ADIE Y CHITA; LA HISTORIA DE LA PROHIBICIÓN DE ACCEDER A UN ZOO POR “INTIMAR” DEMASIADO CON UN CHIMPANCÉ

Además ser un ejemplo de la desnaturalización de los animales que viven en cautividad, también lo sería por el daño que causó su vida como mascota y la dificultad a la hora de reintegrarse en sociedad

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Cuando se habla sobre el momento en que el Ser Humano comenzó a domesticar a los lobos hasta convertirse en “nuestros mejores amigos” se estima que se dio entre hace 15.000 y 40.000 años. Parece que los expertos no llegan a tener claras las conclusiones. Aunque es verdad que se habrían encontrado restos de 28 milenios atrás que, basándose en su dieta, indicarían que ya estaban conviviendo con nosotros. Fuera la fecha que fuera, desde que caminan junto a nosotros, se han convertido en una pareja indisoluble a nuestra condición evolutiva como especie.

Durante todo este periodo de tiempo han ido transformándose. Por efecto de la naturaleza han surgido diferentes especies entre ellos. También las hay que han aparecido por la labor de la mano humana. Han ido adaptándose hasta pensar que su propia manada es aquella familia en la que viven. Incluso han versionado el gesto mismo de la sonrisa nuestra, algo que no llevan a cabo con otros perros. Resulta increíble y fascinante su interacción con nosotros. Algo que tiene como peligro su humanización. Esto se traduce en tratarles como si de Humanos se trataran en vez de pertenecientes a otra especie.

Su significado sería que el trato hacia ellos sería semejante a si fueran un Humano más. Se da mediante los mimos, la sobreprotección, que realicen actos que deberían estárseles prohibidos… Todo ello conlleva que se crean los dueños de la manada en vez de integrantes de ella. Recordemos que es un animal gregario y que, por lo tanto, está “programado” para identificar al líder de la manada. Esta acción, además de ser considerada maltrato animal, puede empujar que él mismo se considere como tal. Además, suele llevar impreso la imposibilidad de relacionarse con otros cánidos.

Llevemos todo esto, aunque de una manera nada científica, al terreno de los chimpancés. Estos primates, tan parecidos a nosotros y tan diferentes al mismo tiempo, únicamente se diferencian del Ser Humano en apenas un 1% en lo que respecta al factor genético. Al observarlos podemos cerciorarnos de ciertos patrones de los que usamos. Incluso los bonobos, un primate muy parecido al chimpancé, parecen saludarse y despedirse de forma similar a nosotros en sus interacciones sociales. Pero esto solo se ha comprobado en aquellos que están en cautividad. Podría tratarse de algo aprendido del Humano y que no lleven a cabo aquellos especímenes que están en libertad.

Los animales tienen su cultura particular

Volvamos al tema de los chimpancés. Una consecuencia de que sean usados como mascotas o ser utilizados a la hora de la experimentación es que, en el momento en el que estén frente a frente con otros, no sepan cómo relacionarse con ellos. Es decir, podríamos concluir que su forma de interactuar socialmente es aprendida. Algo que nosotros mismos vamos adquiriendo con el paso de los años. Nos estamos refiriendo a las diferentes normas sociales que hay en cada sociedad. Algo que pasa entre los chimpancés y, al igual que nosotros, podrían variar en cada manada. Esto también los vemos en las diferentes regiones con sus culturas, etnias con sus costumbres o la forma de relacionarse que hay, incluso, en las diferentes religiones. Cuando dos diferentes se encuentran deben amoldarse una a la otra. Aunque, por desgracia, a lo largo de los siglos, infinidad de ellas han sido subyugadas o exterminadas.

Imaginemos que nos separan de nuestros progenitores en nuestra más tierna infancia. Y somos criados por una cultura completamente diferente a la que nos vio nacer. La hacemos nuestra ya que nuestro instinto de aprendizaje es una herramienta de supervivencia. Vivimos durante “x” años entre unas costumbres que no nos son ajenas ya que son las únicas que conocemos. De repente, de la noche a la mañana, nos vuelven a separar y nos mandan de vuelta a las de las cuales procedemos. De sopetón, aunque provengamos de toda esa coyuntura, nos vemos envueltos en unas normas y costumbres que nos son completamente ajenas. A pesar de ello, pese al sentimiento de no sentirse en casa, vamos amoldándonos a ellas. Y parece que “tiramos adelante”. Incluso prosperamos en la sociedad. En un día dado nos encontramos con alguien de aquella que dejamos atrás. Volvemos a estar cómodos. Pero nos vuelven a separar. El vacío puede ser tremendo y catastrófico.

