Un mundo en armonía
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No podía sentir el roce de la arena de la playa en sus pies. Y mucho menos el contacto del agua. Se preguntaba cómo habían llegado a aquella situación incluso sabiendo la historia por la que empezó todo ello. Mirando el horizonte se podía atisbar, aunque de una manera tímida, las barreras que sobresalían en las mareas. Estaban a unos 30 metros de distancia y descendían hasta el fondo marino. Nada podía salir del lugar. Tampoco entrar. Y había sido construida por este motivo. O por lo menos eso decían.
Mientras caminaban por la orilla de aquella playa vio un círculo hecho con conchas marinas. Se imaginó algo que en aquellos tiempos era difícil de ver, por no decir casi imposible. Gente bailando alrededor de él, también en su interior. Pero no había nadie en el lugar. Los 9 kilómetros cuadrados que tenían la zona estaban completamente vallados. Ante todo, la seguridad tenía que reinar. En el centro del recinto estaba el núcleo urbano en el que vivían todos los lugareños. Y en su extrarradio se ubicaban los diferentes lugares de trabajo a los que acudían sus gentes. Una vez al mes se recibían los alimentos que provenían desde el exterior. Estaban racionados. Todo ello por seguridad. Los diferentes pueblos se dedicaban a diversas actividades y luego comercializaban entre ellos.
No había forma de saber lo que pasaba fuera de ahí a no ser que fuera por la información dada por los medios oficiales de comunicación. Incluso cuando se intercambiaban las mercancías las personas que provenían desde el exterior con tal propósito debían mantenerse calladas. El castigo era la pena capital si en esos momentos se comunicaban entre ellos. Por lo tanto, mucho menos lo podían hacer con las gentes del lugar. Se decía que en esos casos se les enviaba a reeducarles, pero no se volvía a saber nada de ellos. Se les catalogaba de "desaparecidos" a pesar de que estaban continuamente en las bocas de muchos. No se les olvidaba. Se hablaba constantemente de ellos. Incluso de tanto hablar se alteraba la historia de sus vidas. O esa era la impresión que le daba.
La seguridad se basaba en la cooperación ciudadana. Ese era el pilar de todo. La colaboración. Y las autoridades insistían constantemente en ello. Antes la fomentaban, pero estaba ya tan interiorizada que, o por lo menos esa era su impresión, nadie se planteaba si aquellas actitudes eran éticas o morales. Incluso si estaban alejadas de lo que antaño se llamaba convivencia social. En caso de surgir un alma discordante, algo que pasaba en raras ocasiones, esta era sometida al "juicio comunitario". Así lo llamaban. Esto era una especie de voluntad popular. Aquellas gentes eran sometidas a presión psicológica. No había violencia física. Pero se las desgastaba de esa manera hasta que por propia voluntad volvían al redil.
Y es que, en el fondo, se conocían todos en aquel lugar. Esa costumbre imperaba como una ley no escrita que había sido aceptada desde hacía 20 años atrás. Aunque también se había aprovechado que cierto sector de la sociedad lo tenía naturalizado desde hacía mucho tiempo. El saber todo del otro era necesario con tal de subsistir. Por ello, en cuanto parecía que había alguien que se saliera de las aristas establecidas, en primer lugar, era señalado y se le obligaba a guardar silencio. Aunque tampoco es que en aquel lugar se pudiera hablar mucho. Existía la vieja costumbre de volver a las gentes en esclavos de sus palabras; algo que, irremediablemente, conllevaba la perdida de libertad en cuanto a expresión u opinión.
Antes de que se levantaran los muros se podía salir al exterior. Parecía que había libertad de movimientos. Pero esto estaba disimuladamente sesgado. Ya entonces el disidente era vigilado. Para ello se valían de conocidos que había en otros lugares. Esas personas eran sometidos a tal presión que, irremediablemente, iban retrocediendo poco a poco y acabando recluyéndose hasta el momento de no salir del lugar aceptando que ahí los peligros eran inexistentes. Entonces sufrían las mismas vejaciones en la misma zona. Estos eran señalados, se les asustaba cuando iban por la calle con tal de lastrar sus nervios, se le hablaba en voz baja, se les insultaba y medraba. Todo con tal de que, al final, aceptaran que estaban equivocados en sus actitudes. También se les gritaba al oído, se daban golpes cerca de ellos. Se carraspeaba con sonidos que parecían bramidos como un indicador de lo que estaba haciendo mal. Todo ello por el bien social que pretendía que reinara la voluntad popular.
