La estancia y la silla

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- No te muevas. De esa forma te dolerá menos. ¿Ves estas tenazas de aquí? Con ellas te voy a arrancar las uñas de las manos. Sé que te revolverás, yo también lo haría, pero tú mismo has hecho que llegue a estos extremos. No sabes cuánto me duele hacerlo, pero te lo advertí. Y seguiste en tus trece.

Estaba sentado en una silla en la cual todas sus extremidades estaban atadas. Sus manos se ubicaban en las reposaderas de esta mediante dos cinturones que hacían la vez de cuerda. Otro amarraba sus piernas con todavía más intensidad y alrededor de su testa uno más lo hacía sujetando esta hacia el respaldo de aquel artilugio de madera. No se podía mover. Por mucho que intentara liberarse le era imposible. Además, tampoco podía gritar. En el interior de su boca había una bola de "ping-pong" y esta estaba rodeada por vueltas y vueltas de cinta americana, también rodeando su cabeza, que a duras penas le permitía respirar a través de su nariz.

Aquella voz destilaba una mezcla de odio, alcohol y tabaco. Sus gruesas manos tenían una extraña habilidad de movimiento a pesar de lo exageradamente grandes que eran sus dedos. No sabía cómo, ni por qué, en aquella situación había llegado a la conclusión de que se trataría debido a la constante carga física que acompañaría a su profesión. Y las uñas de estos, a pesar de estar recortadas de una forma impoluta, dejaban atisbar la suciedad que en él se palparía. Tampoco sabía cómo había llegado a aquella situación, y muchos menos quién era aquel individuo que tenía delante.

Dio unas palmaditas en la palma de su mano izquierda con las tenazas. A modo de aplauso. Y empezó a andar de un lado a otro en aquella oscura estancia que rezumaba humedad, pero en la cual había un calor sofocante. En un momento dado se dirigió a una mesa diminuta en la cual, sobre su base, había una botella de whisky y una taza de metal completamente abollada. Vertió el líquido de una forma que parecía no tener fin. Luego dio un trago enorme, bebiéndose todo el contenido de una vez. Se tambaleó un poco y le miró fijamente con unos ojos rojos y llorosos. Se encaminó hacia él y le acarició el rostro con su mano derecha después de asir las tenazas con la otra. "La genética te ha sido agradecida, pero eso no es motivo suficiente para que te vaya bien en la vida y esta te depare sorpresas como esta".

- Creo que he cambiado de opinión...

Se puso delante de él y apoyó todo su peso sobre sus brazos mientras le miraba fijamente a los ojos. Su fétido aliento le hizo sentir unas fuertes náuseas. Estas fueron seguidas de un vómito del cual tuvo que tragar la mayor parte mientras se ahogaba por el que trataba de escapar de su cuerpo mediante sus fosas nasales. Se mareó mientras iba perdiendo el conocimiento, pero una bofetada de un golpe de su palma abierta le hizo despertarse. Siguió mirándole directamente. Metió su mano derecha y sacó una navaja del bolsillo de esa parte del pantalón. La abrió y pasó el dedo índice izquierdo por su frente. "No hace falta que grites". La clavó en la parte superior y fue descendiendo la hoja hasta llegar a su entrecejo. El dolor, fino e intenso en un principio, le permitió sentir la forma en que atravesaba y descendía por su piel a la par que, en algún momento, parecía herir sus mismos huesos. Tal y como le dijo, no necesitaba gritar y, cuando lo hizo, sus gritos se ahogaron en medio de su boca amordazada. Incluso sentía el calor de su sangre deslizándose hasta sus ojos. Cuando sus cejas no pudieron soportar más el contenido del líquido este le fue cegando poco a poco.

- Tranquilo, eso es lo de menos. Te voy a limpiar la sangre.

Y lo hizo. Se la lavó e impidió que esta se introdujera en sus ojos. Después limpió la heridas con unas gasas y alcohol. Esto le dolió más que cuando le hizo la herida. Después de lograr cauterizarla la tapó con esparadrapo y más gasas. "Te voy a curar todas las heridas y, por lo que tengo decidido, no te voy a arrancar las uñas; por ahora....".

Sacó entonces una máquina eléctrica de cortar el pelo. "Necesitas un cambio en tu imagen... así que voy a darte la apariencia de la gente que fue recluida en los campos de concentración nazis porque siempre estás hablando de ello".

- No te sorprendas. Te he estado escuchando en más de una ocasión. Cuando estabas en el trabajo, te tomabas algo o ibas de compras. En cualquier cosa que hicieras. Rara vez lo hice directamente, pero tengo un par de colaboradores que son de fiar y me han ayudado a conocerte mejor de lo que tú lo haces contigo mismo. ¿Estás preparado?.

