La Criatura habida en el espejo




- No. No te puedo dejar salir. Sería una catástrofe. Aunque tuvieras razón... ¡Has de quedarte ahí!

El Monstruo que veía a través del espejo reía con sonoras carcajadas. Y estas eran guturales. Si el Infierno existiera... tenía por seguro que habrían salido de sus rincones más oscuros. Su rostro lleno de ampollas provocadas por algún tipo de quemadura le conferían un aire grotesco, inhumano. Además, sus ojos parecían irradiar toda la ira contenida en el mundo. "Sabes que tienes que hacerlo; es la única forma de que tengas paz. De vengarte por todo el mal que te han hecho. Podrás respirar tranquilo".

- No. Te he dicho que no. Por nada del mundo dejaría que escaparas. La vez que lo hice me cogiste desprevenido. Aquel hombre no tenía nada que ver conmigo. ¡Todavía están buscándole! ¿Qué pasará cuando encuentren sus restos?

- ¿Por qué te quejas? ¿Acaso no te sentiste liberado? ¿Qué más da la persona que sea? ¿Acaso no desapareció esa carga que llevas? Déjame salir. Esta noche podrás volver a sentir que el mundo se inclina ante tus pies.

- Me niego. Nadie tiene que sufrir por lo que me han hecho. Ni siquiera aquellos que me hicieron daño. ¡No, no y no!

- ¿En serio? ¿Acaso quieres quedarte aquí toda la vida? ¿En serio quieres ir hundiéndote en un pozo día tras día? Sabes que están atándote a este sitio en contra de tu voluntad. Que pretenden dirigir cada paso que des sin que tu opinión importe. Eres igual que un muñeco siendo sorteado en una feria. ¿No han movido ya bastante los hilos de tu vida? ¿Por qué no les das una lección? Lo tienen merecido. Que saboreen un poco de lo que has padecido.

- Me niego. Me niego en redondo.

Salió del baño como alma que llevaba el diablo. Pero aquella diabólica Criatura le seguía allá por donde iba. La podía ver sonreír en cada pequeño reflejo que en su camino se cruzaba.

Fue a la cocina. Necesitaba beber agua. Cuando llenó el vaso con la que salía del grifo la vio en él. "¿Crees que puedes escaparte tan fácilmente? Soy todo aquello que tienes guardado. Todas las ansias de venganza cobrando forma. Yo soy Tú. Soy lo que te han empujado a hacer con su desidia".

El vaso cayó al suelo. Roto como estaba en mil pedazos... podía verle en cada uno de ellos. "¿Sabes? Tendrías que dejarme salir. Sería muy sencillo. Y te sentirías en paz. ¿Cómo era todo aquel poder que sentiste la otra vez? ¿Cómo lo describiste en tu diario? «Orgásmico». Sí, esa fue la palabra. «Orgásmico». ¿En serio no quieres volver a sentirte así?".

- ¡Te he dicho que no! Voy a dar una vuelta. Necesito que me de el aire. Necesito tranquilizarme.

- Bien, bien. Ve. Pero te acompañaré. No puedes salir solo. Necesitas compañía. Alguien en quien apoyarte.

Trató de hacer caso omiso a la Figura. Poco a poco fue desapareciendo su presencia. Pero estaba sudando. Antes de salir debía darse una ducha. Y esta tenía que ser con agua fría. Así que se dirigió al baño y se metió bajo esta. Estuvo ahí unos cinco minutos. Al salir, se secó. También peinó su cabello y volcó sobre su cuerpo un poco de colonia. Cogió la ropa, se vistió y comprobó que no le faltara nada. Por ahora, no había señal alguna del Ser.

Cerró la puerta y llamó al ascensor. Allí, en el espejo que había, volvió a aparecer. "Tranquilo, sólo voy a ir contigo por precaución. Necesitas protección. Debes sentirte seguro". Se puso las gafas de sol y notó la forma en que las lágrimas comenzaban a surcar su rostro. Pero logró frenar aquella sensación y un pañuelo pasó por su cara.

- Bien, así está mejor. Disimula todo el dolor que tienes en tu interior. Eso servirá con tal de enfocarte mejor en tus propósitos. ¿Vas a ir al parque, verdad?

No le contestó. Decidió ignorarle. Pero el trayecto estuvo marcado por su Presencia. Cada cristal, cada objeto que pudiera reflejar algo, lo tenía de protagonista. Y aunque su sonrisa parecía benévola escondía una profunda maldad. La olía. La percibía. Se metía hasta lo más profundo de sus huesos como si de la humedad se tratara.

Cuando llegó al parque comenzó a relajarse. La única zona en la que podría personarse era en el lago. Por lo tanto, decidió no acercársele y disfrutar de las sombras surgidas de los árboles. Encontró un roble con un tronco inmenso y decidió sentarse en su base. La fresca brisa de la tarde hacía que ese momento fuera verdaderamente confortable. Tanto que, casi sin darse cuenta, fue quedándose dormido al son de la música que escuchaba mediante el dispositivo del móvil. Y este lo tenía completamente tapado con tal de que no apareciera la Criatura.

