La tentación del escritor
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Aquella pequeña habitación estaba iluminada por la renqueante llama de una diminuta vela. Y él, sentado frente un viejo escritorio, tenía delante unas arrugadas hojas en blanco que esperaba rellenar con la tinta de un bolígrafo que estaba a punto de gastarse. Todo esto mientras bebía un poco de agua caliente mezclada con azúcar sabiendo que al momento de que se le acabara el bolígrafo tendría que dejar la historia a medias. Incluso su vieja Olivetti, aquella máquina de escribir, no funcionaba, pues no pudo arreglarla al momento de estropearse. Miraba las sombras que creaba la vela e imaginaba escenas de batallas mitológicas que sabía que no sería capaz de plasmar. Aunque tampoco quería hacerlo.
Vio un dragón que se encaraba a unos diminutos seres humanos que pretendían apoderarse de su morada. Se comentaba que bajo aquel lugar, en las cuevas que moraban el subsuelo de aquellas tierras, los diamantes crecían igual que los frutos de los árboles. Rodeado, el dragón cayó ante las armas de estos pues no pudo superar el ingente número de personas que había allí. Después, pasado ya un tiempo, y tras relatarse una y otra vez aquella escena, el animal pasó a ser el malo de la historia debido a sus ansias por dominar a los Hombres y los seres que los acompañaban. Sus deseos de poder y riqueza le empujaron a su derrota a pesar de que, repetidamente, fue convidado a un concilio mediante el cual pudieran convivir todos en armonía en aquellos valles, bosques y montañas que daban cosechas abundantes.
Aquella pequeña historia no la iba a reflejar. O por lo menos en aquel momento. Lo dejaría para más adelante si su precaria situación económica se lo permitía. Mientras tanto, la dejaría guardada en el cajón de su imaginación, cerrado como este estaba con una llave que él solo tenía y a la que nadie más podría llegar; a no ser, pensaba, que le abrieran el pecho, sacarán su corazón y la encontraran en su interior. Pero este, ese órgano el cual parecía que iba a reventar por todas las historias que se había visto obligado a resguardar en él, parecía cada vez más pequeño por todas las circunstancias que le rodeaban. Únicamente tenía sus viejos libros (los cuales estaban desperdigados por todos los rincones de aquella casa de la cual le habrían echado hace tiempo si no la hubiera recibido en herencia), aquel bolígrafo a punto de gastarse, la Olivetti estropeada y apenas 20 folios que debería aprovechar al máximo si la escasa tinta que quedaba se lo permitía.
Se recostó, tirándose hacia atrás, en la vieja silla de madera en la que se sentaba. Contempló el techo de la estancia y se levantó con tal de mirar por la ventana por uno de los huecos de la persiana que un poco levantó. Por suerte, aquella noche de verano no era fría, pero en aquel callejón casi sin iluminación la humedad era persistente. Se percibía en las paredes de los edificios. Había alguien paseando por ella. Caminaba con una palpable cojera y portaba un sombrero. Aquella figura masculina entró en un portal después de apagar un cigarro que iba fumando. Y él, después de observar aquello, volvió a su vieja silla con la intención de plantarse ante los papeles. Pero antes volvió a calentar el agua con azúcar en un puchero sobre la pequeña cocina que estaba en la minúscula habitación.
Se puso a pensar en aquel hombre. Había entrado en uno de los portales cuyos pasillos daban a un patio que compartían tres de estos. Y uno de ellos era el suyo. Le había visto en alguna ocasión, y simplemente habían intercambiado algún que otro saludo. Decían que había vuelto tras estar muchos años en el extranjero, pero no lo conocía de nada. Y añadían que su regreso era debido a que decidió pasar su vejez en el lugar que le vio crecer después de ceder el negocio que había montado. Solía pasar las tardes en una terraza leyendo y tomando algún que otro café mientras fumaba. Parecía gustarle estar solo, pues nunca le había visto hablar con nadie. Eran muchas más las cosas que se contaban sobre él, pero no las hizo caso y, en realidad, tampoco le importaban. Si ese era el caso, que disfrutara como mejor le apeteciera.
