LA HISTORIA DESENGRANADA DESDE UN TRAYECTO HABITUALMENTE COMÚN

 (28/XI/2019)


Sonó el despertador. Su sonido, estridente con ráfagas cortas y largas que se repetían alternándose, le hizo dar un pequeño salto en la pequeña cama. Abrió los ojos y contempló la tenue luminosidad de la habitación debido a la luz que entraba por las rejillas de las persianas. Se sentó lentamente en la cama mientras apoyaba los codos en las rodillas y se llevaba las manos a la cabeza. Todo le daba vueltas. Se frotó la cara con las manos y notó la dura barba que la cubría. Sintió un poco de nauseas. Alargó la mano derecha hacia la mesita que allí había. Cogió el mechero y un cigarrillo del paquete de tabaco que estaba bajo él. Se levantó despacio. Se tuvo que apoyar en la pared debido al breve mareo que sufrió. Cuando se le pasó abrió las persianas y salió al balcón.

Era temprano, sobre las siete de la mañana. Hacía bastante frío y parecía que iba a ser uno de esos días de invierno donde brillaba el Sol y las bajas temperaturas procedieran de alguna tormenta polar. Así lo llevaban diciendo en la televisión desde hacía varios días. Encendió el cigarro. La primera calada la aspiró profundamente y le provocó tos. Era una tos seca y áspera en la garganta. Cuando se calmó le dio otra calada. Esta entró más suave y pudo saborear mejor el sabor de aquel cigarrillo. No miraba nada. Solo el cielo aclarándose poco a poco. Cuando terminó apagó el cigarro y fue a la cocina. Se tropezó con una zapatilla que había en el suelo, pero no pasó nada. Estando en la cocina abrió el grifo y se sirvió agua. Lo hizo en un vaso de los queque llaman sidrero, el cual tenía 50 centilitros de capacidad. Lo bebió de trago. Le provocó una punzada en el estómago que casi le hace vomitar. Cuando se relajó, y consiguió que se le pasaran los sudores fríos, se sirvió un café solo. Estaba caliente, pero no quemaba. Lo bebió tranquilo. Cuando lo acabó se tomo otro. Esta vez acompañado de leche y con la misma cantidad de café.

Mientras tomaba ese segundo café encendió la radio, también otro cigarrillo. Sonaba música, algo de los Beatles. Le dolía la cabeza. Cogió un Ibupofreno y se lo tomó mientras daba un trago a la bebida. Parecía que el calor le hubiera calmado el cuerpo, pero no el dolor de cabeza. Cuando acabó de fumar se bebió de trago lo que le quedaba de bebida y se fue al baño. Fue entonces cuando orinó y se percató del desagradable olor que emanaba su orín. La noche de ayer había sido tremenda. Muchas cervezas al principio que fueron acompañadas con ron y whisky al final. Se miró en el espejo. Su rostro presentaba un aspecto lamentable. Sus ojeras eras enormes y los surcos de las arrugas en su piel parecían haber aumentado. Se lavó un poco la cara y se cepilló los dientes. Se metió en la ducha. El agua caliente le calmó aún más el cuerpo, pero justo cuando iba a enjabonarse vomitó. Era una mezcla nauseabunda. Parecía que la leche se hubiera cortado debido a los restos de la bebida de la noche anterior. Limpió los restos de vómito con agua y lejía. Se volvió a mojar y se enjabonó. Cuando salió se lavó de nuevo los dientes. Estaba blanco y parecía que el tamaño de las ojeras hubieran aumentado. Se secó y vistió. Salió del portal para dirigirse a la parada del autobús. Allí se fumaría otro cigarro hasta que llegara y se subiera en él.

Al entrar en el autobús se sentó en las sillas del medio. Hacía calor debido, eso pensaba, a la combinación del motor y la calefacción del vehículo. El trayecto hasta su lugar de trabajo duraría una media hora en la cual, por norma general, se hacían cinco paradas en las que se recogía a la gente. Después de llegar al punto de llegada andaría diez minutos y dispondría de otros veinte para poder cambiarse y empezar su jornada de trabajo. Llevaba años trabajando en aquel lugar. Era una empresa de comida rápida famosa en todo el mundo. Llevaba allí desde sus inicios, cuando dos hermanos abrieron aquel negocio. Les fue bastante bien, incluso llegaron a abrir varios restaurantes alrededor del mundo. Llegó a ver aquel apretón de manos por el cual le vendían parte de sus acciones a un colaborador que contrataron porque había inventado un instrumento que hacía que se cocinara más rápido. Curiosidades del destino, aquella persona abrió su primer restaurante justo enfrente de ellos. Con el paso del tiempo adquirió toda la empresa demoliendo su restaurante y manteniendo el de los hermanos. Hoy en día seguía en pie. Hacia allí se dirigía él. Los descendientes de los hermanos cobraban una parte de los beneficios de una empresa que daba de comer al 1% del mundo estando presente en todos los continentes menos en la Antártida y abría una nueva sucursal cada cuatro horas.