Y estando como estaba en la playa, aquel momento le parecía que era la recompensa por todo ello. Por portarse bien, tal y como se solía decir. Había que actuar de la forma que se catalogaba de correcta si se quería disfrutar de algún que otro momento de asueto. Pero estos, o por lo menos ese era su caso y no sabía si alguien más lo sentía igual por todo lo que les rodeaba, se le antojaban superficiales. Vagamente podía recordar cómo se sentía cuando en otros tiempos se dedicaba a pasear por aquel mismo lugar. Era como si sus sentimientos, o el mismo acto de sentir, le hubieran sido cercenados paulatinamente sin que apenas se diera cuenta. Si es que en algún momento se percató de ello. Toda la belleza de aquel lugar le parecía gris, sin color alguno. Ni siquiera sentía el aroma a sal que suele invadir la atmósfera de aquellos lugares. Ese era el mismo cielo que les prometieron, pero nunca pensó que pudiera apreciarlo como falso y artificial. Incluso las pocas flores que crecían en las laderas de los riscos de la montaña que guardaba la playa parecían carentes de energía, de vivencias.
Le dio por pensar en su casa. Tenía una habitación, una cocina y un baño. Ninguna de las construidas hacia el vulgo se salía de esas características. Estas fueron edificadas con tal de protegerles del peligro. Los edificios tenían cuatro portales y cada uno de ellos tenía dos escaleras, cada cual con seis viviendas. No existía la vida familiar, estaba prohibida. La reproducción se hacía de forma artificial y a los niños se les educaba en unas escuelas públicas hasta que tenían 18 años. Después se iban a vivir a las casas que les asignaban teniendo interiorizado todos los valores de aquella sociedad. Pero no se trataba de algún tipo de adoctrinamiento, pues lo iban aceptando por ellos mismos desde el momento en que eran capaces de usar su raciocinio. El miedo y los peligros eran palpables aunque nunca se hubiera tenido constancia de ellos. Y se sabía que estaban siempre presentes, acechando. Por ello se aceptaba sin poner resistencia, porque eran verdaderamente reales.
No tenía claro si aquella situación era contraria a todo lo establecido. Incluso el pensar, el reflexionar, podría estar mal visto si esto se salía de la formalidad. Y estar en solitario en aquel lugar lo podría señalar de bicho raro que estaría usando el raciocinio en un momento que se saldría de la normalidad al estar haciéndolo en solitario. Y es que esas salidas a esos lugares siempre se hacían en compañía de grupos de 20 personas que velaban entre ellas mientras estaban escoltadas por un pequeño ejército que les protegería ante cualquier imprevisto. Es por ello que le extrañó que le ofrecieran aquel momento de recreo en semejantes condiciones. El círculo de conchas debía haber sido construido por la excursión anterior. Lo que no entendía era por qué no había sido borrados, pues, de nuevo por seguridad, todas las huellas de las gentes que pisaban aquel lugar eran eliminadas por las pistas que pudieran entregar hacia el peligro. Nuevamente tenía la sensación de que a pesar de lo palpable que este era nunca había estado presente, ni había sido consciente de él. Y seguía pensando que aquella forma de pensar era contraproducente.