Justo en ese momento, mientras cogía el bolígrafo tras dar un trago al agua caliente con azúcar, llamaron a la puerta. Aquello le sobresaltó. No esperaba que alguien le requiriera en aquellas horas nocturnas. Dudó entre levantarse y fingir que no había nadie o que no escuchó nada porque estaba dormido. Pero volvieron a llamar a la puerta, no de forma insistente, pero sí con un poco más de fuerza, como si pretendieran despertarle sin hacerlo con el resto de la gente que estaba en el edificio. Se sorprendió de nuevo, y es que no esperaba a nadie. Nervioso, decidió levantarse y comprobar por la mirilla la identidad de la persona. Se quedó atónito.
Era el hombre que acababa de ver por la ventana; y parecía mirar fijamente si había algún tipo de movimiento tras la puerta. La oscuridad que en la casa había le hizo tener la esperanza de que no notara nada. Volvió a llamar a la puerta y esta vez también lo hizo más fuerte. Pero, de nuevo, con la intención de llamar únicamente su atención. Decidió correr el pestillo y girar la llave que tenía puesta en la cerradura con tal de abrir. Frente a él estaba aquel individuo. Era delgado, unos 10 centímetros más alto que él, pero daba la impresión de que eran más porque seguía con el sombrero puesto. Se miraron fijamente.
- ¿Me invita a pasar?-, le preguntó.
No sabía qué contestar. Era la una de la madrugada y todo aquello le cogió por sorpresa. Finalmente, por puro formalismo, le indicó que pasara.
El individuo entró y cerró la puerta tras ellos. Le ofreció la otra banqueta que tenía con tal de que se sentará, pero rehusó la invitación. "Por ahora prefiero estar levantado", le dijo. Sacó un cigarrillo y se lo ofreció. Ambos encendieron el suyo, aunque antes le comentó que no tenía nada que ofrecerle. "No importa, eso es lo de menos".
- Imagino que se habrá sorprendido de que un desconocido llame a su puerta a estas horas y le pida entrar. Antes de nada, le diré que esté tranquilo, pues estoy aquí por mera cortesía. Además de sentir curiosidad por esta personalidad que tengo delante.
- ¿Personalidad?
- Sí, ¿no lo sabe? Sus textos son conocidos en el mundo entero y es usted un afamado y respetado escritor.
Se sentó en la silla. No tenía ni idea de lo que estaba hablando y lo consideró una tomadura de pelo sin gracia alguna. "Ojalá fuera así", pensó.
- Tal y como podrá comprobar, se está equivocando. ¿Acaso esta le parece la forma de vida que le corresponde a una persona como la que describe? Sé las cosas que dicen de mí. Que estoy loco, que voy a acabar todavía peor de lo que estoy, que lo tengo merecido, que no tengo dónde caerme muerto, que no tengo talento alguno,... Si ha venido a reírse de mí le agradecería que lo hiciera rápido y se vaya lo antes posible.
La figura lo miró detenidamente. Decidió entonces sentarse en la banqueta que antes le había ofrecido y dio una calada al cigarrillo. "¿Tiene algún cenicero por ahí?". Le ofreció la base de una botella de plástico que le servía como tal. Hacía mucho tiempo que la había cortado, tal vez dos años, cuando podía permitirse el lujo de comprar botellas de refresco. En aquellos tiempos conservaba cinco de esos días y las utilizaba con tal de rellenarlas de agua en una fuente cercana que después enfriaba dejándolas al aire en el pequeño balcón que tenía la casa.
- No, no me estoy riendo de usted. Ni era mi intención ofenderle. Pero lo que le he dicho es verdad, aunque sea a medias porque está a medio camino de ello. Todo depende de usted.
Un pequeño ataque de ira recorrió su cuerpo, pero logró mantener la compostura.
- Ya se lo he dicho. Quiero conocer a tan afamado escritor.
Apretó los puños. Aquella farsa acababa de comenzar y ya estaba pasando de castaño a oscuro. Pero se volvió a contener. Apagó su cigarrillo. "Estoy por echarle a patadas de aquí, pero no quiero armar ningún jaleo a estas horas; así que cuénteme lo que venga a contarme y ya, de paso, deme otro cigarrillo por las molestias". Se lo dio. Lo encendió seguido, incluso antes de apagar el anterior. "Adelante", le indicó.
- Lo primero que le diré es que sé que tengo delante a la persona que busco por la descripción que tengo de usted. Es testarudo, tal y como me dijeron, y al mismo tiempo está dispuesto a escuchar pese a tener la sospecha, y esta está fundada según los fundamentos de su pensamiento, del sinsentido de todo lo que se le ha mostrado delante hasta el momento.