Por lo tanto, llevaba allí desde los inicios del negocio. Había estado trabajando para los dos dueños iniciales y con el que lo compró posteriormente. Desde aquellos primeros tiempos era el encargado de amenizar las veladas. El restaurante era un nuevo concepto de comida familiar. Estaba centrado en los chavales. La comida estaba dirigida a ellos y se hacía de forma rápida, sin perder los sabores y haciéndolo de forma entrañable. Él se disfrazaba de payaso. Un disfraz chillón era su uniforme. Su nariz era un vaso de cartón y llevaba un gorro donde podía transportar la comida. Tuvo mucho éxito y la franquicia empezó a abrir nuevas sucursales. Su personaje se hizo inmensamente famoso. Corrieron años de bonanza donde él disfrutó de la fama y el dinero. Llegó un día en que tuvieron que cambiar de nombre a su personaje y sustituyeron el uniforme por uno más chillón todavía. La fama del personaje aumentó e incluso llegó a ser más conocido que el mismísimo Santa Claus. Miles de personas en las distintas sucursales que se iban abriendo trabajaban portando el mismo uniforme que él. Aquello le llenaba de orgullo. Pero a medida que avanzaban los años la empresa empezó a ser sinónimo de trabajo precario y temporal. Una persona de cada ocho que vivía en el país donde se creó la marca había trabajado en ella. Incluso gente que hoy era famosa. Pero los sueldos bajos y el trabajo precario recibieron el nombre de la empresa.

Era bastante curioso. No se había dado cuenta de cuando empezó todo aquello. Mientras él disfrutaba de interminables fiestas debido a la popularidad que le dio el personaje, tanto las otras personas que lo encarnaban, o los que trabajaban en otros puestos dentro de la empresa, tenían poca calificación, cobraban muy poco dinero y casi no tenían oportunidad de abrirse paso en la empresa. Un emporio que con el precio de sus menús se había convertido en una forma de poder descifrar el coste de vida de cada país donde se encontraba y el valor de la moneda de este respecto a la natural del país de la empresa madre.

Él seguía en una fiesta eterna. Su fama se había hecho tan grande que crearon un universo de animación alrededor de su personaje. Incluso, mediante la creación de juguetes sobre él, y los otros que le acompañaban en innumerables aventuras, habían conseguido competir y superar a marcas especializadas en artículos dirigidos a los chavales. Disfrutaba de su trabajo y, sobre todo, de la fama. Habían conseguido crear un Universo que alimentaba leyendas sobre fantasmas. Recordaba el día en el que pasándose por una estatua de su personaje provocaron un pánico enorme a dos clientes. Aquellos dos personas estaban fotografiándose junto a lo que pensaban que era un maniquí. Uno de ellos comentó que se sentía cansado, el supuesto maniquí le agarró por la cintura y le afirmó que él se sentía igual. Huyeron despavoridos. Las risas de esta anécdota corrieron como la pólvora y se convirtieron en parte de la leyenda de la marca. Hasta ese día nadie podía afirmar si aquel suceso se trataba de una broma o la aparición de algún trabajador fallecido. Eso contaban.

Eso era lo que estaba pensando mientras miraba por la ventanilla del autobús. La cabeza, que no había parado de dolerle, le empezó a dar vueltas. De nuevo los sudores fríos comenzaron a cubrirle el cuerpo mientras un nudo en el estómago empezaba a agrandarse. Sacó una bolsa de plástico que llevaba en la mochila y vomitó otra vez. Todavía había restos del café y las bebidas ingeridas por la noche. Un poco de bilis también hizo acto de presencia. Cerró la bolsa, cogió uno de los caramelos de menta que tenía en el bolsillo izquierdo de su pantalón y se lo llevó a la boca. Estaba empapado de sudor. Volvió a mirar por la ventana. Era un paisaje urbano con sus casas y tiendas en las esquinas. El edificio más alto tendría seis pisos, los mismos que tenía el lugar en el que vivía. Lo hacía en un tercero, en un piso antiguo con una habitación y el baño. La sala estaba unida a la cocina. No había ascensor, por lo que alguna vez, cuando volvía de sus fiestas nocturnas, se había quedado dormido en las escaleras o se había caído.

No siempre había sido así. En los buenos tiempos, cuando estaba en lo más alto, compró un edificio entero de cuatro plantas. Él vivía en el ático. Disponía de una terraza enorme y su casa, aunque pequeña, era muy lujosa. La cocina era más grande que la sala y la única habitación tenía el tamaño de esas dos juntas. El baño disponía de ducha y jacuzzi. A pesar de todas sus aventuras amorosas nunca se había casado. Estaba demasiado ocupado disfrutando de la suerte que había tenido. Pero un día todo cambió.

