El concierto en un mundo sin enfermedades (V)




Lo que vio la dejó petrificada. ¿En serio aquello era el mundo real? ¿No sería otra recreación? Mientras corrían y corrían por las calles de aquella ciudad prácticamente derruida no podía dejar de pensar en ello. Su interés la agarraba de la mano a la par que indicaba que lo hiciera cada vez más rápido. "Corre, tenemos que llegar a algún lugar que esté protegido", le dijo entre jadeos por el esfuerzo. "¿Dónde vamos?", le espetó. "¡No lo sé! ¡Sólo corre!".

Siguieron haciéndolo hasta que encontraron la entrada a un puente que atravesaba la parte baja de varios edificios. Una vez dentro, y tras cerciorarse de que nadie les seguía, se sentaron en el suelo con la intención de recuperar el aliento.

- ¿Este es el mundo en el que vivimos?

- Tiene toda la pinta de que sí. Pero debemos mantener la calma. Tengo que contarte algo.

Le miró sorprendida. "¿De qué estás hablando?".

- La manzana. La clave está en esa manzana que dijiste que podías saborear. Fue cuando estábamos en aquel cuarto con el agente.

- Sí, me pareció muy extraño. Siempre habían sido insípidas.

- Antes de desaparecer me hicieron una visita. Fue antes del concierto. No era gente perteneciente a los dirigentes, sino de aquellos que viven al margen del sistema. O por lo menos eso me dijeron.

- ¿Qué quieres decir?

- Me contaron lo mismo que nos dijo el agente. Pero aseguraban que se habían introducido en el sistema que crea las recreaciones. Me dijeron lo que iba a pasar. Y que si aprovechamos esta oportunidad, lo que estamos viviendo ahora mismo, podríamos ser libres.

- ¿Libres? ¿A qué se referían?

- A poder llevar nuestra propia vida. A no estar atados a la recreación. Pero también podría ser que todo esto sea una parte de ello. O que hayan tenido algún problema con el programa. El agente se extrañó cuando comentaste lo de la manzana, aunque no lo aparentara. Creo... creo que por eso salió de la habitación. Creo que quería saber qué iban a hacer ante ello.

- Explícate mejor.

- Cuando vinieron a verme me comentaron que solían meter una especie de virus. Este se presentaría como algún tipo de anomalía. Y esta tiene que ser la manzana. Es como una señal de aviso con tal de indicarles que saben lo que hacen.

- ¿Pero qué es lo que hacen?

- Nada. No hacen absolutamente nada. Sólo nos controlan con tal de disponer de una sociedad idílica y libre de enfermedades.

- ¿Y qué hacen los otros?

- La guerra. Una guerra sin violencia. Parece que tienen una especie de acuerdo. Aquellos que decidan dejar todo esto lo podrán hacer libremente. Pero han de superar una prueba.

- ¿Qué prueba?

- Sobrevivir.

- ¡¿Qué?!

Le hizo una señal con tal de que guardara silencio. Escucharon un ruido que provenía del exterior del túnel. De algo que sobrevolaba la zona. Con sus dedos, la joven escribió en el suelo. "¿Eso es un helicóptero?". Un movimiento afirmativo de la cabeza de su interés le confirmó sus sospechas. Acto seguido, este borró lo que ella había escrito.

Cuando el estruendo cesó la miró directamente a los ojos. "¿Nunca has notado nada extraño?".

- Tú trabajas en una redacción. Escribes crónicas sobre la actualidad. Y puedes leer lo que otros publican sobre el mundo. ¿Nunca notaste nada raro? Cosas del pasado que hubieran sido cambiadas. Algo que pareciera surrealista por lo que en el texto se contara. Nombres que de la noche a la mañana desaparecen o son cambiados por otros...

Guardó silencio.

- No lo sé. A veces hay cosas raras. Pero como todo sigue un curso normal no le doy importancia.

- Ya... nada sucede que sea ajeno a lo establecido. Lo tienes interiorizado. Como si fuera un reflejo que te hace mirar hacia otro lado. Lo mismo pasó con la manzana. Si no hubiera desaparecido no le habrías dado importancia. Pero tu interior te decía que algo no marchaba bien. Y se te quedó grabado. Por eso lo comentaste en la habitación.

- ¿Esto no será parte de la recreación? Dijeron que no nos acordaríamos de nada...

- Sí y no. Si esto es el mundo real... nos quieren dar a entender lo que hay con tal de que elijamos. Si es una recreación... sería todo muy intrincado, con las dos partes luchando entre ellas y teniéndonos a nosotros en medio.

- ¿Qué quieres decir?

- Pues que nos estarían dando a elegir entre una realidad edulcorada y la recreación de una supuesta libertad. Servidumbre contra libre albedrío. O entre dos realidades ficcionadas. ¡No lo sé! Lo mejor es salir de aquí cuanto antes. Con un poco de suerte nos encontraremos con alguien.

- Una cosa. ¿Sabes que de ser todo esto real sería la primera vez que tocó tus manos? En un sentido literal, quiero decir.

- Sí, lo sé. Y también sería la primera vez que sentimos unos nervios que sean verdad. El corazón está a punto de salírseme del pecho. Pero hemos de irnos de aquí cuanto antes.

