El enojo de Sauron
24/VIII/2020
Tal era su confianza... que Sauron decidió forjar una serie de Anillos para poder controlar a las distintas especies que habitaban la Tierra Media. O tal vez fuera su propia desconfianza a la hora de conseguir esto y el temor a que se sublevaran en contra suya. Ese fue uno de los mayores misterios que guardó para sí mientras moldeaba los Anillos y los grababa con unas letras pertenecientes a una lengua que él mismo había ideado con la intención de lograr tales menesteres.
Su ojo controlaba todo. De Norte a Sur. De Este a Oeste. Nada escapaba a su infalible visión a pesar de todos los siglos que llevaba buscando el Anillo Único. Perdió la oportunidad de gobernarlos a todos por su exceso de confianza . Y porque no supo ver que la codicia humana podía llegar a ser aún mayor que la suya misma cuando esta primera era corrompida de la forma en la que lo fue por sus propias armas.
Recordaba cómo fue que perdiera el Anillo ante un simple humano corrompido por la avaricia que trató de poseer para sí el poder que otorgaba la Alhaja. Él, con todo su inmenso poder, tuvo que retirarse y esconderse hasta que llegara el mejor momento en el que poder volver a salir a la luz que posteriormente debía convertirse en la Plácida Oscuridad. Sus intentos por regresar al lugar que creía que le pertenecía fueron siempre frustrados por su exceso de confianza.
Incluso, la Oscura Caligrafía que creó no había sido aniquilada después de que esta casi lo lograra con las demás que existían en aquellos lugares. Actualmente sólo existían en bibliotecas y archivos que las guardaban por si su venida se producía de nuevo. Él las habría destruido. Era el mejor sistema para conseguir un pensamiento único que no tuviera ningún ápice de discrepancia o saliera de lo que por él estuviera establecido.
Ahora que había conseguido volver a posicionarse podía observar todo con tranquilidad. Su rabia emanaba a raudales en forma de negras llamas que indicaban claramente su cada vez más en aumento enojo por los distintos concilios que se celebraban incluso entre las comunidades de vecinos más pequeñas. Ardía su cada vez más creciente odio a lo que no pensara como él. A lo que no tuviera sus mismas costumbres.
No había codicia. No existía la envidia. Ni la lujuria, la gula o avaricia. Tampoco existía el dolor ni el miedo a la muerte. La psicología se usaba para beneficio de la salud en vez del quebramiento mental. La lucha psicológica no existía. Pero a aquella situación le quedaba poco tiempo. Todo cambiaría en breve. Su ira estaba a punto de estallar justo en el mismo momento en el que empezó a mover las figuras de su particular tablero de ajedrez.
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