"No es de extrañar. Incluso yo, con una personalidad que describiría completamente diferente a la suya, probablemente actuaría de la misma forma estando en su misma situación. Pero le reitero que lo que le acabo de indicar es así. Simplemente está a medio camino de ello. Únicamente le falta escoger la dirección que habrá de tomar y yo, que simplemente estoy aquí como recadero, le voy a ofrecer una de ellas.
"Esta, en sus consecuencias, supone la fama y el reconocimiento. Además de múltiples premios y la merecida recompensa en forma económica. Todo esto que ve aquí, esta precaria forma de vida, quedará relegada hacia un mundo sin penurias en la que no le faltaría de nada y dispondría de unas comodidades que nunca ha llegado a imaginar. Y, si lo ha hecho, le puedo asegurar que estas superarán todas sus expectativas.
"No hable todavía, reflexione. Sé que es usted una persona de principios. Mientras tanto, déjeme obsequiarle con esta máquina de escribir que tengo en esta mochila. Se la puede quedar tome la decisión que tome y no tiene ningún tipo de letra pequeña o condicionante hacia usted. Considero, al igual que la persona que me envía, que le será útil tome la decisión que tome y que sabrá sacarle partido aunque en un principio se muestre reticente hacia ella por el recelo que siente hacia los obsequios que parecen tan gratuitamente ofrecidos".
Cuando acabó de decir aquello el silencio reinó en la estancia. Observó la máquina de escribir: era una Olivetti igual a la que él tenía. Su cólera comenzó a resurgir, pero nuevamente logró controlarla. Recordó todas las novelas que había escrito. Siete en total. Y el silencio que las diferentes editoriales mostraron frente a ellas. Ninguna fue aceptada. Ni se le pasaba por la cabeza auto publicarlas. Y ahora tenía delante a aquel tipo que se había presentado de la nada diciéndole semejantes estupideces cuando ni siquiera le había dicho quién era. Entonces observó una pequeña tarjeta en las teclas. Era de una empresa de la que nunca había oído hablar, pero se imaginó que sería la del individuo que tenía delante suyo.
- Usted sabe de sobra que los libros son magia, al igual que la pequeña historia de dragones que acababa de imaginar antes de que llamara a su puerta y me observara desde los agujeros de la persiana.
Aquello le sobresaltó. ¿Cómo sabía aquello?
- Ya se lo he dicho, todo es cuestión de magia, aunque es algo más profundo y trascendental. Por decirlo de alguna forma, se trata de que su alma pase a estar en nuestras manos con tal de que pueda conseguir la recompensa que habría cuando cumpla su sueño.
"Lo único que le pedimos, además de esa parte espiritual que es usted mismo, es que deje de lado la imaginación. Que escriba por encargo. Algunas veces serán novelas, pero la mayoría de las veces será aquello que le indiquemos con tal de dar a conocer nuestros proyectos y fortalecer nuestra imagen. Con esta última parte usted conseguirá, en un primer momento, una forma de subsistencia y, finalmente, con las obras cuyo contenido le señalemos, lo tendrá todo guionizado, conseguirá la fama y el reconocimiento. Nadie sabrá nunca que las ideas no han surgido de usted y, a cambio de ello, simplemente, deberá entregarnos el alma; tanto en vida como al momento de partir.
"Sé qué está pensando, y voy a omitir el hecho de que le parezca un disparate que le vengan a hablar del alma y cosas semejantes, pues cree que esto le supondrá perder la libertad. Puede que así sea, pero este pequeño sacrificio es más apetitoso que el lograr todo ello después de que fallezca dentro de tres días a consecuencia de una infección vírica que ya empieza a hacer estragos en su organismo a pesar de que no note sus efectos.
"Pare, no diga nada todavía. Tengo aquí el medicamento que le curaría. Se lo dejo encima de la mesa, ¿ve? Cuando dentro de una hora empiece a sentir fiebre, si quiere, tómese una de las tres pastillas. Las otras dos hágalo en un plazo de dos horas entre cada una de ellas. Tardará dos días en recuperarse. Después vaya a la dirección que pone en la tarjeta. Hablaremos entonces y en menos de un mes empezará a salir a flote. En dos meses habrá olvidado sus penurias y dentro de dos años comenzará a disfrutar de todas las comodidades que le prometemos. Solo debe entregarnos su alma y su imaginación, o si usted lo prefiere llamarlo así, su libertad".
