La velada nocturna en la cabaña



La noche era fresca. Agradable y despejada. La brisa traía consigo la fragancia de las flores diurnas mezcladas con la humedad del ambiente. Las estrellas parecían abrazar el firmamento mientras la Luna oteaba sonriente el paisaje. Pero de su rostro emanaba un claro signo de preocupación. Lucía más gris de lo normal. Y él, mirándola como estaba al observarla desde el pórtico de la cabaña, no dejaba de sentir un extraño malestar en su cuerpo que venía acompañado de unos escalofríos constantes.

En ese momento, unos brazos agarraron su cintura. Tras apretar con fuerza, fueron subiendo poco a poco hasta alcanzar su pecho. "¿Qué es lo que pasa? Te noto nervioso", le preguntó con voz dulce su acompañante. "No lo sé, no dejo de tener una extraña sensación. Es como si desde la oscuridad nos estuvieran observando", contestó. Después, ella se puso a su costado y mutuamente se agarraron de la cintura. "Toma, fuma este cigarrillo, te ayudará a relajarte. Esa sensación son imaginaciones tuyas", comentó. "Lo más seguro. Pero vamos dentro, está empezando a hacer frío".

Una vez en el interior de la vivienda avivó el fuego de la chimenea. Dio un trago a la copa de vino, pero aquella extraña percepción no desaparecía. Miró por la ventana. La Luna parecía enorme y la parte inferior de su figura estaba siendo atravesada por una nube. Pero su rostro... su rostro dejaba ver un semblante de desconcierto. También de temor. Era como si quisiera decir algo siendo al mismo tiempo incapaz de hacerlo. "¿Qué significará esto?", se preguntó. "Hay un silencio muy extraño, ni siquiera se escucha el rozar de las ramas de los árboles". Se dio la vuelta y contempló a su compañía. Mientras vestía un delantal estaba preparando la cena. La pequeña mesa estaba dispuesta hacia tal ritual y en el centro dos velas encendidas presidían el mueble.

- Tendrás que esperar unos cinco minutos y podremos sentarnos. Ya verás qué sorpresa te he preparado.

- Estoy impaciente.

- Nada, tranquilo. Te va a encantar.

Mientras seguía cocinando volvió a mirar por la ventana de la cabaña. Le pareció... le pareció ver unos cuantos ojos que dirigían su mirar hacia el lugar. Se frotó los suyos pensando que sería una ilusión óptica. Bien, allí no había nada. Pero el malestar, aquella sensación de alerta, volvió a aparecer y lo hizo con aún más fuerza.

Un agradable olor le llegó. La cena estaba casi lista. "Huele muy bien, no sabía que fueras tan buena cocinera", comentó mientras seguía observando el exterior. "Es sólo uno de los secretos que tengo guardados en esta noche tan especial", le escuchó decir. Aún así, algo le sorprendió. Su voz se había vuelto más grave, casi melancólica.

- ¿Pasa algo? Tu voz ha cambiado.

- No, será la emoción. Dame un par de minutos más y estará listo.

Siguió contemplando la noche. En ese momento, una brisa de aire se levantó a la par que movía la espesa vegetación del lugar. Le pareció volver a ver aquellos inquisidores ojos. Pero tan pronto como aparecieron desaparecieron. Y aunque todo parecía estar en calma... aquella extraña sensación regresó. No podía dejar de pensar en que algo iba mal. De repente, se percató de que la estancia estaba en un completo silencio. El ruido del cocinar había desaparecido desde el momento en que ella dijo aquellas palabras.

- Son mi gente -, soltó de repente.

Aquello le dejó petrificado. ¿Qué quería decir? Se dio la vuelta y la miró. La observó detenidamente. Su rostro había adquirido un tono grisáceo. Unas enormes ojeras rodeaban sus ojos y sus labios habíanse vuelto negros. Unos afilados colmillos se presentaron. "Bienvenido a tu fiesta sorpresa, nos lo vamos a pasar muy bien en la cena".

