La estancia y la silla (final)
amnesty.org
Pidió una maquinilla eléctrica de cortar el pelo y una cuchilla. También alcohol. Durante el mes y medio que había estado ingresado prácticamente no había dicho nada. Se pasaba las horas mirando el techo recordando, una y otra vez, el tiempo que estuvo en manos de aquel individuo. Únicamente habló con los policías que le interrogaron. Les contó todo lo que había pasado. Todo menos una descripción de su rostro. Declaró que en todo momento lo llevó cubierto por un pasamontañas. Y no sabía por qué. Siempre había dos agentes en la entrada de la habitación. Lo hacían por su protección, por si se le ocurría aparecer por allí. Pero algo le decía que sabía perfectamente cómo se encontraba y lo que pasaba. Sin necesidad de acercarse.
Sentado en la silla de ruedas, con la piernas extendidas mientras se soldaban sus huesos, se dirigió al baño. Se puso de lado frente al espejo. Era la única manera en la que se podría afeitar. Parecía un auténtico náufrago después de tanto tiempo dejando crecer su vello facial. Pasó la maquinilla. Primero al cuatro y después al cero. Así le fue más sencillo recortarlo y dejarlo al punto de pasar la cuchilla. Se pasó agua caliente con tal de ablandar todo y se vertió el alcohol. Luego se afeitó todo. No sabía por qué lo estaba haciendo así, pero sí qué haría después. Le llevarían en ambulancia hasta su casa. Por suerte, y a pesar de vivir en un tercer piso, el edificio contaba con ascensor. No lo solía usar a no ser que fuera realmente necesario. Y calculaba que, aunque bastante justo, cabría en él a no ser que hubiera alguien más.
Acabó de afeitarse. "Maravilloso", se dijo. Y se sintió consternado por aquello. Era como si estuviera pensando como aquella persona. Trató de quitarse de la cabeza aquellos pensamientos. Se vistió solo, como medianamente pudo. A partir de ahora tendría que acostumbrarse a aquello. Les dijo a los agentes que ya podían irse.
Escoltado como iba, hubo un momento en el que se sintió un personaje importante. Pero el pensamiento se le pasó rápido. Deseaba llegar a casa y hacer lo que tenía que hacer. El viaje hasta ella también lo hizo en silencio. Sabía que el coche patrulla iba detrás de ellos, y aunque los médicos que iban con él intentaron entablar conversación no dijo nada. Quería llegar. Únicamente eso. Y comprobar cómo estaba su casa. Lo que tenía que hacer después... Ya vería cómo lo hacía sin que los agentes, lo cuales le iban a acompañar fuera al lugar que fuera, estuvieran con la mosca detrás de la oreja. Pero lo primero era llegar.
Le acompañaron hasta la puerta de su piso. Aunque primero comprobaron que no hubiera nadie sospechoso en sus pasillos. Tampoco lo iba a haber. Y no sabía por qué. Simplemente estaba seguro de ello. Cuando entró noto un olor familiar. La persona que tenía contratada había seguido haciendo la limpieza de la casa. Estaba todo perfecto y no faltaba nada. Estaba en orden aunque los recibos se hubieran acumulado. Estos habían pasado automáticamente por el banco, así que no tenía que haber problema alguno. Se dirigió a la nevera. Habían hecho la compra. Tal y como le gustaba. Cogió un poco de leche y pan. Con dificultad se hizo unas tostadas. Aquella maldita silla de ruedas le dificultaba todo bastante, pero le cogió el tranquillo rápido. Las untó con mantequilla y las comió tras mojarlas.
Después de terminar fue al baño con la intención de lavarse los dientes. Esto también le resultó complicado, sobre todo al momento de enjuagarse. No alcanzaba el grifo. Tuvo que volver a la cocina y coger un vaso. Llamó a los agentes. "Tengo que ir a casa de un conocido". Debía comunicarles todos los movimientos que haría, por muy ridículo que pareciera. Todo ello por si acaso. "Llamaré a un taxi", les dijo.
Volvió a comprobar que no sobraba mucho espacio en el ascensor. Bajó en cuanto le avisaron de que el transporte había llegado. Cuando salió del portal respiró el aire del lugar. Aquel era su hogar, pero nunca antes se había parado a olerlo. Olía a contaminación, sobre todo a la proveniente desde los tubos de escape de los vehículos. Se mezclaba con el poco verde que allí había y la humedad que había dejado la lluvia de dos días atrás. Pensó que el aire no era limpio, pero que podría ser peor. Sobre todo en verano, cuando el calor fuera sofocante. Ahora estaban en primavera, y el clima era bastante agradable.