Algo húmedo en su cara lo despertó. Era un pequeño gato que no alcanzaría los dos meses de vida. Le estaba lamiendo. Parecía querer jugar, pero al mismo tiempo estaba hambriento. Le pedía comida. Aquello le llenó el corazón con un golpe de amor instantáneo. En la bandolera guardaba un trozo de chorizo. La cría debía de haberlo olido. Mientras se dejaba acariciar esperaba la recompensa. Sacó el embutido y la pequeña navaja que solía llevar con tal de cortarlo.

Al abrir la hoja le vio en su brillante superficie. "Hazlo. Sólo tienes que agarrarlo del cuello y clavársela en el vientre. Después bajarás el filo poco a poco. Sus tripas se desparramarán y podrás sentir su calor. ¿No querías sentir algo «Orgásmico». Ahí tienes tú oportunidad. Te lo estoy ofreciendo en bandeja".

- ¡No, te he dicho que no!

Un doloroso maullido le hizo volver a la realidad. Tenía las manos ensangrentadas. A sus pies estaba el diminuto gatito. Jadeaba y respiraba con dificultad mientras sacaba la lengua. A su alrededor, sus vísceras todavía palpitantes. Su tórax también había sido destrozado al abrirlo de par en par. No vio su hígado, ni los pulmones. "Saboréalos. Son un manjar exquisito. Pocas veces vas a encontrarte con algo tan delicioso".

Inmediatamente, tras oír que le decía aquello, vomitó. Soltó esas partes internas de la pobre criatura. ¡Las había comido crudas! ¿Cómo podía haber sucedido aquello? Entonces, escuchó un tremendo bufido. Era la madre del gatito. Había acudido al oír los gritos de angustia de su cría. Iba a atacarle. Pero logró salir corriendo del lugar antes de que le hiciera algo. "¿Qué has hecho? ¿Qué culpa tenía el animal?".

- No digas tonterías. Considéralo una especie de aperitivo. Dime, ¿qué has sentido desde el primer momento?

- ¡Déjame en paz! ¿Tú te crees que quiero hacer esto? ¿Que quiero andar por ahí cargándome seres vivos?

- Dilo. Di que te has sentido en paz. No lo niegues.

Paró en seco. Necesitaba recuperar el aliento. Necesitaba respirar. "¡Maldito bastardo! ¿Por qué no me dejas en paz?".

- Ya te lo he dicho. Yo soy Tú. Soy lo que los demás han hecho de ti. Dime, ¿no recuerdas cuando eras niño? ¿Acaso no es la misma sensación que tenías entonces? ¿No pagabas todas tus frustraciones de la misma manera? ¿Toda la ira que sentías no la liberabas así? ¿Cuántos animales te sirvieron de alivio antes de que te encerraran en aquel manicomio? ¿Cuánto tiempo fue? ¿Nueve meses?

Algo se removió en su interior. Lo había olvidado por completo. Era como si su mente hubiera decidido apartarlo con tal de hacer más llevadero su día a día. "Sabes que tengo razón. ¿A que te has sentido en paz?".

- ¡No, eso no es verdad! ¡Por nada del mundo! ¡Eso no es así!

Pero algo le decía que aquella Criatura estaba en lo cierto. Tal vez debiera ceder a sus advertencias. Quizás debía claudicar y dejar salir a aquella Bestia. ¡No! ¡Aquello no podía suceder! ¡Con una vez ya había tenido suficiente! ¿Y si le dejaba hacer con pequeños animales en vez de personas? ¡No, eso tampoco! ¡Aquello le convertiría en un Monstruo! ¡Lo volvería en Aquello!

- Sabes que eso no es así. Sabes que Tú soy Yo. Que Yo soy Tú. Somos la misma Persona. Lo que sucede es que no quieres sentirte Uno. Tratas de evitar ser Tú Mismo. Aunque sabes que tarde o temprano llegará el momento en que florezcamos. Que irradies la luz que hay en tu interior. Y esa luz cobrará venganza por todo lo que te han hecho. Por todo lo que nos han hecho.

- ¡Deja de repetir eso una y otra vez! ¡Eso no va a pasar de nuevo! ¿Sabes el lío en que me has metido? ¿Qué pasará cuando encuentren al hombre? ¡Yo vivía en paz! ¡Conmigo y con los de alrededor! ¡Deja de inventarte cosas!

- Sabes que tengo razón. Que necesitas ser otra vez Tú. Nada más que Tú. Tarde o temprano volverás a serlo. Pero necesitas tiempo. Necesitas estar preparado. Y ahora cállate. Alguien viene. ¿Es que no lo ves?

