La camilla en la fría estancia




"No, no tengo nada en contra tuyo... es más, me caes bien. Bastante bien, la verdad. Me resultas muy agradable... sólo... sólo quiero comprobar si me estás mintiendo". Aquello lo dijo sentado en una silla de estudio mientras tenía las piernas cruzadas y las manos enlazadas sobre sus rodillas. No podía verle el rostro. Estaba cubierto por una mascarilla oscura. "Digamos que es una forma de intimar más a fondo... de saber si puedo confiar en tí".

Aquella estancia estaba poco iluminada. Una simple bombilla colgando de sus cables se encargaba de darle la poca luz que había. Pero permitía ver las marcas de humedad surcando las paredes. Y hacía frío. Mucho frío. "Sé que no es la forma más apropiada de tratar a un invitado, pero es la única manera de que me prestes atención". ¿Quién era aquel tipo? No tenía ni idea de cómo había llegado allí. Tampoco recordaba nada de lo ocurrido antes de despertarse.

- Estate formal. Sé que no puedes moverte, y es mejor así. Tampoco hablarás hasta que te quite la mordaza, pero antes tendré que inyectarte este suero. No sueles ser muy hablador. Y eso es algo que está bien. Sabes guardar lo concerniente a tu vida. Pero si se cruza con la mía debo saber a qué me atengo. Hay cosas que suelen ser bastante caras de vender. Y esta es una de ellas.

Tras decir esto, fue levantándose poco a poco. Resultaba que tenía algún problema de espalda. Y, por lo que le pareció notar mientras se acercaba, cierta cojera en su pierna izquierda. Pareció adivinar lo que estaba discurriendo. "Es la consecuencia de una antigua lesión mientras hacía deporte. El que la provocó está obligado a llevar muletas. Nada queda sin consecuencia si te cruzas en mi vida. Pero si deseas formar parte de ella has de superar este trámite".

Al llegar a su altura le miró detenidamente. Acercó su mano y acarició su frente. "Eres hermoso. Muy bello. Y esto resalta al estar cerca de tí. Eres una verdadera obra de arte. La naturaleza te concedió un don tremendo". Tras esto, hizo el mismo gesto sobre su nariz y pómulos. "Sí, eres una auténtica obra de arte. La lástima es el color de tu pelo. Siendo moreno en vez de castaño serías las perfección personificada. Además, esos ojos marrones con toques verdes tienen un aura especial. Parecen esconder unas artes mágicas que fueron olvidadas hace muchos siglos".

¿Qué estaba diciendo? ¡No entendía nada! Aquella mirada de tonalidad grisácea le escudriñaba como si estuviera taladrando su cerebro a través de la suya. ¿Y por qué no podía moverse? ¿Por qué no sentía el cuerpo? ¿Qué estaba haciendo en aquella camilla puesta verticalmente estando amarrado de pies y manos? Y lo más importante. ¿Cómo era que no podía recordar nada? ¿Cómo era que no podía recordar nada de su vida, ni siquiera su nombre?

- ¿Sabes? Lo interesante sería dejarte aquí. Completamente desvalido mientras vas sucumbiendo a la inanición. No sé cuánto tiempo tardarías en fallecer, pero no llegaría a tales extremos. Es un método bastante interesante con tal de hacerte hablar. Pero es inhumano. El sistema que uso es... más empático. Sí, esa sería la palabra adecuada. No sentirás ningún tipo de dolor. Por lo menos físico. Y en cuanto a lo emocional... sólo padecerás el miedo que en este momento surca tus venas. Después, cuando el suero circule por ellas, disfrutarás de una paz que nunca antes hubieras sentido. Una vez me dijeron que era parecido a un colocón de heroína. Así que lo vas a gozar.