Decidió darse un baño. No le tendría que constar mucho llegar hasta la valla. Aunque hacía tiempo no practicaba la natación, en su juventud siempre se le había dado bien esa actividad. Nunca fue un experto, pero se sentía cómodo y le ayudaba a desestresarse. Tenía que comprobar si todavía era capaz de recorrer aquella distancia y regresar. Así que se quitó la ropa y la dejó en unas rocas que había. Se metió poco a poco en el agua. Estaba fría, pero no tardó mucho en acostumbrarse a su temperatura. Empezó a nadar. Le costaba realizar las brazadas, pero a medida que sus músculos se fueron calentando logró que el automatismo con el que antaño lo hacían regresara. Parecía que se le iba aclarando la mente. Y se dio cuenta de que toda aquella sociedad había ido aceptando la concepción de cuándo se había originado todo. Pero no había un momento concreto. Se fueron alimentando de ello y esto fue nutriendo sus cuerpos y mentes sin percibirlo. Simple y llanamente, aceptaron todo con tal de sentirse seguros.
Nadó aquellos 30 metros y llegó al borde, justo al lugar en el que se levantaba la barrera. Esta tenía unos 5 metros de altura por encima del nivel del mar. Y tenía unas pequeñas muescas que le sirvieron con tal de agarrarse. Cogió aire. No sabía si iba a poder regresar. Estaba muy cansado. La fuerza de las mareas eran más duras de lo que había imaginado. Pero no se podía quedar allí. Tenia que regresar. Tenía que intentarlo. Así que se armó de valor y se puso en marcha. No había nadado ni cinco metros cuando sintió un calambre en una pierna. Intentó relajarse. Flotar aprovechando la salinidad del agua. Se tumbó boca arriba hasta que se le pasaron los dolores. Pero se le agotaron las fuerzas. Empezó a hundirse pese a todos los esfuerzos que estaba realizando. Veía, mientras trataba de regresar a la superficie, el paisaje que tenía ante él. Estaba todo borroso, pero iluminado. No alcanzaba a ver a más de medio metro de distancia. ¿Por qué se le ocurrió semejante locura? Si se hubiera portado bien nada de aquello estaría sucediendo. Pero justo en aquel momento, cuando empezaba a rendirse a lo que le deparaban aquellas aguas, sintió que le agarraban del brazo y le sacaban. No sin gran esfuerzo le subieron a una pequeña barcaza. Trató de coger aire. Dos rostros cubiertos con un casco lo observaban. "Qué suerte has tenido, muchacho. ¿Es que no sabes portarte bien?", le dijo una de las personas. Únicamente pudo sonreír y perdió el conocimiento.
Cuando despertó estaba tendido sobre la cama de su casa. Frente a él estaba la enjuta figura de una mujer que lo miraba con atención. Sus ojos marrones no le apartaban la mirada. Se dirigió hacia la cama y se sentó a su lado. Puso su mano sobre su frente. "No tienes fiebre". Llevaba un estetoscopio alrededor de su cuello. Se llevó sus dos apéndices a sus oídos y pasó a escucharle su corazón, los sonidos de sus pulmones. Aquella placa de acero estaba muy fría cuando la sintió sobre su pecho. Se estremeció ante la sensación. "Tienes tu ropa en el baño. Ahí te la hemos dejado. No entiendo por qué no te has de portar bien. Tampoco es tan difícil, ¿verdad? Además de salvarte te tenemos que dispensar los cuidados necesarios. ¿No te das cuenta que nos podríamos haber ahorrado todo esto? Con lo afortunado que habías sido al poder hacer esa velada tú solo. No seas un niño malo, no pierdas los beneficios que has ganado". Se quitó el aparato y he hizo lo propio con los guantes de plástico. "Quédate ahí. No te muevas. Enseguida vengo". Salió de la estancia. Se escuchó el correr del agua del grifo. Le trajo un poco en un vaso. "Debes beber y rehidratarte. Esta noche la pasaré contigo. Mañana haremos un cambio de turno. Mi compañero está fuera, por seguridad. Estate tranquilo. Pasarás dos días así, hasta que te recuperes".
Se volvió a sentar a su lado. "Este privilegio nos pertenece a los dos". Se soltó el pelo. Estaba recogido en un moño. Se desabrochó la camisa dejando ver unos firmes pechos que estaban cubiertos por un sujetador. Este también se lo quitó. La belleza de la parte superior de su cuerpo le dejó abrumado. Nunca creyó que pudiera existir algo semejante. Le empezó a acariciar el vientre. "¿Vas a portarte bien?".
