder con el suyo propio.

- Bien, has logrado entender los pros y contras de mi plan - expresó el Señor Oscuro.

- Sí, pero necesito saber qué pinto en todo esto.

- ¿Acaso no lo sabes?

- Quizás...

- Tú serás mu lugarteniente. Es así de sencillo. Y como ahora mismo dispones de un poder físico mayor al mío por no estar dividido... tu mera presencia espantará a nuestros enemigos. Yo estoy preparando el terreno. Tú harás lo mismo en lo que respecta a la acción.

Al oír decirle esto, olió la tierra que todavía había entre sus manos. Sí, en ella podía sentir la misma esencia de Morgoth. Su capacidad de corromper y ser el apoyo cuando manejaba su arma más poderosa: la palabra. Estas eran combinadas en un embrujo del que pocas criaturas eran capaces de escapar. Entre estos estaban algunos elfos. Y quizás los enanos. Por su parte, a no ser que tuvieran algo que los protegiera, era prácticamente irremediable que los hombres cayeran en sus garras.

- Imaginaba que el plan sería así. Pero también que hay un factor que está fuera de tu alcance y del cual todavía no alcanzas a saber lo que es - expresó al fin Saurom.

- Sí, puedes que tengas razón. Y también creo que has descubierto qué es lo que tienes que hacer, aunque aún no haya llegado el momento.

- ¿Y eso cuándo sucederá?

- Sólo en caso de extrema necesidad. Si sucediera que estoy siendo derrotado o esto mismo sucede. Aunque eso es imposible.

- Creo comprender...

- Bien, dime, ¿cuál es tu conclusión?

- Tu energía las has volcado en la naturaleza. Eso debilita tu cuerpo porque te está desgastando al no disponer directamente de lo que te sustenta.

- Vas bien.

- Entonces, lo que tendría que hacer con el mío es forjar un objeto que sea una extensión mía.

- Sigue...

- Este tendría que ser uno que esté por encima de otros tantos que estarían supeditados a su poder.

- Bien...

- El quid del asunto es que estén conectados. El mío debería ser el más sencillo y humilde de todos. Y lo fabricaré yo mismo en el Monte del Destino. ¿Qué habrá de ser? Algo cómodo y fácil de transportar.

- ¿Un anillo, por ejemplo?

- No sería mala idea....

- ¿Y entonces?

- Este haría que aquello que has contaminado sea más poderoso al entrar en contacto con la acción de la herramienta...

- Bien, bien...

- El resto lo fabricarían los propios elfos.

- ¿Y?

- Sólo habría que esperar el momento adecuado para ponérmelo. Entonces, todas las razas de la Tierra Media estarían bajo nuestro guía.

- No. Estarán en mi poder. Tú serás mi segundo, que no se te olvide. A no ser que suceda algo que sabemos que no va a pasar.

- Ya veo... - trató de aclarar lo que la cabeza le taladraba - ¿Qué pasará con los balrogs? ¿O los dragones que creaste junto a tantas otras criaturas?

- Nada. Esas me obedecen de forma ciega.

- Pero Ungoliant se te fue de las manos. Su tamaño alcanzó unos límites diabólicos tras alimentarse de los Dos Árboles de Valinor.

- Y no olvides que secó las fuentes de Varda por la sed que tenía - esto lo dijo sacando pecho, algo ante lo que Saurom expresó su contrario sentir negando con la cabeza.

- Tuviste miedo de ella y huiste.

- Una retirada a tiempo siempre es necesaria. Además aprendí de ello. Por eso estás aquí. Las cosas hay que hacerlas en equipo. Aunque sea yo quien dicte las ordenes.

- Comprendo. Sus descendientes nos serán de utilidad.

- Sí, en especial Ella La Araña. En cuanto puedas tienes que ir en su busca.

- ¿Eso por qué?

- Lo sabrás a su debido momento.

- ¿Puedes predecir el futuro?

- No, es una intuición. No sé qué papel jugará, pero sé que nos será útil. ¿Cómo? El tiempo lo dirá...

- Tiempo... Tenemos toda la Eternidad por delante y estamos centrados en las cosas terrenales.

- ¿Acaso no eres partidario del orden?

- Sí, así es....

- Pues entre los dos haremos que así sea. Esta Tierra nos pertenece y no podemos dejarla en manos de seres inferiores que sólo son una burda imitación de nosotros.

- Por fin escucho decir justo que lo pienso.

- Bien. Entonces deberías ponerte manos a la obra. Ahora vete y engatusa a los herreros Mírdain de Noldor. Y guardate de Celebrimbor. También de Tom Bombadil.

- ¿Quién?

- Es alguien o algo... cuya naturaleza es la propia naturaleza. Y es... inquebrantable. No hay forma de corromperlo... el porqué está fuera de mis límites...

- Entonces tampoco le afectará mi herramienta...

- Exacto...

- ¿No podemos acabar con él?

- No...

- ¿Y qué vamos a hacer con él?

- Por ahora nada...

- ¿Qué?

- Calla. Y obedece. Haz lo que te acabo de ordenar. Vete.

- Está bien, mi Señor.

Saurom le hizo una reverencia estando de rodillas. Esta vez fue intencionada y queriendo mostrarle su subordinada posición. Aunque Morgoth pudo distinguir un gesto que delató su inconformismo. Cuando marchaba alejándose de la sala del trono de Angband, el Señor Oscuro estuvo tentado de hacerle una pequeña muestra de su poder con tal de que supiera que no toleraría aquellos pequeños detalles. Aunque decidió ignorarlo y dejar que confiara. Ya habría tiempo de aleccionar y mostrarle lo que era la disciplina.

Al quedarse a solas, y en la oscuridad más profunda que hubiera habido nunca en la Tierra Media, escudriñó cada rincón de esta mediante el palpitar del suelo corrompido por su acción. Sabía que dentro de poco todo iba a acabar. Para bien o para mal. Y de esto último estaba más que convencido. En nada, dentro de poco, todo aquel mundo estaría bajo sus órdenes.

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