Una noche entre olivos y un manzano
es.123rf.com
La noche era fresca. Estrellada. Y estas ocupaban la cúpula celeste como hacía mucho tiempo no las había contemplado. Esa costumbre la dejó tiempo atrás. Justo en ese momento, sentado como estaba bajo el pórtico de aquella vieja casona, se preguntaba por qué había dejado de hacerlo. Dio un trago al vino que portaba. Era fuerte, más de lo habitual. Y aún así también lo habrían tenido que rebajar con agua. Por suerte, a pesar de encontrarse en una zona desértica, esta estaba al alcance de todos debido a un sofisticado sistema de canales.
Escuchó los tímidos pasos de alguien que se acercaba. Hacia un buen rato que la casa estaba en silencio después de la cena. Pensaba que todos sus compañeros se habían ido a dormir. Él solía ser el último en acostarse. Apareció entonces a su lado una figura delgada. Rondaba el metro sesenta de altura y su tez morena parecía brillar bajo el reflejo de la Luna. Se sentó en el taburete que estaba libre y compartieron la mesa. Traía una garrafa con vino y un vaso. Ambos eran de cerámica y conservaban a la perfección la temperatura. Le sirvió un poco más del caldo. Luego hizo lo mismo para sí.
- ¿Qué es lo que piensas? - Le preguntó aquella persona.
- En cómo habrás conseguido tal cantidad de vino.
- Me lo dio un fabricante en muestra de gratitud. Pero dime la verdad. Sé que te está rondando algo y no te atreves a decirlo.
Contempló su rostro. Moreno y duro, además de estar cubierto por una barba rizada, la fuerza del sol del desierto había hecho estragos en él. No parecía la misma persona de cuando lo conoció hacía tanto tiempo atrás.
- En todo lo que hemos pasado hasta ahora. Creo que entrar en burro en la ciudad no ha sido buena idea. Hemos hecho demasiado ruido. Ha sido como pedirle al león que abra sus fauces con tal de indicarle que nos puede comer.
El hombre le miró fijamente. Asintió con la cabeza. Luego acarició la superficie de la mesa con sus manos desgastadas. "Es un buen trabajo". Aquello parecía una costumbre de los días en los que trabajó de carpintero. Lo solía hacer muchas veces. Después se frotaba las manos como queriendo sentir el calor que emanaba de la madera.
-Estás en lo cierto. Pero, a mi modo de ver las cosas, a vosotros no os pasará nada. Por lo que me han dicho solo me quieren a mí. Parece que soy un peligro para los sacerdotes. Dicen que estoy atentando contra Dios. Y puede que tengan razón. Pero lo que en verdad temen es perder todo el poder e influencia que tienen sobre la gente. Eso y el beneplácito de las autoridades. A estas les da lo mismo lo que hagamos, lo que haga, siempre y cuando no vaya en contra de ellos. Y algo me dice que sienten que todo esto ni les va ni les viene. No tienen que preocuparse por un charlatán que va de pueblo en pueblo y entra en burro en sus calles.
- ¡No lo entiendo! ¡Si logramos convencer a la gente, si seguimos como hasta ahora, podríamos quitárnoslos del medio!
- Paciencia. Tiempo al tiempo. Quizás eso es algo que ni tú ni yo veamos. Tal vez las generaciones futuras. Lo que estamos haciendo es plantar la semilla. El problema es que tal vez necesitemos de un mártir. Y creo que voy camino de convertirme en ello.
Guardó silencio. ¿Un mártir? ¿Todo lo que habían hecho hasta entonces no iba a servir de nada y él iba a convertirse en eso? ¿Qué estaba estaba diciendo? ¿De dónde había sacado aquello? Se levantó de un salto queriendo expresar todo. Quiso despertar al resto. Pero con un gesto le indicó que se calmara y se volviera a sentar. "Siempre quise aprender el arte de la cerámica", dijo mientras contemplaba el vaso que tenía en sus manos.
- ¿Te estás dando por vencido?
- No, ni mucho menos. Creo que así están las cosas.
- ¿No tienes miedo? Todavía estás a tiempo de poder escapar. ¡Vámonos ahora! ¡Tú y yo! ¡Salgamos de aquí!
- No, eso es imposible. Nos alcanzarían incluso antes de que nos encontraran en este lugar.
- ¿Los sacerdotes?
- Las autoridades. Que no les importe lo que hagamos no quiere decir que no se vean obligados a complacer a los sacerdotes. Debe reinar la armonía en las calles.
- ¡Pero si te detienen se revelará mucha gente! ¡Hay mucha gente que nos sigue!
- El miedo puede paralizar al más valiente de los guerreros. Y los sacerdotes se están encargando de que este esté presente en las calles. ¿No te has dado cuenta?
No se había fijado. Pero en los últimos días cada vez había menos gente escuchándoles. Ni se le había pasado por la cabeza.
- ¿Quieres dar una vuelta? Un poco de aire no nos vendrá mal.
