Una absorción mayestática
Tal vez no debería haberse tomado aquel café. Quizás lo mejor hubiera sido una cerveza o un whisky. Pero a pesar de su contraria posición hacia lo que depararía aquella reunión debía estar sobrio. Aunque soltar algún que otro exabrupto no vendría nada mal. Sobre todo con tal de que tuvieran presente su opinión ante aquella "tragedia". Y no era por la frustración que sentía después de haber levantado aquella Agencia desde sus cimientos. Ni por el hecho de que fuera a ser absorbida por una de las mayores que había en el sector. Sino por cierta gente que en ella trabajaba.
Así que, tras pagar al camarero y recoger los cambios habiéndole dejado una pequeña propina, salió de la cafetería y entró en un frío callejón. Después de tanto tiempo atravesándolo seguía provocándole náuseas el fétido ambiente que en él había. Pero lo hacía por una buena razón. Aquello lo mantenía despierto y alerta ante cualquier peligro que acechara. Lo mismo sucedía con el seguir aquella rutina año tras año. Estaba convencido de que si quisieran atacarlo la mejor manera de cerciorarse de ello era ir por el mismo camino para encontrar cualquier indicio. Y hoy, sumido como estaba en sus pensamientos, estaba más atento que nunca.
Aunque entendía la postura de Filemón, estaba convencido de que el hecho de dejarse absorber por la TIA les quitaría autonomía. No tendrían libertad de movimiento por unas normas que consideraba demasiado estrictas y anquilosadas en tiempos pretéritos. El éxito que habían tenido como agentes secretos era porque podían actuar según sus ideas. Y estas, aunque un tanto anárquicas, siempre estaban orientadas bajo un estricto Código Ético que habían desarrollado codo con codo. Es más, sabía que Vicente, el Superintendente de aquella organización, había movido montañas con tal de que se sumaran a sus filas. Y lo harían como entes de pleno derecho. Pero estarían bajo su constante supervisión y órdenes.
Además, el punto flaco de aquella Agencia era la sección de inventos. Esta estaba comandada por el profesor Bacterio. Y nunca había tenido con él una mínima afinidad. Sentía que el barbudo despreciaba sus métodos. En una ocasión, llegó a sus oídos que lo consideraba un mero alquimista que había quedado anclado en el medievo. Y él, que en su juventud había obtenido múltiples galardones de ilusionismo, no comprendía el porqué de que sus sistemas no pudieran complementarse. En más de una ocasión había imaginado el poder sacar provecho de sus inventos mientras recurría a su sistema de disfraces. Pero guardó silencio. Lo hizo incluso cuando la CIA le invitó a unas conferencias en las que detalló su particular sistema.
En aquel instante, inmerso como estaba en las circunstancias que rodearían su futuro desde entonces, algo le llamó la atención. Fue un ligero movimiento en el aire. Le resultó antinatural, como aquel que suele acontecer cuando una persona de gran tamaño intenta disimular su presencia. Trató de no alterarse, de que no pareciera que lo había percibido. Logró escuchar sobre el ruido de sus pisadas y oyó una respiración entrecortada. La estaban conteniendo. Si hubieran seguido haciéndolo con total normalidad no hubiera sentido nada extraño. Pero fue el querer forzar el curso natural del cuerpo lo que lo delató. Prestó un poco más de atención y creyó saber quién era.
- ¿Eres tú, Anselmo?
Pudo percibir otro sutil cambio en el aire. Aquello había cogido por sorpresa al "Paquidermo". Parecía querer frenar una cada vez más creciente rabia al verse descubierto.
- Creo que deberías quedarte ahí. Más que nada porque no serías rival. Sabes que no tienes nada que hacer. Además, si todavía no te has fijado, tienes al agente Bestiajez a menos de cinco metros. Puedes darte la vuelta y comprobarlo, si quieres.
En ese momento, escuchó la risa del otro. "Siempre me sorprendes, Mortadelo. ¿Vas a dejar que cumpla mi misión?".
- Vamos a hacer una cosa. Tengo una cita importante. Así que tú, mi querido "Paquidermo", vas a pasar por aquí como si nada. Ni se te ocurra tratar de atacarme. Pasarás de largo como si no estuviera aquí. Después, arreglaréis los asuntos que tengáis pendientes. No me voy a meter en vuestros asuntos. ¿Estás de acuerdo, Bestiajez?
- Por mi parte no hay ningún problema. Pero dime, ¿por qué haces esto?