Volvió a acariciarle los pómulos. "Sí, en verdad eres verdaderamente hermoso". Entonces, fue acercándose hacia él y le beso la frente. "Lástima que tenga que llevar esta mascarilla; me hubiera encantado saborear tu piel", le comentó a la par acariciaba su cabeza como si fuera la de un perro. "Espérame un momento, tengo que ir a coger los instrumentos". Pero antes de ello acercó una pequeña mesita transportable, de esas que tienen ruedas. Además, accionó sus seguros con tal de que no se moviera. "Bien, dame un momento". Fue en dirección a la silla y abrió un pequeño armario que al lado había. De él sacó una especie de pequeño maletín y regresó mostrando su ahora más que palpable cogerá. "Es por el peso ¿sabes? Se me cansa y me produce un tremendo dolor. Sobre todo cuando estoy parado. Así que tengo que procurar apoyarme en la otra. Pero en cuanto empiezo a andar se me pasa. El problema viene al quedarme frío. A veces el dolor puede llegar a ser insoportable".

Escuchó los chasquidos de los cierres al abrirse. De reojo, pudo contemplar su contenido. "Tranquilo, puedes mirar lo que hay". Le pareció ver una gran jeringuilla de metal y un pequeño bote en cuyo interior había un liquido trasparente. "Este es el suero", le dijo. También notó un pequeño sobre de plástico. "Ahí están las agujas", indicó. "Tranquilo, no va a dolerte nada. No lo haría aunque estuvieras sin sedar. En condiciones normales sería como sentir el pinchazo de una vacuna. Imagino que alguna vez te habrás vacunado, ¿verdad?". No pudo contestarle. "Me lo imaginaba, eres una persona que sabe guardar silencio". Justo entonces, una luz roja comenzó a encenderse y apagarse de forma intermitente.

- Vaya, están llamando al timbre. ¿Quién será? Ahora vuelvo.

Le vio alejarse y salir por una puerta que estaba a la izquierda de la silla. La cubría las sombras del lugar, por lo que hasta que la abrió no pudo notarla. Escuchó sus pisadas en lo que le pareció eran unas escaleras que ascendían. Sucedió lo mismo cuando atravesaba lo que sería un pasillo que estaba justo encima. Entonces, otra puerta fue abierta.

- ¿Señor Hernández?

- Sí, soy yo.

- Este paquete lleva su nombre. Ha de firmarme aquí y aquí.

- De acuerdo.

Nada. Se hizo el silencio. No se oía nada más.

- Aquí tiene. Que tenga buen día.

- Igualmente. Muchas gracias.

¿Qué significaba todo aquello? ¿Cómo tenía la osadía de dejarle escuchar su apellido? Volvió a oír el repicar de sus pasos mientras recorría el pasillo y bajaba las escaleras. Al abrir la puerta le pareció distinguir su sonrisa tras la mascarilla. "Ya era hora, han tardado dos semanas en mandarme este pedido. Bueno, ¿por dónde íbamos?". Esto lo dijo mientras iba acercándose.

- ¿Sabes? En estos casos... lo mejor suele ser que volvamos a empezar. Pero te noto cansado. El sedante está haciendo mella en tu cuerpo. Así que... tendremos que ponernos manos a la obra.

A continuación, extrajo una de las agujas que había en la bolsita y la colocó en la jeringuilla. Después, abriría el bote con el líquido e introdujo en él la parte punzante llevando una parte al interior del tubo. Accionó la palanca y extrajo unas gotitas.

- ¿Estás listo?

Buscó la vena que sobresalía en su bíceps derecho. Le dio unos golpecitos y bañó la zona con alcohol. Acto seguido, introdujo la aguja e hizo que el contenido entrara en su organismo.

- ¿Ves? ¿A que no ha dolido? Dicen que soy bastante bueno haciendo estas cosas. Vamos a tener que tener un poco de paciencia. En un minuto podrás empezar a contarme tus cosas.




Comentarios

Entradas populares de este blog

LA TOTALIDAD DE LOS PÁRRAFOS

Helena escribía su nombre con "h"

EL PORQUE SÍ... Y EL "POR TAMBIÉN"...