- Sí - le contestó-, no sigas.
Se volvió a vestir. "Has elegido la respuesta correcta, parece que empiezas a querer portarte bien". Para ello se levantó de la cama. No podía creer lo que había sucedido. Le pidió que se detuviera inconscientemente a pesar de que deseaba que continuara. ¿Hasta esos extremos habían llegado? Recordaba vagamente que hubo un tiempo que aquellas cosas, el sexo mismo, eran vistas como algo normal, natural. Pero poco a poco se fue convirtiéndose en algo sucio, amoral. Tenía la noción de que también había sido así mucho tiempo atrás. Pero no estaba seguro. ¿Sería ese uno de los peligros ante los que los pretendían proteger? No estaba seguro ni de eso mismo. Actuaban de forma automática y el mero hecho de haber estado nadando era algo que no sabía cómo había podido ocurrírsele. Sentía una gran sentimiento de culpabilidad. No ya por haber puesto en peligro su propia vida, también la de aquellos que le habían socorrido al haberse expuesto con aquella misma acción.
- Estas empezando a comprender.
¿Comprender? Aquella no era la descripción adecuada. Más bien estaba asumiéndolo como algo natural ante lo antinatural de todo aquello. Pero este mismo pensamiento tardó poco en disiparse y pasó a dejar la mente en blanco en un pleno ejercicio de costumbres.
Aquella mujer respiró profundamente antes de decir algo.
- La cosa está así. Si hubieras seguido a tus instintos, si te hubieras dejado llevar por ellos, nos lo hubiéramos pasado bien. Así hubiera sido. Pero todo este proceso de aprendizaje, de comprensión, se hubiera frenado de golpe. Solamente habrían quedado dos alternativas. Y es que, como sabes, habríamos cometido un enorme sacrilegio. Nuestras vidas, como recompensa por ello, habría pasado a estar en boca de todos. Hubiera sido una hermosa forma de pasar a la posteridad. Y nos habrían convertido en monumentos vivientes que serían adorados por todos. Hubiéramos sido agraciados con el honor de ser contemplados por todos sin estar haciendo nada. Y entonces nos ofrecerían dos opciones. El quedarnos de esa forma; quietos, parados y formales, como tiene que ser, y pasar a la historia entre los muros de este lugar que nos protege del exterior. La otra habría sido que después, y por voluntad propia, abandonáramos este lugar y tener que ser acogidos por un pueblo desconocido e inhóspito. Nos hubieran despedido entre vítores. Ten por seguro que seríamos bien acogidos y que nos ayudarían contando nuestra historia para que la conozcan los lugareños. Así nuestra existencia sería más fácil y no tendríamos nada que temer. ¿Pero quién quiere dejar esto atrás cuando todas sus comodidades nos son entregadas simplemente siendo formales? No hay nada como ser agradecidos por lo que nos ofrecen. Y sé que estás de acuerdo.
Dudó por un pequeño instante. Pero sí, toda aquella sencillez era lo que deseaba la gente. Sentirse protegidos. Y también él. Por ello fue desechando todas las dudas que había tenido y las fue dejando en el pasado. No había sucedido nada. Era un tenue recuerdo que tendría presente a partir de entonces sin que se diera cuenta. Siempre le acompañaría. Al igual que la presencia de aquella mujer. "Voy a comer algo. Duerme un rato", le comentó.