- Lo comprenderás a su debido tiempo.
Arrancó entonces su caminar el de la gabardina. Poco a poco, vio aparecer la impresionante corpulencia del delincuente. Sus más de dos metros y casi 120 kilos le conferían un aspecto aterrador. Pero Bestiajez era de unas características similares. "¿Te ha quedado claro el trato?", le preguntó lanzándole una mirada que lo puso a temblar. "Sí, creo que sí"...
- Pues vete...
Cuando pasó junto al agente le hizo un gesto de fraternidad y cruzaron las miradas. Este asintió. Prosiguió su camino mientras escuchaba la forma en que los pasos de aquellos dos se iban alejando y eran cada vez más débiles. Lo que a partir de ahora sucediera era cosa de ellos. Él tenía cosas más importantes que atender.
En cuanto alcanzó el final del callejón pudo apreciar el edificio en el cual estaba la sede de la TIA. Fue hacia él después de cruzar la carretera por un paso de peatones. No veía cámaras de seguridad, pero sabía que estaban por todos los rincones. Al llegar al portal accionó el timbre del telefonillo que llamaba al último piso. La puerta fue abierta automáticamente y entró. El cambio de temperatura fue brusco. Había unos quince grados en aquella estancia que al fondo disponía de un ascensor. Junto a su puerta notó la presencia de Ofelia, la secretaria de Vicente.
Con su metro setenta, aquella rubia de cuerpo escultural parecía haber envejecido igual que un buen vino. A sus casi 50 años era mucho más atractiva que con 30, cuando la conoció en una misión. En aquellos días la Agencia que inauguró junto a Filemón acababa de arrancar. Él estaba recopilando información sobre un banquero y ella fue su acompañante en una fiesta. Habían realizado un pacto con la TIA para trabajar de forma conjunta. Y por nada del mundo llegó a imaginar que 20 años después estarían siendo absorbidos por esta.
- Vaya, me sorprendes. No pensé encontrarte aquí. En el despacho de tu jefe sí, pero no aquí.
- Me han pedido que te acompañe. Sigues siendo igual de atractivo.
- No puedo decir lo mismo de tí. Tu belleza ha aumentado.
Se rió y le indicó que pasara al ascensor. Vestía una minifalda negra que le llegaba hasta las rodillas. Además de una camisa blanca que estaba parcialmente desabrochada en su parte superior dejando insinuar un busto casi perfecto. Su esbelta anatomía podía sentirse a la perfección. Se puso las gafas y comenzó a leer unos documentos que llevaba.
- ¿Qué es?
- Algo de vuestro trato. Vais a salir muy satisfechos con él.
- Lo estaré si después aceptas tomarte un par de copas conmigo. Ya sabes, algo por los viejos tiempos y sin compromiso.
- Te lo agradezco. Pero no insistas, sabes que estoy casada.
- Algo había oído. Pero sí estarás dispuesta a tomar un café en compañía de todos nosotros.
- Tampoco. Os llevaré un poco en mitad de la reunión, pero yo no participaré de ella. Además, Bacterio no es amigo de las celebraciones.
- Comprendo...
El saber que Bacterio iba a estar hizo que la rabia se apoderara de él. Pero logró tranquilizarse. Filemón había luchado mucho por aquel acuerdo y no estaba dispuesto a que no fuera firmado por una salida de tono. Tal vez tuviera razón y debía dejar de lado todas las reticencias. Aquello era bueno hacia su futuro.
Cuando llegaron a la última planta, Ofelia le indicó que fuera al final del pasillo y girara a la derecha. "Ahí está el despacho del Superintendente; llama antes de entrar, pero encontrarás la puerta abierta".
Le sorprendió lo cómoda que era la alargada alfombra que cubría el piso. Ellos, como mucho, y aunque nunca habían sufrido limitaciones económicas, lo único que habían alcanzado a tener era un simple felpudo en la entrada del piso. Eso y cuatro sillones con una mesita que les servían como lugar en el que llevar a cabo las reuniones. Solían tratar que estas resultaran familiares.
"Adelante", dijo una voz profunda cuando tocó la puerta. Entró y notó que tras una enorme mesa estaba sentado Vicente. Frente a él, su socio. Y erguido, Bacterio se ubicaba al lado derecho de su superior. Hizo un gesto de incomodidad que no pudo disimular. "Bien, le estábamos esperando. Siéntese, por favor", comentó el Superintendente.
