En el «Cuarto de los Ratones» no había tales roedores



Sintió una dolorosa punzada en el estómago. Aquel lugar, ese cuarto, hacía que la melancolía se le presentara con esa tesitura. Incluso las lágrimas amenazaron con surcar su rostro. Pero trató de contenerse. Ya había llorado suficiente. Aunque fuera por orgullo y también de una dolorosa pena. Recreó las innumerables horas que sus hijos pasaron allí mientras estaban castigados. Las discusiones por ello con Jaimita, su difunta mujer. Ella pensaba que aquello era demasiada dureza. Él que tenían que aprender.

Jamás imaginó que Zipi montaría su propio taller mecánico. Menos aún que Zape acabara convertido en abogado. Quién lo iba a decir. Finalmente, sus dos pequeños gamberros acabaron volviéndose en hombres de provecho. Sí, Jaimita habría estado orgullosa. Y mucho. Entonces fue que dejara escapar las lágrimas. Y rió de forma irónica. Aquel era al que llamaban «El Cuarto de los Ratones». Y lo curioso era que nunca los hubo. Se encargó personalmente de que no los hubiera.

Notó, entonces, un brazo agarrando su cadera. Era Petra, su nueva esposa. Al fallecer repentinamente la madre de sus hijos la tuvo que contratar. Necesitaba que alguien le ayudara en casa. Y de aquello ya habían pasado 15 años. Al principio, el trato entre ellos fue profesional. Él era el Señor de la Casa. Ella la empleada. Pero el taciturno estado en el que se encontraba en aquellos días hizo que la muchacha fuera tratando de conocerle mejor con tal de que sacara todos sus males. Y a él le agradaba su compañía. Sin saber cómo, acabaron sintiendo algo profundo.

En un primer momento trataron de mantener la relación en secreto. Después, cuando los chavales se percataron de la situación, optaron por expresar su afecto entre las paredes del hogar. Los críos dieron su visto bueno. Esto sucedió en la adolescencia. Pero debían mantener el secreto hacia el mundo exterior. Sobre todo por honrar la memoria de Jaimita. Además, las malas lenguas se hubieran cebado con ellos. Así que decidieron que esperarían hasta que los dos hermanos tuvieran su vida resuelta. Entonces lo darían a conocer.

- ¿Estás seguro de que quieres que nos mudemos?- le preguntó Petra.

Aquel hombre que antaño había sido tan fuerte y corpulento no contestó inmediatamente. En aquellas fechas su figura era esbelta y atlética. No le quedó más remedio que seguir una estricta dieta, además de hacer ejercicio. Aunque fuera de forma moderada.

Cinco años atrás sufrió un infarto. Por poco no lo contó. Incluso tuvo que dejar de fumar. Y cambió de «look». Su barba pasó a ser entera y completamente poblada. El poco pelo presente en su calva cabellera lo llevaba corto. Era tal su forma que era imposible distinguir sus formas rizadas. "Sí, es lo mejor. La criatura que viene en camino recibirá el legado de este lugar a través de lo que le contemos".

Petra le abrazó con fuerza. Él le devolvió el gesto y acarició su incipiente vientre con su enorme mano derecha. "¿Quién ha comprado la casa?", quiso saber la mujer.

- Pues... cuando te lo diga no te lo vas a creer...

- Ya veremos, sorpréndeme...

- ¿Te acuerdas de Carpanta? ¿El mendigo que vivía en el puente que está a 500 metros de aquí?

- Sí...

- Pues ha sido él...

- Tienes razón, no te creo.

- Tampoco yo lo creía cuando le vi entrar en el despacho interesándose por la oferta de venta.

- Sigo sin comprenderlo.

- Bueno, pues parece ser que le tocó un pequeño pellizco en la lotería. Su suerte al fin ha dado un giro de 180 grados.

- Increíble. ¿Y cuánto ha ganado?

- No lo sé. Pero lo suficiente con tal de poder comprar esta casa y montar una pequeña carnicería. Comenta que tiene que mirar al futuro. Que este golpe de fortuna no puede durar siempre. Y que más vale ser previsor.

- Bueno, pero estará asesorado por alguien, imagino. Mira que si todo se va al traste y acaba otra vez en la calle.

- Pues sí, lo está. Y tampoco vas a creerte por quién.

- Dímelo...

- Pues nada más, y nada menos, que Sapientín...

- ¿Tu sobrino?

- Sí...

- Vaya, esto sí que es verdaderamente alucinante. Pero qué lastima que el muchacho esté trabajando para otras personas. Con la cabeza que tiene... podría haber montado cualquier negocio o estudiar algo más grande...

- Lo sé, lo sé... pero hay algo que nunca te he contado sobre él...

- ¿El qué?

- Lo pasó muy mal cuando hizo el servicio militar. Le tomaron por un bicho raro y terminaron haciéndole la vida imposible. Casi no pudo soportarlo... cuando la acabó parecía un deshecho de sí mismo...

- Eso llegué a verlo con mis propios ojos. Hay cosas a las que no hay derecho. Le destrozaron todo su futuro...

- Pero hay algo más...

- ¿El qué?

- Hace poco me contó que era invertido, homosexual. Y que eso fue la punta que colmó el vaso. Tras enterarse de ello la presión y el maltrato fue todavía mayor...

- Me lo imaginaba...

- ¿Y eso cómo es posible?

- No sé... quizás... llámalo intuición femenina...

- Comprendo. Has estado esperando a que lo soltara.

- Así es...

Guardaron silencio mientras abrazaban mutuamente sus cinturas. Petra observaba la estancia mientras escudriñaba de reojo a su marido. Este parecía absorto en sus pensamientos. "¿Te apetece un café con pastas?", comentó de repente. "Tenemos que hacer que nuestra última merienda en esta casa sea especial".

- Estabas tardando mucho en proponerlo. Pero mejor una infusión de manzanilla. Sabes que el café me altera. Y en mi estado...

- Bien, ve a la sala de estar y dame 10 minutos. Siéntate y descansa.

- Vale. Pero no tardes. Que cada vez que vas a la cocina conviertes ese tiempo en media hora.

- Tranquila, ten paciencia.

- Sí, pero no tardes.

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