- Vale, de acuerdo. ¿Pero quién me dice que tú eres realmente tú?

Esto le dejó boquiabierto. No había pensado en ello. ¿Y si ella tampoco era ella?. "Salgamos de aquí", dijo al fin después de un suspiro que vino acompañado de una lágrima que cubrió su rostro.

La volvió a agarrar de la mano y lo hizo con fuerza. "Es por si todo esto es mentira, espero no haberte hecho daño".

- No, tranquilo. Vámonos. ¿Pero a dónde?

Miró a su alrededor con un gesto de incredulidad. "Por aquí". Y empezaron a caminar a un ritmo frenético. "Si esto está organizado igual que las recreaciones... tardaremos 30 minutos en llegar al exterior de la ciudad. Ahí hay un campo en el que hay una cabaña en el claro de un bosque. Es el único sitio al que se me ocurre ir".

***


Cuando llegaron a la cabaña respiraron con alivio. Ella se sentó en un viejo sillón que había en la sala y él comenzó a mirar por la ventana. "No, no enciendas el fuego. Podemos llamar la atención", le dijo tras notar que se levantaba e iba a la chimenea. "Hace frío", respondió. "Lo sé. Ven. Vigila un momento mientras voy a mirar si hay algo con lo que podamos abrigarnos durante la noche".

Regresó a los pocos minutos. Llevaba varias mantas raídas y algunos sacos en los que parecía que habían guardado patatas. "También he visto unos plásticos que nos pueden servir", le contó. "Y hay comida en lata. Pero no la podremos calentar si es que no queremos llamar la atención. Tendremos que hacer de tripas corazón".

- Ojalá me hubieras llamado "corazón" en otras circunstancias.

Se puso colorado ante aquello. Se dirigió hacia ella, la abrazó y le dio un beso en la frente. "Ojalá los dos seamos nosotros dos", susurró mirándola a sus ojos marrones. "Vamos a descansar. Ya comeremos después, cuando nos despertemos".

Fueron al único cuarto que había en la cabaña. Se acomodaron en la cama después de colocar los útiles que encontraron con tal de entrar en calor. "Puedes abrazarme, si quieres", le dijo ella. Sin decir nada, la atrajo hacia sí y esta colocó su cabeza sobre su pecho. Poco después se quedaría dormida. Él trató de no hacerlo. Estaba atento al más mínimo ruido o detalle que pudiera significar peligro. Pero, finalmente, el cansancio hizo que sucumbiera al sueño.

Se despertaron estando acompañados del olor de la comida recién hecha. En un primer momento, ninguno de los dos sabía dónde estaba. Poco a poco, fueron dándose cuenta de su situación y la alarma recorrió su cuerpo. No estaban solos en la cabaña. Se miraron y comprendieron que lo mejor era guardar silencio. Tras levantarse muy despacio, y casi sin hacer ruido, ambos agarraron un par de palos que encontraron. Fueron a la cocina.

Una vez allí, vieron un hombre que estaba laborioso entre los fuegos. Era alto. Media casi un metro noventa. Y corpulento. Su camisa de leñador dejaba entrever una portentosa musculatura. Y los más curioso: iba en zapatillas de casa.

Dio un par de golpes a una de las cazuelas con la cuchara y se dio la vuelta. Llevaba puesto un delantal y disponía de una espesa barba rizada y morena que le llegaba hasta los hombros. Sus ojos eran verdes y dejaba atisbar una agradable sonrisa.

- Espero que vuestro descanso haya sido placentero. Bienvenidos a mi humilde morada. Debéis recuperar fuerzas. Así que sentaros a la mesa y comed. Yo ya lo he hecho. Hacedlo sin prisas.

- ¿Quién eres?,- dijo ella mientras su interés observaba la situación en un absoluto silencio.

- Me llamó Armando. Los vuestros ya los sé, así que no hace falta ningun tipo de presentación. Por favor, sentaros. Cuando acabéis hablaremos. Hay muchas cosas que explicaros.

Estaban hambrientos, así que, aunque reticentes, aceptaron la invitación y se sentaron en la mesa. El hombre les sirvió un poco de sopa y dejó en mitad del mueble una serie de embutidos que había cocinado previamente. También había queso, membrillo y frutas. "Me hubiera gustado tener algún dulce que ofreceros, pero me ha sido imposible adquirirlos. Disfrutad de la comida". Les dejó también una botella de vino. "Lo hago yo mismo, a ver qué os parece".

Se sentó a la mesa con ellos. Sacó una pequeña pipa y se dispuso a prepararla. "¿Os importa que fume mientras coméis?", les preguntó. Se encogieron de hombros. Les daba lo mismo. "Con vuestro permiso, me voy a servir un poco de vino. Cuando acabéis tenéis café recién hecho. Tomaros todo el tiempo que necesitéis". Dio lumbre al tabaco y dio una bocanada profunda. Haciéndoles un gesto de paciencia con la mano, se levantó y fue a mirar por la ventana.

- Este sitio respira paz en todos sus rincones. No tengáis prisa. Cuando acabéis hablaremos largo y tendido. Estaros tranquilos. Disfrutad.









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