Mientras se encaminaba hacia la silla ubicada junto a la de Filemón percibió de nuevo aquel tic indisimulado del Profesor. "¿Tiene algún problema, Bacterio?", soltó nada más sentarse. "No, no, ninguno. Estoy un poco nervioso, eso es todo", comentó. "Pues siéntese usted también y relájese, hombre. Hoy es un día muy importante", dijo su socio. Parecía que había tomado la palabra del propio Vicente, y aquello le extrañó. No solía tener esa costumbre. No gustaba de hablar en nombre de otros. Ni que lo hicieran en el suyo.
Finalmente, el científico aceptó sentarse. Aunque parecía hacerlo a regañadientes. "Antes de nada, me gustaría saber por qué estoy aquí; esto es un asunto entre ustedes. Yo no tengo nada que ver en esto", dijo al fin.
Vicente le pidió que se calmara.
- Todos sus inventos van a estar en disposición de ellos. Pero quiero que les conozca un poco mejor. Sobre todo a Mortadelo. Nos gustaría que dejaran de lado sus recelos y sacaran provecho a las aptitudes que ambos poseen.
- Ojalá fuera tan fácil. Nuestros mundos son incompatibles. Lo mío es CIENCIA con mayúsculas. Lo de él, y que conste que no negaré sus increíbles resultados, es una fábula. Es magia. Es una pseudociencia que una persona como yo no puede coger por ningún lado. No podremos trabajar juntos.
Se produjo un tenso silencio. "Por ahora lo único que le puedo decir es que está equivocado... y le pido que tenga paciencia. Ya verá que con el paso del tiempo cambia de opinión", comentó su jefe con una delicada diplomacia. "Y ahora, prosigamos la reunión", indicó.
En estas, Mortadelo tomó la palabra.
- Miren, he llegado a la siguiente conclusión. Discutan y firmen lo que corresponda. Prefiero ir a dar una vuelta. Me fío de su juicio. Cuando llegue el punto en el que tenga que dejar mi autógrafo... llámenme. ¿Te parece bien?
Esto último fue dirigido a Filemón. "Vale, lo que quieras. Luego comentaremos los detalles en la oficina", le contestó. "Sí, será mejor así". Tras decir esto, tendió la mano a los presentes. E hizo especial énfasis con Bacterio. "Tranquilo, vayámonos conociendo y ya verá que podemos hacer un buen equipo". Tras despedirse, abandonó el despacho.
A la salida vio de nuevo a Ofelia. Estaba sentada frente al ordenador y parecía estar rellenando algo. "Dime una cosa, ¿seguro que no quieres aceptar mi invitación? También he oído que os estáis divorciando?". Aquella mujer levantó la mirada y le miró directamente a los ojos.
- Ya, tú sabes muchas cosas. Y puede que estés en lo cierto. Pero tengo trabajo que hacer y algo me dice que tendré que seguir en casa.
- Bueno, pues cuando quieras dame un toque. Te dejo esta tarjeta con mi teléfono.
Se despidió de ella y fue directo al ascensor. Cuando salió a la calle tuvo que ponerse las gafas de sol. Este le daba directamente en la cara. Miró a su alrededor y vio un bar. Fue allí con la intención de tomarse un café. "Chico, ponme un solo doble con hielo", dijo al sentarse en uno de los taburetes que había en la barra.
Nada más servirle la consumición, le tocaron en el hombro. Era Bestiajez. "Ponme una caña cuando puedas, anda. Vaya, las noticias vuelan como la pólvora. Así que a partir de ahora vamos a ser compañeros", comentó.
- No creo que este sea el lugar indicado con tal de hablar de eso.
- Ya, ¿y a quién le importa? ¿Quién va a estar escuchando?
- ¿Qué quieres, Bestiajez? Tengo que ir a la oficina.
- Nada, por ahora nada. Por cierto, el "Paquidermo" está en el calabozo. En cuanto cruzó la esquina, cuatro de los nuestros cayeron sobre él y lo apresaron.
- ¿Eran los que iban disfrazados de mendigo?
- ¿¡Cómo!?
- No es por tirarme flores... pero si yo puedo detectarlos... imagínate el día en que el que lo haga no esté en tu bando.
- Sabes que eso no sucederá jamás...
- Nunca digas de este agua no beberé... Creo que ya sé el porqué de que hayan querido que estemos en vuestras filas.
- ¿Qué quieres decir con eso?
- Te he dicho que este no es el lugar para hablar de ello... Confías demasiado en tus capacidades.