Se había aficionado a las timbas ilegales de poker. Jugaba cantidades ingentes de dinero. Siempre había tenido suerte, siempre ganaba. Pero eso algún día tenía que cambiar. Se fue relajando. De repente se vio metido en timbas con gente sin escrúpulos. Eran los tiempos en los cuales la gran marca estaba siendo acosada debido a que se le acusaba de ser poco saludable, pues parecía que fomentaba la obesidad infantil. Grupos ecologistas la denunciaron debido a la falta de respeto al medio ambiente. Incluso la acusaron de explotación laboral infantil. Una empresa tan grande, de la cual la Reina de un país era dueña de unos de sus restaurantes, estaba sumergida en constantes litigios.

Lo perdió todo en una partida desafortunada. Se consideraba una persona legal, la cual no hacía trampas en las partidas que jugaba. Pero a él se las hicieron. Tenía la mano más alta que había tenido hasta entonces. Una escalera de corazones acabada en la reina. Su rival, un contrabandista de alcohol, saco otra; una escalera real de tréboles. En aquella mano apostó todas sus posesiones. Había estado perdiendo toda la noche. Era la primera vez que le pasaba y no sabía cómo reaccionar. Por eso fue con todo. Al día siguiente, el individuo se presentó en su domicilio y le pidió todos los papeles. Él tenía alquiladas las tres viviendas de los cuatro pisos y las dos lonjas de los bajos, en los cuales había un restaurante y una floristería. El individuo le concedió el lujo de vivir donde lo hacía ahora con la condición de que le pagara un módico precio al mes. También le tuvo que ceder los derechos de su creación.

Bajó del autobús. El frío se notaba más debido a las cortantes rachas de viento. Subió hasta arriba la cremallera de su vieja chaqueta para después acomodarse bien la mochila y ajustar el gorro de lana negro que llevaba. Empezó a andar. Le temblaban las piernas y tenía que andar durante diez minutos. Encendió otro cigarrillo mientras caminaba. Después de verse en aquella situación no quiso que le ayudaran. Siguió adelante con su vida. En el restaurante le pagaban un sueldo con el que podía pagar al contrabandista. Trabajaba todos los días de la semana durante 14 horas. Comía allí, por lo que le sobraba del sueldo lo utilizaba para costearse sus juergas. Nunca más jugó al poker. Fue entonces cuando, en los momentos de sobriedad que tenía, empezó a ver el mundo que le rodeaba. Fue cuando sacaron un documental que denunciaba la diferencia en el aspecto entre los productos al anunciarse frente a lo que se ofrecía. Pero a él le daba igual. Solo pretendía pasar desapercibido. Ignoró completamente la moda de los payasos que asaltaban a la gente aunque la empresa decidiera hacerlo menos visible debido al temor generalizado.

Desde el día de la partida llevaba más de diez años durmiendo apenas tres horas al día. Al llegar a su sitio de trabajo encendió otro cigarrillo antes de entrar. Después de apagarlo entró. Le quedaban 20 minutos para empezar. Suficiente para tomarse un café, ponerse el disfraz y maquillarse. Cuando se lo puso dio un trago a la bebida. Estaba caliente. Le reconfortó. Justo cuando iba a empezar a maquillarse apareció el jefe del local y otra persona.

El jefe tendría su misma edad. Medía metro setenta y cinco, pesaba noventa kilos y su cabello era totalmente gris, igual que su poblada barba. El otro medía casi dos metros y pasaría del metro noventa. No llegaría a los treinta y cinco años. El jefe le puso la mano en el hombro para que se tranquilizara. Se conocían de toda la vida. Él sabía de todas sus andanzas y, aunque no le hubiera dicho nada, también sobre la situación en la que se encontraba. Le había visto pasar de lo más alto a lo más bajo. Incluso fueron juntos al colegio e instituto. También llevaba allí desde los primeros días, pero se mantuvo alejado del ruido que se creó alrededor y siguió con una vida que se consideraría normal. Su vida estaba marcada por el alcoholismo. Tenía tres hijos y contaba que no les vio crecer por ello. Un día, después de tener un accidente de coche que casi le cuesta la vida, se percató de que tenía un grandísimo problema. También sus más allegados. Decidió que necesitaba ayuda. Fue a una Asociación de Alcohólicos para poder salir adelante. Desde entonces no solo luchaba todos los días contra su dependencia, llevaba más de quince años sobrio, sino que además estaba viendo crecer a cuatro nietos e intentaba ayudar a gente con su mismo problema. El joven pertenecía a la Asociación no porque fuera alcohólico, sino porque sus progenitores lo eran y la Asociación les había ayudado. A pesar de ciertas recaídas, actualmente los dos estaban limpios y él pudo acceder a estudios superiores tras una infancia marcada por los malos tratos influenciados por el alcohol. Le invitaron a que se sentara tranquilamente y hablara un poco con ellos. Por la tarde irían a una reunión. Aunque negó que tuviera algún problema, aceptó ir a regañadientes.



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