Puso la máquina al cero. "Vamos a trasquilarte". Lo hizo de una forma suave y concienzuda. No sintió dolor en momento alguno. Por lo menos físico. "Hace mucho tiempo trabajé de peluquero. Has tenido suerte". Su pelo, su media melena castaña, fue desparramándose poco a poco. La sintió sobre sus hombros y también en su espalda mientras caía por ella. "Hemos acabado; ahora hay que afeitarla". Le humedeció la cabeza y tiró más alcohol por ella. Entonces fue a la mesa de antes y cogió una cuchilla desechable que allí había. "Tranquilo, está sin estrenar". Vertió en su testa más alcohol y comenzó a afeitársela. No le hizo ningún corte.

- Perfecto.

Dio un paso hacia atrás y lo observó. "Una obra de arte magnífica". Nuevamente se dirigió a la mesa y sacó un paquete de tabaco que había en el cajón. Cogió un cigarro y se lo llevó a los labios antes de encenderlo. Sus grandes manos no permitían ver esa acción. Simplemente el humo exhalado tras la primera calada. Sentado como estaba, con el cigarro entre los dedos índices y corazón de su mano derecha mientras esta tapaba la otra, se inclinó un poco hacia delante y le volvió a mirar fijamente a los ojos. Entonces cogió la botella de whisky y se volvió a servir otro trago. Lo volvió a beber igual que antes y se dirigió hacia él. Le propinó una patada en la tibia izquierda y se la rompió. El dolor era insufrible y no le dejaba ver. Tampoco oír nada. Un puñetazo le rompió el tabique nasal. Todo le daba vueltas y casi no podía respirar. Por ello se la recolocó. "No te podrás quejar de la hospitalidad con la que te estoy tratando".

Se desmayó. No sabría decir cuánto tiempo estuvo así. Le despertó el agua que le arrojó con un balde. Llevaba un gran martillo en sus manos y lo descargó sobre su rodilla derecha. La trituró. El dolor le volvió a producir náuseas, pero esta vez no vómito. "Vaya, estás llorando. Tranquilo. Enseguida se te pasará". Y le rompió su clavícula izquierda con otro martillazo. "No protestes, será mejor así. ¿Nunca te han dicho que hay que dejar que las cosas fluyan por ellas mismas? Ahora no vas a poder andar durante una temporada; si yo te dejo". Descargó otra vez el martillo. Esta vez sobre su otra rodilla. Quedó destrozada. Luego hizo lo mismo sobre su boca. Le partió la mandíbula y le arrancó la inmensa mayoría de los dientes. "Lo que dices siempre está fuera de tono y se sale de lo que la mayoría es capaz de cavilar. De esta manera podrás prosperar más fácilmente. ¿Todavía no te das cuenta de que me tienes que dar las gracias y que te estoy dando esa oportunidad?".

Le quitó la cinta americana e intentó gritar. Le soltó otro puñetazo. Incluso sintió un pequeño chasquido en las vértebras de su cuello. "Cállate". Le puso una nueva. "Estaba vieja y había que higienizarla, no vaya a ser que se te infecten las heridas. ¿No ves lo que me has obligado a hacer?". Agarró la silla y la arrastró hasta la puerta de un montacargas. "El barrendero es puntual. Pasará en 5 minutos. Y dicen que hay que reciclar, colaborar en la lucha contra la contaminación y el cambio climático. ¿Por qué no se me había ocurrido antes?".

Le metió en el elevador y accionó el botón. Se quedó solo en el lugar. Pero no podía moverse y, mucho menos, hacer algo que lo liberara. Cuando su puerta se abrió no había nadie. Tardó un poco en aparecer. "Ya estoy aquí. Menos mal que también se me ocurrió cambiarte la pelota de 'ping-pong'. La vieja te podría haber producido una infección y la salud bucal es fundamental". Le arrastró hasta un contenedor y le puso sobre un elevador que allí había. "Lo usan las gentes mayores con tal de ayudarse a tirar la basura. Y esta te está dando la bienvenida con los brazos abiertos". Lo puso encima y accionó el botón. Se fue izando suavemente y lo arrojó en el interior. Las bolsas de basura amortiguaron el golpe. Trató de gritar y escaparse. Pero no podia. Notó que asomaba su cabeza con tal de observarlo. "Quizás esta sea la última vez que estemos juntos. Recuérdame siempre. Ahí llega el camión de la basura. Hasta que nos volvamos a ver".







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