Mientras posaba su mirada en él soltó un grito gutural que fue acompañado por otras voces que venían desde el exterior. Cayó al suelo y mostró espasmos de dolor mientras su cuerpo se balanceaba e iba adquiriendo otras formas. La ropa se rasgó por completo y fue depositada en el piso como si de unos viejos harapos se trataran. Su contemplar se tornó rojizo. Y era un rojo de rabia, lujuria y dolor.

Contuvo la respiración. "Vaya, así que era esto", dijo por lo bajini. Ella pareció escucharle. Una extraña sonrisa apareció en su rostro. "Sí, esto era. No sabes la de tiempo que he esperado con tal de poder estar a solas contigo. Y hoy era la noche señalada". Finalmente, su anatomía cobró forma de un gato montés. Pero este era mucho más grande. Tenía la altura de un lobo y su musculatura era enorme, extraordinaria.

De repente, él se puso a reír. "Qué lastima me dais. Sólo de pensar que tenéis que esperar a noches como esta con tal de transformaros me da una pena terrible". El gato se quedó inmóvil, pensativo. Había adquirido una postura de ataque, pero algo le impedía llevar a cabo esa acción. Una voz grotesca salió de su garganta.

- ¿Qué quieres decir con eso?

- ¿No te has dado cuenta? ¿No te has fijado en mis uñas?

Se las mostró. "¿Qué? ¿Acaso tú...?". Notó que parecían de marfil. Hasta ese momento no lo había apreciado. Y en caso de hacerlo desechó la idea pensando que podría tratarse de alguna enfermedad que les diera esa apariencia.

- Nosotros, a diferencia de vosotros, podemos adquirir nuestra forma complementaria cuando queramos. No necesitamos de magia ni influencias externas. Somos una maravilla de la evolución natural. Y conservamos nuestra consciencia. No somos como vosotros, unos seres que sucumben al ego y permanecen encerrados bajo la apariencia que tienes cuando os pasáis del tiempo de transformación.

- ¡Maldito! ¡Me has engañado!

- No, no te he engañado. En ningún momento. No necesitamos de la sangre humana con tal de subsistir. Vosotros sí. Sois caníbales venidos a menos por jugar a ser Dios. Y ten por seguro que no voy a dejar que me conviertas en parte de tu menú.

- ¿Qué vas a hacer? ¡Estás sólo! ¡Ahí fuera hay 8 de los míos!

- ¿Tú qué crees?

Al decir esto se arrancó la camisa con aquellas uñas que habían aumentado de tamaño. Sin dolor alguno, fue moldeando su cuerpo casi de forma mágica. "Mira, lo hacemos suavemente, con armonía y dulzura". Un vello negro y brillante fue ocupando su torso, su entera anatomía. Sus ojos adquirieron un tono amarillo que irradiaba bondad y comprensión. Se agachó y sus brazos y piernas adquirieron las formas de las patas de un lobo. Su hocico, grande y poderoso, no mostraba ningún signo de maldad a pesar de los enormes caninos que podían verse. Cuando acabó se dirigió a ella. La miró con delicadeza y la olió.

- Vete, te están esperando. Sabes que lo mejor es no entrar en un combate. Ni siquiera con todos ellos podríais vencerme. Es una lástima, pero siempre guardaré con cariño el haberte conocido.

Su voz apenas mostró cambio alguno. Aunque era mucho más cálida y amigable.

- Pero si quieres... podemos dejar aquí la disputa y seguir con la velada; lo que has preparado es una delicia. Mañana por la mañana te llevaré a tu casa y haremos como que no ha pasado nada.

La gata no dijo nada. El lobo fue a la puerta de la cabaña y con su enorme garra derecha la abrió después de accionar la manilla. Con un tono de autoridad se dirigió a los que allí había.

- Iros, no tenéis nada que hacer. Por hoy, la fiesta ha terminado.

Volvió a cerrar la puerta y fue hacia su acompañante. "¿Quieres seguir con la velada?".

- ¿No va a pasar nada, verdad?

- No, te doy mi palabra. Empezaremos desde donde lo dejamos.

Volvieron a adquirir su forma humana y fueron a cenar.

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