Torrente es forzado a hacer ejercicio

12/V/2020


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Entró Torrente en aquel pequeño bar cercano al portal en el que estaba el piso donde tenía sus pertenencias... aunque, en realidad, solía pasar muy poco tiempo en esa taberna. No era asiduo a ella. Y lo hizo de forma brusca, acelerada, derribando a una persona que estaba a punto de abandonar el establecimiento y cayendo sobre una de las mesas que estaban ubicadas a la izquierda de la entrada del local. El individuo lo hizo hacia el lado opuesto.

Cuando este se levantó lo hizo de forma lenta y profiriendo quejas a consecuencia del dolor mientras le lanzaba improperios al “brazo tonto de la ley”. Salió de allí no sin antes amenazarle con darle una “hostia” en su "cara de puerco seboso”. El agente pareció ignorarle, pero cuando estaba a una distancia prudencial, a unos 200 metros de distancia más o menos, le comentó al camarero que no le había “partido la cara” porque estaba exhausto tras la carrera que acababa de pegarse. Además de que seguro no le aguantaba “ni medio respirar”. Tras decir aquello, le pidió un JB con un hielo en vaso te tubo.

Cinco minutos antes había estado tratando de escapar de cuatro trabajadores de un restaurante chino. Según contó, sólo había mostrado su malestar a la camarera por no disponer de los cubiertos adecuados para poder comer: le habían dado dos pequeños palillos que asemejaban las baquetas de un tambor de juguete. Eso le había parecido y como tal lo comunicó. La empleada le trajo las herramientas que desde su punto de vista eran los pertinentes. El siguiente plato consistía en pollo, setas y bambú. Volvió a mostrar su disgusto.

La queja estaba basaba en que no había "pan normal” que acompañase el rancho. Le preguntó el origen de aquel ingrediente que desconocía. Al responderle que se trataba de bambú, sorprendido y agraviado, le inquirió si le había visto cara de oso panda, “¡Saca este plato de mi vista y tráeme un pan que pueda masticar!”. Su siguiente objeción se debió a la salsa del cerdo agridulce. Suponía que le iban a servir un potaje o algo parecido. Levantó el plato pretendiendo expresar su contrariedad y lo dejó caer sobre la mesa. Parte de la salsa acabó en el uniforme de la mujer.

Justo en ese momento, un hombre que observaba toda la situación desde una silla ubicada al lado de la entrada de la cocina hizo un gesto a los camareros. Cuatro de ellos fueron hacia Torrente y le levantaron en volandas. Cada uno agarró una de sus extremidades y se dirigieron a la puerta de atrás del local. Una vez allí, le arrojaron sobre las bolsas de basura que estaban fuera de un contenedor a rebosar. Se levantó a cámara lenta. Empezó a despreciarles, insultarles y amenazarles con pasar una temporada en el calabozo y cerrarles el "garito".

Ellos, ya dirigiéndose otra vez a sus puestos de trabajo, dieron la vuelta y fueron directos hacia él dando así comienzo una carrera que primero le llevó por aquel callejón angosto y oscuro donde el olor a humedad se mezclaba con el de la basura y el orín de animales y personas. Logró salir para que el Sol le cegara momentáneamente mientras chocaba contra las mesas y sillas de la terraza de algún bar que había acabado de abrir después de estar cerrado a consecuencia del coronavirus. Cuando fue recuperando poco a poco la visión aceleró el paso y empezó a empujar a los transeúntes que se cruzaban en su camino.

Su imagen resultaba hipnótica debido al rítmico bamboleo de su “cuerpo serrano” fortalecido durante años a base de una dieta basada en whisky, patatas bravas y bocadillos de sardinas en aceite. Los músculos le empezaron a doler nada más acabar de cruzar el callejón. Siguió corriendo mientras se preguntaba por el lugar donde podría resguardarse. Prosiguió su carrera mientras los pulmones le ahogaban y empezaba a sentir que iba a desmayarse. Y por fin pudo contemplar su salvación: el “Bar de Toñito”. Trató de acelerar un poco más el paso. Entró por la puerta y chocó contra aquella persona. Lo que no sabía era que le habían dejado de seguir apenas hubo comenzado a escapar de los cuatro empleados.

Después de vociferar al cliente contra el que había chocado le pidió el JB al camarero. Intentó coger aire mientras este le miraba atentamente. Se ahogaba por momentos. La mirada que le observaba era inquisidora, acusadora. “Torrente, no te voy a poner ningún whisky hasta que me pagues lo que me debes.”

-¿Cómo? ¡Si nos conocemos de toda la vida! ¡Te he visto gatear por este bar! ¡También vi tus primeros pasos! ¡Yo era uno de los parroquianos más fieles de tu padre!

Le volvió a mirar fijamente. “Sí, estás en lo cierto. Pero durante muchos años mi viejo no te atendió porque le debías 6.000 pesetas en whisky. No sé por qué te volvió a dejar entrar para deberle otras 6.000. Eso hace un total de 12.000. Lo que vienen a ser 72 euros, que al cambio de moneda y con intereses por la demora son unos 150 euros. A mí me debes otros 150, es decir, son 300, pero por el retraso ascienden a 400. Ya sabes, si quieres seguir viniendo a comer tus bocadillos de sardinas en aceite págame los 400 euros de whisky”.

- ¡No me jodas, Benjamín! ¡Ponme el whisky, además del bocadillo! ¡Y una cerveza o te cierro el local! ¡Hay que joderse! ¿No ves al Cuco? ¡Está todos los días en esa esquina con un viaje de “caballo” y no le dices nada!

- Sí, Torrente. Le veo. Pero el me paga el zumo de naranja que se toma.

En ese momento, “El Cuco”, que estaba dormitando apoyado en la mesa, levantó la cabeza y les miró. “¡Además el zumo es natural!”

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