Cuando entró en aquella vieja casa
12/I/2020
El sudor le recorría todo el cuerpo. Era frío e iba acompañado por temblores en todo él. Estaba blanco. Su tez y su piel tenían esa tonalidad. Los golpes de su corazón parecían tambores resonantes en mitad del silencio. Había recorrido cinco metros marcha atrás, arrastrándose con sus tobillos y utilizando las palmas de su mano en forma de sujeción para no perder el equilibrio. Cuando su espalda chocó contra la pared su respiración se cortó a consecuencia del impacto, pero no se percató de ello. Parecía que llevara una eternidad sin poder respirar.
Pero,... ¿cómo había llegado a ello? Sólo sabía que en su grandilocuente curiosidad había ido corriendo hacia aquella casa. Las leyendas relataban historias de voces, golpes, ruidos,... También apariciones que parecían fantasmagóricas que no tenían explicación. Por eso fue a aquella morada. Cuando llegó vio una casa de esas que en Europa llaman las típicas de Estados Unidos de América. Un jardín sin cuidar alrededor de una casona de dos pisos abandonada. Los cristales estaban rotos y la hierba crecía por sus paredes. La puerta de entrada estaba fortalecida por trozos de madera claveteados en su cuerpo.
El buzón del correo, justo en la base, poco antes de aquella entrada que daba la bienvenida a las mascotas, tenía el trozo de metal colgando. La empujó. No estaba abierta. El paso del tiempo, la humedad y las termitas se habían deleitado con ella y estaba medio podrida, por lo que se podía entrar sin ningún tipo de esfuerzo. Ya dentro se podía ver una sala inmensa. Estaba a la derecha flanqueada por una cocina en el otro extremo. En medio de ellas unas escaleras que subían a las cinco habitaciones. Subió las escaleras. Tres estaban a la izquierda, dos a la derecha. Se oía algo que no sabía que era o de dónde provenía. Fue a la derecha, hacia donde se veía una pequeña escalera plegable que invitaba a subir al trastero. En realidad eran dos pisos y medio.
Subió aquellas escaleras que se tambaleaban con cada escalón que pisaba. Lo que vio le aterrorizó. Todo estaba cubierto de telarañas y emanaban un profundo olor a humedad. La madera parecía estar cubierta de sangre seca y putrefacta. Tendría que llevar allí años. Entonces un felino le bufó. De golpe su rostro se puso frente a él. Aquellos ojos verdes y amarillos le miraban fijamente. Mientras soltaba su advertencia le mostró sus dientes acompañados de aquel aliento que rezumaba peligro. Cayó por las escaleras. Su brazo izquierdo se dislocó e intentó ponerlo en su lugar. Lo hizo golpeándolo contra la pared. Aquel chasquido fue brutal. Se puso blanco. El mismo sudor frío que sentiría después. Casi perdió el conocimiento.
Se levantó tambaleándose y bajó las escaleras a trompicones. Casi se cayó, pero pudo sujetarse a aquella barandilla que estaba completamente podrida. La velocidad y la fuerza con la que bajaba la hicieron ceder justo al final. Instintivamente, saltó y cayó de rodillas contra el suelo. Se levantó y trastabilló hacia la izquierda. Salió corriendo por la puerta que al jardín daba desde la cocina. Salió desde el edificio. Y entonces, justo en aquel instante, vio el rostro endemoniado de aquello que lo estaba expulsando de aquel lugar.
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