Su curiosa odisea particular




- Muchacho, creo que deberías irte a casa - le comentó el camarero-. Pero lo mejor es que antes pases por el baño y te asees un poco.

Miró el café con leche desde el otro lado de la barra. Después, hizo lo mismo con el reloj que había sobre la espalda del chaval. Eran las 9 de la mañana y llevaba allí media hora. Y todavía no había probado la bebida. A su lado, un trozo de tortilla y una napolitana ocupaban la zona. "Podrías tener razón", contestó con una sonrisa.

Acto seguido, comió el pintxo mientras daba sorbitos al café. La misma liturgia le siguió al pastel. Al acabar, fue hacia el baño después de tambalearse un poco al bajar del taburete. Dejó de beber sobre las cinco de la mañana, pero todavía estaba borracho. En cuanto entró al aseo fue directo a uno de los retretes y abrió la puerta de este. Una vez dentro, levantó la tapa y vomitó todo el contenido de su estómago.

Comenzó a temblar. El frío sudor recorría cada parte de su cuerpo. Sentado sobre el suelo mientras apoyaba su brazo izquierdo en el bidet trató de mantener la compostura. De repente, se sobresaltó. Creyó que había dejado la bandolera en la barra, pero la tenía consigo. Ese pequeño susto sirvió con tal de librarse de aquel malestar. Así que decidió levantarse. Le costó, pero en cuanto lo hizo cogió dirección al lavabo que tenía enfrente. Antes, tiró de la cadena.

Del interior del bolso sacó un cepillo de dientes. También dentífrico. Eran de los pequeños, de los que suelen llevarse cuando uno va de viaje. Pero antes de comenzar sintió una nueva punzada en el estómago. Tratando de evitar que el vómito saliera tapándose la boca con la mano, fue corriendo al habitáculo. Cuando estuvo seguro de que no quedaba nada, accionó de nuevo el aparato y tiró otra vez al lavabo.

Lo primero que hizo fue lavarse la cara hasta conseguir relajarse. Y bebió agua desde el grifo. Acto seguido, lavó sus dientes con esmero a pesar de que no podía estarse quieto por el alcohol que llevaba en el cuerpo. Se enjuagó la boca para a continuación secarse. Entonces, sacó los botes de colonia y desodorante. Algo de ellos vertió en su cuerpo. De la primera también un poco sobre la ropa.

Al mirarse en el espejo notó que estaba blanco. Unas ojeras enormes rodeaban sus ojos. Pero por suerte había traído gafas de sol. Estas también estaban guardadas. Cogió aire y, tras exhalarlo, abandonó la estancia. En cuanto vio la barra fue a ella y dejó un billete de diez euros encima. Cuando el camarero lo agarró con tal de ir a cobrarle hizo un gesto con el cual le indicó que se quedara los cambios. A continuación, abandonó la cafetería.

Nada más estar fuera, y después de aclarársele la visión por el momentáneo cegar que le produjo la luz de día, cogió la gafas de sol y se las puso. Comenzó a andar con paso renqueante hasta alcanzar la parada del autobús. Apenas fueron cinco minutos, pero le parecieron una eternidad.

Una vez allí, optó por sentarse en el banco de la marquesina. No había nadie, así que decidió encenderse un cigarrillo. Sacó el paquete. Ahí guardaba el mechero. Por lo que tras agarrar un pitillo lo encendió y volvió a meterlo en el bolsillo interior izquierdo de su chaqueta. La primera calada le hizo toser. Incluso casi nuevamente vomitar. Pero logró contenerse. Sería ahí que recordase que tenía chicles encima. Sacó uno. Los llevaba en el mismo lugar que el tabaco. Mientras disfrutaba del inicial frescor en su boca dio otra calada. Esta fue profunda. Y su contenido lo contuvo en sus pulmones durante largo rato.

Fue entonces que escuchara el sonido del bus acercándose. Tras dar la última chupada tiró al suelo el pitillo. Justo al charco que había al lado de una alcantarilla. El agua era de dos días atrás y, aunque era poca cantidad, se notaba que estaba estancada. Sucia.

Nada más abrirse la puerta accedió al vehículo tratando de disimular el estado en el que iba. Por suerte, la tarjeta de transporte la había sacado antes de subir, por lo que no le costó atinar en el aparato. Al verle, además de darle los buenos días, el conductor rió. "Anda, espera, dame un momento", le dijo. "Toma esto, es por si acaso, pero hagas lo que vallas a hacer hazlo dentro". Era una bolsa de mareo.

- Vale, gracias - balbuceó con el característico ritmo entrecortado, pero legible, de aquel que ya ha pasado el momento álgido de la borrachera.

Se dirigió all fondo del autobús. A los asientos que estaban al lado de la puerta de salida. Y aunque tenía que bajarse dos paradas después trató de no quedarse dormido. No tenía ninguna intención de acabar en la otra punta de la ciudad.

Y no lo hizo. Apretó el botón de "Stop" dándole al conductor un amplio margen de maniobra. Al llegar, este paró y abrió la puerta. Él bajó y pudo respirar el frío aire de aquella despejada mañana de invierno. Enfrente suyo, vio el portal de su casa. Y a varios vecinos que estando en la calle comenzaron a cuchichear nada más darse cuenta que era él quien iba hacia allá. Los saludó, pero al mismo tiempo los ignoró por completo. Sólo quería meterse en su cama.

Comenzó a buscar las llaves dentro de la bandolera. Y el corazón le dio un vuelco. No las encontraba por ningún lado. Volvió a rebuscar. Pero nada. Trató de tranquilizarse. Lo único que le faltaba era tener que llamar a un cerrajero. Respiró de nuevo. Y esta vez el frío sudor fue más acuciante que cuando estaba en el bar. Sin saber por qué, en medio de su desesperación llevó sus manos a los bolsillos del pantalón. Estaban en el derecho. "¡Joder!", murmuró rabiosamente.

Con dificultad, las introdujo en la cerradura y, nada más entrar, fue directo al ascensor. Estaba en el rellano, por lo que una vez dentro dio al botón del quinto. Aquel último tramo se le estaba volviendo eterno. Al llegar y salir de él fue directo a su puerta. A la que estaba a la izquierda en un piso con dos viviendas. Otra vez le costó atinar con las llaves, pero una vez en su interior fue directo a su habitación. Vivía solo, así que no debía tener cuidado de despertar a alguien.

Una vez allí, se quitó las zapatillas, dejó la bandolera en el suelo y fue al baño. Tenía que mear. Una vez terminada la maniobra, se metió en la cama. Ni siquiera se digno en quitarse algo de ropa. Ya dentro, la cabeza comenzó a darle vueltas. Pero se le pasó rápido. Y así, teniendo al lado la bolsa que le había dado el chófer, fue quedándose dormido.

Comentarios

Entradas populares de este blog

Helena escribía su nombre con "h"

LA TOTALIDAD DE LOS PÁRRAFOS

EL PORQUE SÍ... Y EL "POR TAMBIÉN"...