LA PIEL DEL CORDERO

Se suelen oír los aullidos de los lobos

con las vestimentas de cada cordero;

a veces lejos, otras más cerca,

como si, realmente, fueran camaleones

al querer camuflarse con el paisaje.


Pero una cosa será el animal,

y cada circunstancia que vive,

y otra muy diferente es la del ser

queriendo aparentar otras formas.


Su amortiguada voz es simiente

buscando, tratando, de apaciguar

a lo que ha de volverse su presa

sirviéndole hacia sus pretensiones.


Siguen la distancia creando un territorio

inexistente; creado en un espejismo

en el que se refleja ternura

sirviendo de disfraz a lo prepotente

que sirve de paso previo al desenlace.


Este será alimentarse de las almas

de los que quieren ser dueños

en el frenesí de su banquete.


Y este se va volviendo más grande,

y ese traje más lustroso,

a medida que continúe atrapándolas.

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