El flotar del pompón de diente de león



Habían pasado más de 12 años desde que abandonó aquella cabaña en compañía de Bilbo. Y aunque las noticias sobre Beorn le llegaban constantemente no regresó al territorio del cambiante. Y ahora que volvía a estar frente a él le seguía sorprendiendo su imponente estatura. Se sentía diminuto a su lado a pesar de su también gran tamaño. Además, aunque jovial y sincera, su escudriñante mirada conllevaba que estuviera alerta. Aunque tuviera la certeza de que la desconfianza que mostró al momento de conocerse hacía tiempo que desapareció.

- Te felicito - comenzó a decir Gandalf -. La paz y la tranquilidad preside este lugar. Estás haciendo un gran trabajo.

En ese momento, un pompón de diente de león cruzó la estancia con una embaucadora parsimonia. Beorn alzó suavemente el brazo y lo agarró por su tallo de una forma exquisita y delicada. Quién hubiera dicho que aquella finura escondiera a uno de los guerreros más temidos de la Tierra Media. De hecho, si no llega a ser por él no hubieran salido triunfantes en la batalla de los Cinco Ejércitos. "¿Estás seguro?", inquirió su anfitrión.

- Gandalf, sabes que no soy dado a las supersticiones. Pero esta armonía resulta inquietante. Los huargos y los lobos no entran en mis dominios. Tampoco los trasgos. Ni siquiera los orcos. Pero suelen andar cerca de sus fronteras. Aunque son precavidos. Lo hacen a una distancia prudencial.

- Ya. ¿Qué es lo que te dice la semilla?

- Nada. O por lo menos sobre estos tiempos. Eso es lo que me pone nervioso. Sobre todo porque parece señalar hacia el futuro. Hacia unos días que no llegaré a ver. Y eso es lo que me inquieta. He de preparar a mis descendientes ante algo que desconozco. Y por ahora ni siquiera los tengo.

Gandalf guardó silencio. La pesadumbre que tiempo atrás padecía pareció insuflarse y, por momentos, querer reventar. Y eso lo atemorizaba. No presentía ningún peligro. Aunque el ambiente resultaba ser delicado y frágil. ¿Ese era el precio a pagar después de haber derrotado al Nigromante? ¿Quién era, en realidad?

El istari trató de cambiar de tema. "Me han llegado noticias de que vas a casarte".

- Prefiero no hablar de ello. Pero sí, voy a hacerlo.

- Vaya, va a ser un cambio radical. Tu vida tomará unos derroteros completamente diferentes.

- No me preocupa. Antes o después tenía que llegar este instante. Tras la ceremonia volveré a la tierra de mis padres. Desde ahí podré tener todo bajo control. Y aunque no sepamos ante qué, podré ayudarte en tu misión. Esa misma de la cual ni siquiera sabes su propósito.

- Ya. Por lo que veo estás puesto al día. Pero todavía hay mucho por delante antes de que la caja que lo guarda sea abierta. Hasta entonces he de seguir observando y estudiando.

- ¿Estudiar?

- Sí. Las conclusiones llegarán cuando tengan que hacerlo. Por cierto; ¿has estado últimamente con Radagast?

- Sí, sabes que sí. Es un buen compañero. También con Saruman.

- ¿Cómo?

- ¿No lo sabías?

- La última vez que estuve con él no me comentó nada de ello...

- Guárdate de él. Aunque muy leve, hay una sombra que emana de su persona. Sigue siendo el mismo individuo, pero no lo es. Hay algo oscuro en su interior. Todavía no ha empezado a moverse... pero pronto lo hará. Y algo me dice que no lo veré.

Entonces, Beorn dirigió su mirar hacia el Bosque Negro. "Fíjate... los árboles parecen estar preparándose para hacer frente a algo que ni ellos mismos saben qué es"...

El Mago asintió con un gesto de su cabeza. "Sí, lo sé... por eso es que debemos estar atentos".