Finalizó su pequeño discurso. El escritor le miró detenidamente. No daba crédito a lo que escuchaba. ¿De dónde había salido este tipo?
- ¿Usted también ha pasado por ello?- le preguntó.
- Sí, no disfrutaré de una vida eterna cuando el mundo acabe, pero podré caminar por él hasta que eso pase. Tuve un accidente de tráfico. Pude sacar a mi familia y a la empresa a flote, pero me he tenido que separar de todo ello. Todo tiene un precio.
- ¿Quién es la persona que le manda?
- Le conocerá dentro de dos días.
- ¿Y si no quiero?
- Eso depende de usted; su decisión es libre.
Miró las pastillas y después observó el rostro de aquel individuo. A la luz de la vela parecía de cristal. No emanaba ningún olor y sus ojos parecían en un constante estado lacrimoso. Le pidió otro cigarrillo. Lo encendió y cogió las pastillas. "Dentro de dos días tendría que ir a este lugar, ¿es así?".
- Sí.
- Bien. Ahora márchese y llévese las pastillas con usted. También la máquina de escribir. Si eso, dentro de dos días nos veremos en la dirección indicada. Hasta entonces.
- Usted ha tomado su decisión.
- Váyase.
- De acuerdo.
El individuo abandonó la casa. Durante un rato pudo oír sus pisadas alejándose. Volvió a calentar el agua con azúcar. Notó que se había dejado el paquete de tabaco. Junto a él había una nota. "Quédeselo", decía. Los rompió, los tiró por la ventana y encendió uno de los suyos. Se sentó en la mesa. Los folios y el bolígrafo estaban tal y como los dejó. Empezaba a sentir frío. Tenía un poco de fiebre.
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El escritor Raimundo Sánchez Gorriti falleció por una neumonia
Las editoriales de su localidad publicarán sus obras de forma postuma
Los resultados de la autopsia realizada al escritor Raimundo Sánchez Gorriti concluyen que falleció debido a una neumonía aguda. La precarias y duras condiciones en las que vivía propiciaron el fatal resultado de una enfermedad que "actuó de forma fulminante".
El literato de Villa Chiquita del Medio, que contaba con 47 años, se desmayó durante la madrugada de hace tres semanas en su domicilio. Alertados por el ruido provocado, varios vecinos dieron aviso al 113 mientras otros trataban de acceder al domicilio. Tras conseguirlo, lo localizaron tendido en el suelo.
A la llegada de los sanitarios, estos trataron de reanimarle en el mismo lugar, siendo posteriormente trasladado al Hospital Universitario de la localidad. Fue ingresado en la Unidad de Cuidados Intensivos (UCI) habiendo perdido el conocimiento y en estado muy grave.
Trágicamente, y pese a los intentos hacia su recuperación, falleció tres días después de llegar al centro hospitalario. Las muestras de dolor entre los habitantes del municipio se han hecho palpables y han pedido al consistorio que se erija un monumento en su honor.
Querido y alabado por sus conciudadanos, el escritor vivía recluido y centrado en la escritura en un modesto piso de una habitación que había heredado tras el fallecimiento de una amistad. Subsistía mediante diferentes ayudas sociales desde hacía dos años y relatan que rechazaba cualquier ayuda de terceros.
Aunque su trabajo fue prolífico y abundante, cuentan que llegó a escribir hasta siete novelas desde que tenía 30 años, ninguno de estos trabajos fue publicado. En su haber contaba con multitud de artículos de opinión y relatos cortos que vieron la luz en las diferentes publicaciones locales con las que cuenta el municipio.
Desde la Asociación de Editoriales de la localidad han anunciado que sus novelas serán publicadas póstumamente con tal de darle a conocer en el mundo entero. Aseguran que, tal y como querría el escritor, los beneficios obtenidos serán destinados a causas sociales.
Asimismo, el Centro de Inteligencia de Villa Chiquita del Medio (CIVCM) ha anunciado que abrirá una investigación debido a las extrañas circunstancias que rodean al caso. En su mesa de escritorio apareció una nota manuscrita en la que se leía en letras mayúsculas: "NO ME QUITARÁN LA IMAGINACIÓN".
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