LA PERSONA QUE UNA BARAJA GUARDABA

Guardaba una baraja de cartas.

Solía tener la costumbre

de hacer girar una entre sus dedos.

Así lo hacía hasta que se gastaba

y repetía el ritual aquel

con otra que hubiera reservado.


Lo hacía con tal de quitar el estrés,

cuando se sentía aburrido

o cuando hasta por ello le daba.


Muchas veces transcurrían las horas

estando centrado en ello.

O la dejaba que descansase.


También pensó en comprar una nueva.

Pero que se terminasen

fue por lo que al final se decidió.

Ya llegarían los tiempos de otras más.

Pero hasta que eso llegase...

proseguiría sacándoles brillo.


De todas maneras... las guardaba.

Iba guardando las que gastaba.

Le maravillaba contemplar el tiempo

reflejado en la piel de su superficie.


Y le fascinaba sus fragancias.

La forma en la que reflejaban

el tiempo a través de los caminos

que vestían sus distintas edades.


También las plastificada

pretendiendo conservarlas mejor

como si de un viaje se tratase. 


En especial, la primera

le solía trasladar a un pasado

en el que no tenía esa costumbre.


Pero con esas, con las más viejas,

no acostumbraba girarlas por sus dedos.

Es más, ni siquiera se le había ocurrido.

Eso sólo lo hacía con las nuevas

y, a veces, hasta con dos a la vez.


Curiosa costumbre la que tenía

aunque la reservara en lo íntimo.

Qué curiosa manera de entretenerse.


Por lo menos visto en la lejanía.

Hasta él llegaría a pensar lo mismo

con las formas de los otros en distraerse.


Tenía bastante con su baraja.

¿Para qué mirar las manías de los otros?

Bastante excéntrico era lo suyo. 

Si él ya tenía su propia rareza...

Que todos con la suya siguiesen.


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