El día en el que se presentó el Ángel de la Muerte

27/I/2020

clarin.com

Estoy aquí sentado. Estoy apoyado en una esquina. Dos paredes se cruzan mientras intento apoyarme en ellas. Ya no siento nada. No siento dolor. Ese hace mucho tiempo que dejé de notarlo. Estoy apoyado. Mi cabeza se agacha sobre unas piernas cruzadas que tienen las manos sobre sus rodillas.

Mi cabeza está sobre ellas. Y no tiene pelo. ¿Me lo raparon o se cayó? No lo sé. Creo que llevo días aquí, pero tal vez sólo son horas, tal vez minutos. Me han arrastrado. Lo han hecho entre dos; ahora lo recuerdo. Ese escozor en las rodillas me lo relata. Espera, no es escozor. Eso de ahí son huesos. ¿Hace cuánto empecé a sentir algo?

Huelo. Sólo huelo. Es el olor a orín y excrementos que de mí emanan. Y veo. La piel de mis brazos no tiene color. Sí, lo tiene. Es blancuzco, pero nunca había visto ese matiz. No tiene vida. Parece grisáceo. Y algo se desploma desde él. No puede ser. ¡Es mi propia piel! ¿Cómo lo he visto si mi cuerpo sólo consigue mover los ojos? Tal vez sea por eso, pero esa visión cada vez es más oscura...

Estoy tratando de mover las manos para contemplar sus palmas. No puedo hacerlo, me faltan fuerzas. Sólo consigo ver la punta de las uñas, pero esas no existen. Su comisura está rodeada de negra insalubridad mientras dos botas resplandecientes están en frente mío. No lo puedo creer. Su punta es lo más brillante que he visto nunca.

Se mueve. Lo hace lento. La veo venir. Se dirige a mi mandíbula. Hace un sonido cortante hacia el viento mientras se dirige a ella. Oigo el sonido. Algo se ha roto. Creo que es mi mandíbula inferior, pero no lo sé. No me puedo mover, tampoco siento dolor. ¿Eso que veo eran mis dientes? Intento respirar profundo, pero no puedo. Los pulmones me duelen, es la primera vez en mucho tiempo que recuerdo lo que es el dolor. Algo caliente recorre mis piernas. El orín vuelve a recorrer mi cuerpo. Es caliente, pero no reconforta. Una risa se escucha.

Otra vez me han cogido por los hombros. Otra vez entre dos y, otra vez, me han tumbado en algo después de arrojarme igual que se tira la basura. Algo me acaricia la cara. Es fino y punzante; eso es lo que alcanza a sentir mi malherido cuerpo. Va bajando por todo mi cuerpo hasta llegar a la vena más gruesa de mi brazo izquierdo. Mientras noto esto oigo una respiración que parece disfrutar por momentos.

Esa respiración susurrante, que no disimula su goce, llega al clímax cuando perfora mi extremidad. Me acaricia el rostro y me besa en los labios. Sólo entonces habla. "Cariño, amor, me conocen por mi apellido. Mengele dicen que es. Te quiero tanto que no siento odio hacia a ti. Esto hará que no partas con los mediocres. Amor, eres tan bello a pesar de no ser ario... Eres tan perfecto que es una perdida de tiempo experimentar contigo. Disfruta de este placentero partir".



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