Una mujer de poco más de setenta años se acercó. Llevaba un carrito de la compra a rebosar y el cansancio que arrastraba era palpable. Iba con la cabeza gacha. Sólo miraba el suelo y no parecía darse cuenta de lo que sucedía allá por donde pasaba. Ni de la gente con la que se cruzaba. En medio de su trajín particular, frenó y sacó una botella de agua. La abrió y dio un largo trago. Entonces, resoplando por el esfuerzo, vio al joven.

- Disculpe. Siento molestarle. Pero vivo aquí al lado y creo que no voy a poder llegar. ¿Le importaría ayudarme? Vivo en un tercero sin ascensor y me va a ser imposible subir todo de una tacada.

Aquello lo sorprendió. Por nada del mundo esperaba que le hicieran esa petición. Estaba dudando. Pero decidió que accedería a socorrerla.

- Está bien, tranquila. La ayudaré. Pero dígame una cosa, ¿por qué no hace que se lo lleven a casa? Le sería mucho más cómodo.

- Ya lo sé, hijo. Mis hijos me lo dicen muchas veces. Pero prefiero hacerlo yo misma. No me fío, aunque sé que hacen muy bien su trabajo.

- Está bien, no hay ningún problema. ¿Dónde vamos?

- A ese edificio de allí. El que tiene la pared roja y la puerta metálica.

- Venga. Vayamos poco a poco. ¿Va a poder subir andando hasta casa?

- Sí, sin duda. El problema es la compra. No quiero tener que dejar parte de ella en el portal hasta que lleguen los chavales. No tengo que molestarles.

-Entiendo. Vamos, entonces...

Cuando llegaron la anciana sacó las llaves, abrió la puerta y entraron en el portal. "Ten cuidado, no sea que te lesiones con el peso del carro", comentó. "Tranquila, no voy a subirlo en volandas". Tras decir esto, fue empujándolo por cada escalón que subía. Esto hizo que su mente se despejara. Atrás había dejado a la Criatura. Incluso había logrado olvidarla por completo. Ni siquiera se percató de que ningún reflejo había en el edificio. Por no haber, no había ni un mísero espejo en el rellano de la entrada.

Con mucha paciencia, fue subiendo poco a poco en medio de un tremendo esfuerzo. Detrás de él podía oír los jadeos de la mujer. "Y pensar que tiene que subir esto todos los días..."

En cuanto llegó al tercero esperó pacientemente a la mujer. No sabía cuál de las dos puertas era la que daba entrada a la vivienda. No le quedaba más remedio. Al aparecer le dio las gracias. "Pasa, anda. ¿Quieres algo de comer? Te vendrá bien después de todo este esfuerzo", le dijo. "Se lo agradezco, pero no hace falta. Con que me deje usar el baño y me de un poco de agua me conformo".

- Está bien, hijo. Como quieras. Está al fondo del pasillo, a la izquierda.

Se dirigió ahí y fue directo al retrete. Tenía que mear. Así que bajó la bragueta y se puso a ello. Después, se lavaría las manos. Tenía restos de la sangre del gato. Suspiró. Por fortuna, la anciana no se había da cuenta. Tras frotarlas con el jabón que encontró las secó cerciorándose que no quedaran signos de lo que había pasado. Se miró en el espejo. Tenía unas ojeras enormes. Daba la impresión de no haber dormido durante mucho tiempo.

Al salir, vio una luz encendida. Supuso que sería la cocina y que ella estaría allí. Fue con la intención de beber un poco de agua y despedirse. Si otro día necesitaba ayuda podía pedírsela, por lo que optó por dejarle el número de teléfono. Sí, eso haría. No le vendría nada mal hacer un poco de ejercicio de vez en cuanto. Cuando entró vio una cajita con unos pasteles. "Coge, anda, tienes que recuperar fuerzas". 

"Gracias, pero no hacía falta", le comentó al verla. Aunque, por educación, y a regañadientes, agarró una de chocolate. "¿Tiene un trozo de papel? Le voy a apuntar mi número por si en alguna otra ocasión quiere que le eche una mano".

- ¿En serio? No tienes que hacerlo. Ya están mis hijos para ello. No te compliques por mi culpa.

- Insisto, por favor. ¿Dónde puedo apuntárselo?

La mujer suspiró brevemente y se dirigió hacia la vitrocerámica. Ahí había una pequeña libreta y un bolígrafo. Sin que él mismo se diera cuenta, el joven fue acercándose silenciosamente. Al darse la anciana media vuelta la agarró del cuello derribándola contra el suelo. Con sus dedos fue apretando la nuez hasta partirla. Ella trató de escaparse. Forcejeaba e intentaba dar patadas. Y él podía sentir sus pulsaciones a través de sus manos. La forma en que poco a poco disminuía su fuerza y el color del rostro iba tornándose cada vez más grisáceo. Finalmente, la resistencia cejó a la par que escuchaba unas fuertes y miserables risotadas. "¿Ya estás contento? ¡A que te sientes en paz!".










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