El taxi era una furgoneta adaptada. Le ayudaron a subir e indicó la dirección al conductor. En silencio, hizo todo el trayecto mirando el paisaje. Cuando llegó al lugar señalado cogió aire con tal de tranquilizarse. No sabía qué se iba a encontrar ni cómo sería recibido. Se dirigió al bajo de un edificio. Allí había un antiguo negocio que tiempo atrás había bajado la persiana. En la lonja, la cual servía de vivienda, residía la persona que iba a visitar. Poco a poco, empujando las ruedas de la silla, se dirigió a la puerta. Tocó el timbre. Esperó un rato, hasta que abrieron la puerta. Una voz conocida le indicó que pasara. Y entró. "Bienvenido a tu nuevo hogar".
- No cantes victoria todavía. Sabes de sobra que me han acompañado.
- Sí, lo sé. Mis informadores me lo han contado todo. ¿Qué tal estás, mi pequeño gorrión?
- Bien. Aunque estaré mejor cuando acabemos con todo esto.
- Así será.
Entró en su interior y se sorprendió por lo iluminada que estaba la estancia. A su derecha, tras el antiguo mostrador, seguían las armas del viejo establecimiento. Entonces era cierto lo que decían. A pesar de cerrar el negocio seguía estando todo como antaño. "Si quieres puedes echarles un vistazo". Se lo dijo mientras bebía algo en su inseparable taza metálica abollada. "La tengo desde que era niño, la usaba cuando iba de campamentos". Lo sabía. Se conocían desde aquellos días. No le entraba en la cabeza que no le hubiera reconocido. Las horas que había pasado tirado en el hospital le habían empujado a ello. "Mucho has tardado en saber quién era".
- Con lo tímido y callado que eras... No esperaba que guardarás tantas sorpresas...
- Ni yo que vendrías aquí con ese perfume que tanto me gusta.
- Pensé que sería lo más apropiado. Incluso el hecho de afeitarme tal y como dijiste. Y tienes razón. Lo haré tal y como me dijiste. ¿No me vas a ofrecer nada?
- ¿Qué quieres?
- ¿Tienes coñac?
- Sí. Dame un momento. Tengo que bajar a buscarlo, me lo trajeron el día siguiente de que te fueras. Si te hubieras quedado un poco más podríamos haberlo disfrutarlo juntos...
- Las circunstancias me obligaron a ello...
- Sí, fue una lastima. Espera unos minutos. Ahora vengo.
Se dirigió a una puerta que daba al sótano. Sus escaleras bajaban hasta el mismo lugar en el que se alojó su invitado. Fueron unos días maravillosos. Fue al mueble y cogió la botella. También otra taza metálica que acababa de comprar dos días atrás mientras esperaba ese momento. Justo cuando le dijeron que le iban a dar el alta. Miró la silla en la que había pasado aquellos días. Cómo le dolía recordar aquello. Pero todo había resultado tal y como esperaba; y se acercaba el final. La acarició y dejó escapar unas lágrimas. "Esto va a llegar a su fin y va a empezar de cero". Subió las escaleras y le observó.
Y sí, estaba con una de las escopetas sobre sus piernas. Sabía que estaba cargada. No se asustó. Era el más que esperado desenlace a aquel amor imposible que iba a fraguarse por toda la Eternidad. Un amor que pasaría más allá de los tiempos. Un amor sobre el que se escribirían novelas, se harían películas,...
- Qué listo eres, mi querubín... Lo has entendido todo. ¿Cómo te sirvo el coñac?
- Triple, por favor. Y sin hielo. Quiero disfrutarlo.
- Lo haremos los dos.
Le pasó la taza después de verter la bebida. "Déjame sentarme. Imagino que querrás estar en silencio mientras bebemos".
- Eso es.
Disfrutaron del momento. No pusieron la radio. Ambos pensaban que ya habían escuchado bastante música. El individuo encendió un cigarrillo y se lo pasó. Lo aceptó con agrado. Encendió otro y empezó a fumar. Lo hicieron tranquilamente. Cuando iba a acabarlo le pasó un cenicero con tal de que lo apagará. Hizo lo mismo.
- ¿Estás listo?
- Adelante, mi gorrión.
Le apuntó con la escopeta. Pareció dudar un momento. Pero finalmente apretó el gatillo. El disparo le dio en el estómago. Cayó al suelo y se retorció de dolor. "Espera, relájate. Deja que apunte bien". No gritó en ningún momento, ni tampoco se quejó de forma audible. "Tranquilo, sé que puedes hacerlo". Volvió a disparar. Esta vez en la cabeza. Dejó de moverse.
En ese momento la Policía tiró la puerta abajo. Se dio la vuelta y les miró. Le apuntaban con sus armas. "¡Quieto!", le gritaron.
- Es lo que él quería. Es lo que yo quiero. Estaremos juntos a pesar de los demás.
El silencio se hizo presente. Le seguían apuntando. No pudieron hacer nada cuando puso el cañón de la escopeta bajo su papada y volvió a apretar el gatillo.
Comentarios
Publicar un comentario