Cuando despertó estaba puesta la radio. El boletín informativo estaba en marcha. No es que estuvieran obligados a escucharlo, pero tenían la costumbre de hacerlo. Tenían que saber qué era lo que habían hecho hasta ese momento por ellos y lo que estaban haciendo. Aquella era una de las maneras que tenían de agradecer toda aquella seguridad. Y, mientras tanto, fumaron el cigarrillo de rigor. Cuando acabó el noticiario se mantuvieron en silencio. El contemplaba el techo de la habitación. Ella miraba por la ventana las estrechas calles. La gente caminaba de vuelta a sus hogares. Y lo hacían solos aunque se cruzaran entre ellos. Aquel mismo boletín lo habían escuchado en sus puestos de trabajo, antes salir. Y sus rostros reflejaba tranquilidad por ello. En un breve espacio de tiempo el silencio y la tranquilidad volvió a reinar en ellas. Su compañero estaba en una esquina, mirando atentamente al lugar en el que ella se encontraba. "Lo bueno de este mundo es que no hay necesidad de que nos conozcamos; ahí radica toda la confortabilidad que emana". La miró atentamente. Estaba de espaldas a él. "¿No sientes curiosidad por conocerme?". Se dio la vuelta y se le dirigió. Volvió a comprobar si tenía fiebre. "Tú tampoco tienes interés en ello". Y era verdad. Estaba deseando que pasara su turno y que transcurrieron esos dos días y volver a la tranquilidad de su seguridad. "¿Hacia tu compañero tampoco?". Se dirigió a la ventana y volvió a mirar. "Esto va a durar un poco más de lo que creía. No preguntes, eso únicamente te confundirá". Y sabía que en realidad así era.
- Sí, así es todo más sencillo.
- Bien, vas bien.
Tras levantarse de la cama se puso él también a mirar por la ventana. Ella se sentó en la única banqueta que había en el lugar. "Guarda silencio. Será todo más fácil". La miró y asintió con la cabeza. "Debes de reponer fuerzas. Come algo". Le dio un poco de pollo cocido y algo de chocolate. No había nadie en la calle, solo el compañero de la mujer. Ingirió el plato de forma rápida y volvió a tumbarse en la cama. Se quedó dormido.
Cuando se despertó a la mañana siguiente sus pocas pertenencias estaban empaquetadas. "Puede que tengas que irte, así que te hemos ahorrado un poco de trabajo". Miró los bártulos. No dijo nada. Que pasara lo que tuviera que pasar. Así sería todo más fácil. Le ofreció un poco de café y empezó a beberlo. Llamaron a la puerta. Era el relevo. Aquella mujer se marchó sin despedirse. Tampoco lo miró. Un hombre más alto que él entró en la estancia. No dijo nada durante los cinco minutos que estuvo allí. Luego regresó la fémina. No se inmutó. Si las cosas las hacían así tendría que ser por algo. "Vístete, tienes visita".
Una figura masculina con una gabardina oscura hizo acto de presencia. Se paró frente a él y le indicó que se sentara en la cama. Él ocupó la silla en la que anteriormente había estado la mujer. "Esto va a ser bastante sencillo, solamente debes contestarme a un pregunta".
- Adelante.
- Veamos. ¿Tienes la necesidad de saber qué va a pasarte?
- No, ninguna.
- Dentro de un día volverás al trabajo. Tu recuperación está marchando bien. A partir de entonces serás reeducado. Serás conocido por todos y tu vida pasará a estar en boca de todos. Ellos van a saber más de tí que tú mismo. Y te sorprenderán las cosas que descubrirás. Siempre quisiste ser famoso aunque tú no lo supieras. Y vas en camino de lograrlo. Pero tienes que tener un poco de paciencia. Todo va sobre ruedas. ¿Lo comprendes?
- Sí.
- Pasada una temporada abandonarás el lugar y te dedicarás a impartir todo lo que vayas a aprender de forma voluntaria. Nunca has sabido que esa era tu vocación y ahora estás empezando a descubrirlo. Eso es el hormigueo que sientes en el estómago y estás deseando empezar.
- Sí, así lo siento.
- Bien. Ahora me iré y descansarás hasta mañana. Guarda silencio y verás qué fácil será todo. Ha sido un placer.
- Igualmente.
- Por cierto. En el sitio al que irás encontrarás todas las facilidades posibles con tal de practicar la natación. No hay mal que por bien no venga, ¿verdad?
- Eso me vendrá muy bien.
- No me has dado las gracias.
- Gracias.
- Eso está bien. Hasta otra.
- Hasta otra.
Aquella figura abandonó el lugar. Y al igual que sabía que se volvería a encontrar con aquel hombre tenía la certeza de que a partir de entonces todo sería más fácil.
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