Bestiajez soltó un puñetazo en la barra haciendo que todo lo que había en ella saltara por los aires.
- Tranquilízate... Sabes que pierdes demasiado rápido los papeles.
- ¡Y tú eres un cobarde! ¿Por qué no has atrapado al "Paquidermo"? ¿Por qué has dejado que lo hiciera yo?
En ese momento sonó su teléfono móvil. Descolgó y algo le dijeron. "Tengo que ir al cuartel a dar el parte. Hago demasiado ruido".
- Te lo he dicho...
El agente abandonó el bar mientras que al fin Mortadelo pudo disfrutar del café en tranquilidad. "La que nos espera a partir de ahora; menos mal que esta tasca está bajo nómina de la TIA, que si no..."
Tras terminar la consumición, decidió ir al parque que había al lado del que a partir de entonces pasaría a ser su antiguo lugar de trabajo. Calculaba que la reunión duraría una hora más. Y la verdad es que no tenía ganas de ir a la casa. Aquel piso iba a estar plagado de recuerdos. Buenos y malos. De alegrías, tristezas, risas y lágrimas.
Una vez en el parque fue al inmenso lago que construyeron hacía más de 100 años. Diferentes aves nadaban sobre sus aguas mientras se alimentaban de peces, gusanos, insectos y la comida que les ofrecían las gentes. Y él no iba a ser una excepción. Cogió un pequeño y duro mendrugo de pan y lo desmenuzó. Nada más tirarlo, aquellos hambrientos animales se dirigieron hacia él. Le pareció que seguían alguna especie de jerarquía. Cuando acabaron, se fueron muy despacio e investigando si quedaba algún que otro resto más.
A lo lejos, un crío de apenas año y medio correteaba tratando de escapar de sus padres. Las risas de la criatura podían oírse a pesar de la distancia. Y una pareja navegaba en una pequeña barcaza que habían alquilado previamente. No eran muy caras, pero desechó la idea de dar un viaje con Ofelia. "Una pequeña lucha entre las sábanas sería mucho mejor", pensó. Notó también que el pequeño puesto de chucherías estaba abierto. No le vendría mal comer una pipas, así que fue hacia allí y esperó pacientemente a que la cola que había le llevara hasta el mostrador. Una mujer morena de unos 40 años atendía amablemente a sus clientes. Le sorprendió lo atractiva que era. Incluso se le pasó por la cabeza el tirarle los trastos. Pero en lugar de ello le lanzó una calurosa sonrisa cuando fue atendido. Y esta le fue devuelta. "Tenga, aquí tiene. Y no dude en volver por aquí. Es un lugar precioso", le dijo. "Tranquila, lo haré. Suelo venir a menudo". Se despidió y tomó camino a la oficina.
Al llegar, sacó las llaves con cautela. Esa acción la solía hacer fijándose en todo lo que había a su alrededor. Sobre todo en aquello que, por lo que fuera, le llamara la atención. No sería la primera vez que le seguían y, aunque esta podría ser su última visita, no estaba de más tomar todas las precauciones necesarias. Abrió la puerta y observó detenidamente lo que el reflejo le mostraba. Todo parecía ir bien. Entró y comenzó a subir las escaleras hasta llegar al primer piso para entrar en la vivienda que estaba a la izquierda. Al hacerlo, notó que no estaba solo. Por el perfume que había se dio cuenta de que Filemón estaba con alguien más. Y este no era otro que Vicente. Fue a la sala y apreció que estaban conversando mientras tomaban un whisky. "Anda, siéntate y toma uno. En dos días partimos hacia la Republica de Tirania", le saludó el que hasta ahora había sido su socio. A partir de entonces, aunque fuera bajo la formalidad burocrática, lideraría el equipo.
Fue hacia ellos y se sorprendió cuando vio que el brebaje era un Jhonny Walker. Más concretamente, un Etiqueta Azul. No podía desperdiciar aquella oportunidad. Decían que era un auténtico elixir. "Es un pequeño obsequio con tal de daros la bienvenida; aunque a partir de ahora os pediré austeridad y discreción", dijo en voz baja el Superintendente.
Mortadelo se sirvió una copa mientras lo miraba con un gesto que mostraba conformidad. "¿Los detalles de la operación están en esa carpeta?", preguntó. "Sí, puedes leerlos cuando quieras".
- De acuerdo. Si me lo permitís, voy al despacho a estudiarlo. Discutir lo que tengáis que discutir; ya me contará luego los pormenores.