Pongámonos en el caso de Chita, un chimpancé de 38 años que reside desde hace 30 en el zoológico de la ciudad de Amberes, en el Reino de Bélgica. Y decimos intentar ponerse en su lugar porque, a pesar de sus sentimientos y que podamos asociar diferentes situaciones con otras parecidas que pueden vivir los Seres Humanos, el funcionamiento del cerebro de un chimpancé, pese a que sea parecido al nuestro, no quiere decir que funcione de la misma forma. Tampoco lo será su imaginario y la perspectiva que puede llegar a tener sobre el mundo. ¿Sabe que está siendo observado? ¿Tiene sentimiento de claustrofobia? ¿Sufre durante su encierro? ¿Se relaciona con sus congéneres igual que si estuviera en libertad? ¿Cómo varía su forma de vida al tener la comida al alcance de la mano sin tener que luchar por ella como haría en su hábitat de origen?

Y ahora planteemos una cuestión desde una óptica Humana, aunque pueda estar condicionada por las posiciones o ideas que se pueda tener sobre ello. ¿Es necesario y ético arrancar de su espacio a un animal para poder exponerlo ante una audiencia que disfruta de él en lo que parece una actitud tan alejada de su realidad cotidiana? ¿Qué tipo de seres monstruosos somos que permitimos hacer negocio con ello? Incluso en el aspecto científico, ¿las observaciones que se hacen valen de algo si las conclusiones que se sacan son completamente diferentes a las comprobadas en aquellas hechas en libertad? Centrémonos, entonces, en el caso que nos ocupa. En el de ese chimpancé que responde al nombre de Chita y cuya historia se puede ir a la vera de lo que se ha intentado anteriormente explicar en lo que se refiere a lo del aprendizaje social en las diferentes culturas.

¿Una relación de amistad profunda?

Hasta la edad de 8 años vivió como mascota de una persona. Según indican desde el Zoo de Amberes, al llegar no sabía relacionarse con otros congéneres. Toda su vida la había pasado entre Humanos, por lo que según se supone, y lo que creemos que sucede en otras especies domésticas, como es el caso de los perros, se vería a sí mismo como otra persona más o viera a los Humanos como otros chimpancés. Es decir, no distinguiría a los de su misma especie. Tuvo que empezar desde cero. Aprendió su lenguaje, su forma de comportarse, la manera jerárquica en la que se organiza la comunidad en la que vive,… Su cuidadora, Sarah Lafaut, recuerda que todo ese proceso fue largo e “ingobernable”. A pesar de ello, sigue manteniendo vínculos hacia los humanos. Sería un claro ejemplo del resultado de un estudio realizado en 2014. Este afirmaba que los chimpancés que padecían un caso similar experimentaban “deficiencias sociales” a lo largo del tiempo.

Este mismo motivo podría ser el causante de que se sintiera tan “atraído” por una asidua visitante del zoo durante cuatro años. En todo este tiempo, Chita y Adie, ese es el nombre de la ciudadana belga, se reunían a través del cristal e intercambiaban caricias. Debido a su pasado como mascota podría tratarse de algo intrínseco en él, lo cual le recordaría el contacto humano e iría en su busca. Durante los momentos de horario de visita, mientras se acercaba a los humanos, Chita era desplazado por sus compañeros de manada. Lo ignoraban y no era considerado parte del grupo. La “relación” con Adie se habría convertido en tan cercana que los encargados del zoológico han decidido prohibirle la entrada ya que podría estar poniendo en peligro la vida del chimpancé. Algo que ha dolido a la belga.

Según explica, no entiende por qué no se le permite la entrada a ella y otras personas sí. De hecho, después de las horas de visitas, el propio Chita se sentaba aislado y sin ningún tipo de compañía. Puede que fuera por el rechazo de sus compañeros o porque echara de menos el contacto con humanos. Durante estos 4 años la presencia de Adie ha sido continua. Un portavoz del zoo ha explicado que un animal cuya concentración se centra en las personas es menos “respetado” por sus congéneres y que desean que Chita siga siendo “un chimpancé tanto como fuera posible”. La pregunta que se puede plantear partiendo de esta afirmación es cuánto de chimpancé queda en ellos al estar en cautividad. Ante todo esta situación, Adie argumenta que no entiende por qué le quieren quitar eso. Declara, además, que no tiene nada más en la vida. Ella le querría y él a ella. Añade también que están viviendo un “romance”.

 


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