EL TÚNEL

(15-XII-2019)

Era una noche estrellada de frío invierno. Caminaba con sus dos manos en los bolsillos para protegerlas de las bajas temperaturas mientras oía el repicar de sus pisadas. Pasó junto a un charco congelado que era fruto de las lluvias de días atrás. Contempló el firmamento, era claro a pesar de ser de noche y se preguntó qué sería el poder contemplar la Aurora Boreal. Tenía que ser algo grandioso, uno de los más increíbles fenómenos de la naturaleza.

Mientras observaba aquello notó el bao que se producía cuando exhalaba. Estaba junto a un parque con columpios y que tenía unas pequeñas pistas de fútbol sala y baloncesto. También había una de tenis en mitad de una verde planicie en la base de una ladera llena de árboles. Su caminar le había llevado por el centro de aquel pequeño pueblo hacia ese paseo. A doscientos metros de donde se encontraba había una serie de túneles que ayudaban a la gente a cruzar sin peligro una carretera con doble carril en ambos sentidos.

A aquellas horas no solía haber casi nadie caminando como lo hacía ahora él. Era una costumbre que tenía desde hacía mucho tiempo. No recordaba el por qué de aquella afición, solo sabía que lo relajaba. Eran muchas las noches en las que no se encontraba con nadie, pero también era verdad que había otras tantas en las que sí. De esa forma, pensativo, sumergido en lo profundo de sus pensamientos, se dirigió hacia los túneles. Eran cuatro en total. Se entrelazaban en un patio sin tejado donde sus direcciones se mezclaban. Cada uno de ellos era de cincuenta metros de longitud, dos metros y medio de altura y tres de ancho.

Cuando pasó al interior del que estaba en su camino el eco de sus pisadas aumentaron. Notó el desagradable olor a orín que había en las paredes. Este se mezclaba con el barro que había entre las baldosas, las cuales estaban desgastadas y en mal estado de conservación. Allí nacía hierba y, de vez en cuando, en la estación correspondiente, margaritas y alguna que otra flor. Las paredes, pintadas de verde en sus orígenes, estaban decoradas con grafitis. Algunos eran auténticos murales de creatividad, otros eran simplemente alguna frase o una firma dejada por alguien.

El eco de sus pisadas aumentaron de volumen según se iba adentrando en él y, de la misma forma, este fue disminuyendo mientras dejaba la mitad del túnel al acercarse a la salida. Cuando salió vio el banco que había. Era de cemento. Estaba en medio de una circunferencia que tiempo atrás había tenido césped. Ahora el barro lo dominaba y el único verde que había estaba en las esquinas de las patas del banco; un banco que estaba golpeado y le faltaba un trozo en el lado izquierdo desde la posición en la que lo miraba.

Cuando volvió a observar el firmamento contempló otra vez las estrellas. Había alguna fina nube que se desplazaba lentamente. Se dirigió hacia el túnel que estaba a su izquierda. En este, el olor a orín era más fuerte. A su salida vería un paseo rodeado por bosques e iluminado por farolas. Tal vez se cruzaría con alguien. Según avanzaba, y oía el sonido de sus pisadas, empezó a escuchar el sonido de lo que le parecía una respiración entrecortada. Poco antes de la salida del túnel, en el lado derecho, estaba tendido lo que parecía el cuerpo de un hombre.


Se paró en seco. No podía ser verdad aquello que estaba viendo. No podía ser verdad. Empezó a correr y, cuando llegó, se paró en seco. Fue a gritar, pero se le hizo un nudo en la garganta. Su grito se ahogó. Aquello no podía ser verdad. Un hombre de unos cincuenta años estaba tendido en el suelo rodeado de un charco de sangre. Aquella enorme y espesa mancha roja parecía provenir de su estomago. Había algo viscoso a su alrededor. Eran sus vísceras. Lo rodeaban por completo. Entonces gritó de una forma alocada y calló hacia atrás. Ya en el suelo, se alejó del cuerpo con los brazos y piernas hasta que chocó contra la pared del túnel. Seguía gritando. También sudaba. Se llevó las manos a la cabeza y las paso por su cara. No se dio cuenta, pero se la había manchado completamente de barro.

Observó el cuerpo tendido. Sí, todavía respiraba. Y se agarraba la herida con la mano derecha. Parecía que no había perdido el conocimiento. A gatas, y rápido, se dirigió hacia él. Lo miró. Estaba blanco por la pérdida de sangre. Le puso su mano derecha en su mejilla izquierda manchándosela de barro. No podía hablar, pero le sonrió. Respiraba con dificultad. Se quitó la chaqueta y la sudadera. La segunda, tras apartarle la mano, se la puso sobre la inmensa herida para volver a poner la mano sobre ella. Le puso la chaqueta sobre su torso para que entrara en calor. Se levantó del suelo. Estaba temblando. A duras penas consiguió sacar el teléfono móvil para llamar a emergencias.

Mientras miraba a aquel sujeto que estaba tendido en el suelo intentó marcar los números correspondientes. De pronto, sintió un empujón. Su cara chocó contra la pared. Notó un chasquido y un dolor inmenso. Su nariz estaba rota. Alguien le agarró de la parte posterior de su camisa y le dio la vuelta golpeándole la nuca contra la piedra. Todo le daba vueltas. Una poderosa mano le agarró del cuello para después asestarle un tremendo rodillazo en la boca del estomago. Calló de rodillas apoyándose en sus dos manos. Le faltaba el aire, no podía respirar. Vomitó. Acto seguido le volvieron a levantar.

Aquella poderosa mano le volvió a agarrar del cuello. No podía defenderse, estaba sin fuerzas. Oyó un pequeño chasquido, algo frío empezó a recorrerle el lado izquierdo de la cara, de arriba abajo, hasta llegar a su cuello. Sintió una pequeña punzada. No dijo nada. Estaba paralizado. Empezó a orinarse mientras el tipo que tenía delante se reía. Emitía una dulce fragancia que estaba mezclada con olor a tabaco y un aliento que rezumaba whisky. Lo apretó con su cuerpo contra la pared. Este era duro y demostraba una gran fuerza física. Fue acercando su rostro. El olor a la bebida era cada vez más fuerte. Entonces le dio un cabezazo. No lo soltó. Su nuca volvió a chocar contra la pared. Las risas seguían mientras su vista se nublaba y parecía que iba a perder el conocimiento. Entonces se empezaron a oír voces y ruido de pisadas. Se volvió a reír. "Volveremos a vernos", le dijo. Le soltó y cayó al suelo apoyándose en la pared. "Adiós".


 

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