Asintió. Se dirigieron despacio por un camino empedrado. Creía saber a dónde se dirigían. Los olivos crecían en las orillas de la senda. Durante las jornadas diurnas sus sombras protegían de la luz del sol. "¿Qué quieres hacer?"
- Lo mismo que estábamos haciendo hasta hace un momento. Y también quiero comprobar una cosa.
- ¿El qué?
- Escucha atentamente.
Se oían las pisadas de una pequeña multitud.
- ¡Nos están siguiendo! ¿Quiénes son?
- Tranquilo, son el resto. Imagino que tendrían curiosidad por lo que estábamos hablando y están preocupados. No le des importancia. Pero ten los oídos abiertos. Supongo que ellos también los tendrán.
- ¿No tendrían que estar dormidos?
- Que seas el último en acostarte no significa que los demás estén en el mundo de los sueños. Últimamente andan todos con mucho cuidado, igual que tú. No eres el único que está preocupado.
- ¿Por qué no ha dicho nadie nada?
- Lo pedí yo.
- ¿Por qué?
- Para poder hablar tranquilamente. Tal y como hemos hecho antes. Como he hecho con todos ellos. Tranquilízate.
Le hizo un gesto con tal de que no dijera nada más. Siguieron caminando en silencio. Llegaron a un espacio abierto en el que había un manzano. Aquel hombre se dirigió hacia el árbol y cogió una fruta. "¿Quieres?". Asintió. Le lanzó la que tenía y agarró otra. Se sentó en una gran roca que allí había. Suspiró y bebió un poco de agua que llevaba en una cantimplora de tela. Le ofreció. Él también calmó su sed. "Qué tranquilo está todo", le dijo.
- Sí, demasiado.
No se oía ni el ruido que provocaban los insectos. Ya se escucharían después, pensó, cuando se acostumbran a su presencia.
Su acompañante se puso a contemplar las estrellas. De la misma forma que él mismo había estado haciéndolo antes. Parecía estar en trance. Lo veía muy tranquilo, tal vez demasiado. "¿Quieres que hagamos un fuego?".
- No hay necesidad de ello. ¿No te has fijado?
- ¿Qué me quieres decir?
- Escucha. ¿Dónde está el resto?
Le pareció ver sus sombras. Se los señaló. Asintió. Pero este le indicó que escuchará y con el dedo índice de su mano derecha le mostró la dirección opuesta. Se oían unas pisadas que estaban acercándose e iban acompañadas del ruido de mallas metálicas. Parecía que eran bastantes.
- El resto todavía no se han dado cuenta. Guarda silencio. Y pase lo que pase no hagas nada.
Se quedó petrificado. ¿Todo lo que le había dicho antes era cierto? ¿Iba a suceder en ese instante? Una veintena de soldados aparecieron. Sabían lo que buscaban y algo le decía, aunque no sabía cómo, que les habían seguido. Al momento en que se dispusieron a arrestar a su acompañante el resto de los suyos salió en bandada con tal de defenderlo. Se inició una breve escaramuza. Él no se movió. No porque cumpliera con lo le había dicho. Estaba paralizado por el miedo.
- ¡Quietos! ¡Quietos todos! ¿Qué os dije? ¡Parad! ¡Si me tienen que llevar que así sea!
Hubo más de una protesta que frenó con un simple gesto corporal. Se retiraron. Los soldados les dejaron marchar. Solo habían venido a por él, tal y como había dicho.
Observó toda la escena que siguió. La forma en que le golpeaban en el estómago después de atarle las manos y trataba de respirar muestras estaba en el suelo. Cómo le levantaban con intención de llevarle a algún lugar que únicamente ellos sabían. Sin saberlo, sacó unas fuerzas que no sabía que tenía.
- ¡Parad, parad! ¡Dadme un momento antes de que os lo llevéis!
No le hicieron caso. Comenzaron su camino. Armándose de valor se puso delante de su compañero y les hizo parar. Ahora el golpe lo recibió él y rodó por el suelo. "¡Vete, estúpido! ¿No me has oído? ¡Vete!'.
- ¡No! ¡Por favor! Dadme un momento! ¡Os lo suplico!
Se levantó y se aferró a su cuello. Volvió a ser derribado de otro golpe. Pero se levantó tambaleándose y volvió a dirigirse a ellos.
- ¿No me habéis oído? ¡Parad! ¡Dadme un momento!
Uno de los soldados le dio otro puñetazo en el estómago. Cuando cayó al suelo le arrastró hasta donde su compañero. "¡Haz lo que tengas que hacer, miserable! Pero te lo advierto... como hagas una jugarreta..."
Se volvió a agarrar de su cuello y le dio un beso. "¡Adiós, adiós,...!". Le sonrió. "Tranquilo, nos volveremos a ver". En ese momento los dos fueron golpeados. Uno fue arrastrado mientras estaba inconsciente y el otro fue dejado allí a su suerte. Tal vez hasta que fueran a por él el resto de los suyos.
Comentarios
Publicar un comentario