Tras decir esto, se encerró y dio un trago a la bebida. Sería algo digno de Dioses, pero no le gustó. Prefería su JB de toda la vida. Una vez sentado y acomodado, abrió aquella carpeta que contenía los vaivenes de aquel país durante más de 40 años. También disponía de detallado perfil de Bruteztrausen, el dictador de aquel territorio. Todo lo concerniente a su vida, además de detalles psicológicos, estaban allí. Sucedía lo mismo con su cúpula más cercana, con aquellas personas que eran de su absoluta confianza. "Bien, esto está muy bien. Nosotros solos no podríamos haber dispuesto de esto. Pero hasta que lleguemos allí no sabremos qué nos encontraremos".
Sacó un cigarrillo que tenía en uno de los bolsillos de la camisa. Lo encendió, dio una profunda calada y bebió un trago del whisky. Entonces, se levantó de la silla y comenzó a mirar por la ventana. Al fondo, en una de las esquinas de la calle, había dos coches aparcados. Uno era el que había traído a Vicente y Filemón. El otro pertenecía a los guardaespaldas del primero. Prestó un poco más de atención. Sí, eran cuatro en total. Mientras dos disimulaban leer el periódico los otros daban vueltas por la zona. "Tal vez estén llamando demasiado la atención", barruntó.
En ese instante, le pareció que la puerta se cerraba. El Superintendente había abandonado el piso. Y afinando sus oídos pudo escuchar que le acompañaba otra persona. Esa se había quedado en el portal y no accedió a la vivienda. "Bien, parece que alguno de estos sabe cómo pasar desapercibido". Filemón entró en el despacho.
- ¿Tienes un cigarrillo?-, dijo con tal de romper el hielo.
- Sí, coge uno.
Mientras lo hacía, Mortadelo vio cómo se acercaban al coche y aquellas dos personas subían en él. Arrancaron y abandonaron el lugar. Poco después, uno de los que estaba dando vueltas hizo lo mismo con el otro vehículo. Uno a uno, y en una organizada acción, los otros desaparecieron del lugar sin que la gente común se diera cuenta de su presencia. "¿Quieres discutir lo de Tirania?", le preguntó Filemón mientras bebía un poco de agua después de haberlo hecho con el whisky.
- Sí. Conozco bastante bien el país, pero quiero saber qué es lo que piensa Vicente.
- ¿Y tú? ¿Qué es lo que piensas?
- Que la TIA está en un apuro por exceso de confianza. Y que nos han llamado como si fuéramos una especie de comodín.
- ¿No te enorgullece?
- No, me aterra. Me aterra el hecho de que confíen en nosotros. Me aterra que no sepamos amoldarnos a ese organigrama tan burocrático. Me aterra tener que hacer de profesor. Me aterra el pensar que dejaremos de hacer operaciones de campo con tan de ejercer de pedagogos. Eso es lo que me aterra.
- Ya, me lo imaginaba. Y el encontronazo con Bestiajez ha confirmado tus dudas.
- Sí, eso es.
- Vale. Te propongo lo siguiente. Estudiemos la operación que tenemos en marcha. Cuando volvamos ya discutiremos qué hacer y qué no con la TIA. Nos han dado vía libre.
- Mientras que eso no se nos suba a la cabeza... Vamos a pasar de la más absoluta humildad a estar dentro de la élite. Y no sólo eso: estaremos en la cúspide de ella.
- Entiendo tu preocupación. ¿Qué me dices de Bacterio?
- ¿La verdad? Estoy deseando probar sus cacharritos...
- Pues deberás ganártelo. Y parece que es un hueso muy duro de roer.
- Sí, lo sé...
- Vale, pero debes prometerme una cosa.
- ¿Cuál?
- Deja a Ofelia. Olvida los asuntos de faldas. O por lo menos los que tengan que ver con el plano laboral.
- Tranquilo, eso está hecho. Sabe muy bien cómo poner distancia. Y por mi parte estoy de acuerdo en su proceder.
- ¿Y la del quiosco?
- Es una buena candidata. Pero debe acabar su periodo de prueba. Se ha dado cuenta de que los de la familia eran de los nuestros. Es una buena señal. Pero ha sido demasiado amable conmigo. Podrían haberla descubierto. Se le ha notado que sabía quién era yo.
- Vale. ¿Hablamos de los pormenores de la misión?
- Venga, vamos a ello.
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