- Te lo repito. Guárdate de Saruman. Y pase lo que pase ten paciencia con los Rohirrim. Y habrías de poner más énfasis en tu guiar de la Guardia de la Comarca. Los hobbits tienen que seguir en su limbo particular. Lo mejor sería que ni siquiera supieran que los protegen. Y que tomen a los Montaraces por figuras misteriosas.

- Tenía pensado hacerlo. Aunque no sepa por qué. Es una intuición. Algo me dice que en un futuro habrán de tener un papel esencial. Pero en qué... todavía no lo tengo claro.

- Sabes que no estaré ahí para verlo. Lo sé. Es como una especie de premonición no dictada que puedo leer en cada parte de la naturaleza. Pero esta tiene más de un emisor. Y eso es lo que me preocupa. Uno de ellos es siniestro y oscuro. Su paz trae la peste...

- No podría haberlo explicado mejor...

Guardaron silencio. Ambos observaban los primeros árboles que daban acceso al Bosque Negro. Y fue Beorn quien rompiera el momento. "Dime una cosa, ¿es cierta la leyenda de Tom Bombadil?".

- ¿A qué te refieres?

- A que si existe esa persona tan enigmática. Hay demasiada magia alrededor de él como para ser cierto.

- Sí. Y te llevarías muy bien con él. El amor por la naturaleza os une.

- Entiendo... eso quiere decir que si llegara el momento... sólo actuaría si su residencia estuviera en peligro. Aunque sea el ser más poderoso de la Tierra Media.

- No, no es eso. Es el ser al que más hay que temer. Y por eso mismo es que está al margen. Su naturaleza es la propia naturaleza. Es... por decirlo de alguna manera... la representación de algo, o alguien, que ni yo mismo alcanzo a comprender. Y por eso no hay que tenerle miedo. Nunca haría nada contra nadie.

- Tus palabras, como siempre, son profundas y enigmáticas. Pero creo comprender.

Volvió a contemplar el frágil pompón de diente de león. "Pero hay luz, detrás de toda esa oscuridad hay un halo de luz... es débil, como si fuera la que traspasa a través del agujero de una pared quebrada... pero hay luz".

- Eso espero...

- ¿Y ahora qué vas a hacer?

- Tengo que regresar a la Comarca. Bilbo va a celebrar una fiesta... ha vuelto de una de sus misteriosas aventuras... después... me alejaré del lugar durante un tiempo... aunque regresaré de vez en cuando.

- ¿Qué es lo que por la cabeza te ronda?

- Ni yo mismo lo sé...

- Eso quiere decir que todavía hay tiempo...

- Si queremos estar preparados... sí... así es...

- ¿Pero ante qué?

- No lo sé... hay que tener paciencia...

Fue ahí, tras decir esto último, que el beornida le ofreció una taza con hidromiel. Sabía que no volverían a verse. Que aquellas serían las últimas palabras que intercambiaran. Por lo que alzaron sus brazos y brindaron. Los dos mostraban unas raras sonrisas. En ellas la sincera fraternidad estaba reflejada. Pero también la tristeza, la incertidumbre y la esperanza.

Acto seguido, tras fundirse en un prolongado abrazo, Gandalf abandonó la cabaña. Beorn analizaba su marchar. Descartó por completo el seguirle con tal de protegerlo. Sobre todo cuando descubrió que sus pasos estaban encaminados a alcanzar Rivendel. Eso ya lo harían los elfos comandados por Elrond. Sí. Y aunque lejos, pudo distinguir el inconfundible aroma de aquellas lejanas tierras.

Entonces, a pesar de la felicidad que sentía, lamentó dos cosas: no poder ver el desenlace de todo aquello y no disfrutar de la leyenda de los tan mágicos parajes a los que se encaminaba el anciano. Pero él, Beorn, tenía una misión. Y debía cumplirla aunque no supiera sus motivos. Los días del mañana serían los encargados de explicarlo. Y una marca de satisfacción fue dibujándose en su rostro.

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