La oscura armonía en la aldea




Algo raro sucedía en aquella irreductible aldea gala. Los cuatro campamentos romanos que la rodeaban estaban vacíos. Sus integrantes desaparecieron de la noche a la mañana sin dejar rastro alguno. Desde ese día habían pasado cinco meses. Y las sospechas iniciales hacia un ataque sorpresa fueron a convertirse en un ambiente de alegría indisimulada. Aun así, Astérix estaba con la mosca detrás de la oreja. Más todavía desde que el bardo Asurancetúrix comenzara a cantar como los ángeles.

Y no, Panorámix no podía tener nada que ver en ello. Es más, todo comenzó un día en el que no estaba. Había acudido a un aquelarre con tal de dirimir qué hacer ante la volatilización de aquellas gentes que les servían de entretenimiento. Y todavía no había regresado. Ni siquiera habían enviado mensaje alguno en el que explicaran cómo marchaban las conversaciones. Por lo tanto, mientras acariciaba su tupido y rubio bigote en aquel risco, no lograba quitarse de encima la sensación de que un desastre acechaba.

No creía que el cielo fuera a caer sobre ellos. Pero siempre cabía esa posibilidad. Así que, meditativo, prosiguió escuchando la bella melodía que emanaba desde la garganta de Asurancetúrix. Por un momento le recordó al canto de las sirenas. Aunque lo descartó. No sentía atraccion por su influjo. Sólo disfrutaba de unas tonatas que resultaban embriagadoras. Además, Esautomátix y Ordenalfabétix habían dejado de pelearse por cualquier tontería. Y eso podría resultar ser algo bueno. Abraracúrcix dedicaba su tiempo a gobernar la aldea con tranquilidad y Edadepiédrix parecía haber vuelto a sus tiempos de juventud mientras se perdía con su mujer bajo las sábanas.

Pero Obélix... Obélix decidió dos meses atrás que iba a comenzar a hacer ejercicio. Y que a partir de entonces llevaría una dieta vegetariana. Incluso dejó el negocio del porte de menhires y pasó a crear hermosas figuras de arcilla. Había cambiado tanto su físico que podía rivalizar en belleza con Tragicómix, su eterno rival por el amor de Falbalá. Por fortuna, hacia tiempo que había superado aquella decepción amorosa. Incluso, rumoreaban que estaba viéndose en secreto con alguien desde hacía un mes. Nadie le comentó nada, pero todos lo intuían. También los jabalís. Estos, a pesar de ser hasta hace poco su presa favorita, veían con buenos ojos que el fortachón iniciara una nueva vida.

Por ello, Astérix estaba alerta. Toda aquella armonía no era normal. Sentía algo oscuro y turbio en el ambiente. Y no sabía qué era. Si Panorámix estuviera ahí podría consultarle sus dudas. Pero hasta que volviera... lo mejor sería guardarse esa incertidumbre. No quería romper aquel clima de paz y tranquilidad que disfrutaban. Aunque le resultara tan extraño y siniestro. Y esto era lo más importante: lo que más le hacía sospechar era esa capacidad atrayente que poseía. Era como si no fuera real pese a que la tuviera delante. Aunque pudiera palparla. Tenía la sensación de que no era de este mundo.

Miró al cielo. No, este no tenía pinta de que fuera a caerse. Y eso, en cierta medida, le tranquilizaba. Pero, al mismo tiempo, le hacía sentir un malestar aún más profundo. Volvió a contemplar a Asurancetúrix. Poseía algo que irradiaba malignidad. Y no sabía el qué. Era todo tan normal, tan pacífico... tan bello, al fin y al cabo. Entonces, recordó un nombre que en su momento Panorámix le comentó: "Nigromante". Estos eran Magos anteriores a la estirpe del Druida. Y decían que adoraron a criaturas malignas que fueron desterradas hacía muchos siglos. Decidió que tenía que ir a la cabaña de aquel. "Cuando quieras pasar el rato, o tengas alguna duda, todos mis documentos estarán a tu disposición; puedes consultarlos sin ningún inconveniente", le señaló en su adolescencia.

Pero no recordaba la contraseña que le permitiría leerlos. Si no era usada tenían el semblante de unas simples hojas sin escribir. Aunque no le dio mucha importancia. Desde donde estaba hasta la cabaña del Mago había una distancia de unos 500 metros. Era un trayecto más que suficiente con tal de que le viniera a la cabeza. Mientras iba hacia allí pudo notar que de su chimenea brotaba humo. Este era de una tonalidad verduzca. "Vaya, parece que ya ha llegado", pensó mientras seguía el camino. Pero nada más ver la parte exterior se puso en alerta. Allí había un enorme caballo negro. El pelaje del corcel brillaba de una forma majestuosa, pero aquello no era nada bueno. Panorámix casi siempre viajaba andando; y en caso de recurrir a un animal este solía ser un burro.

Fue el galo acercándose de cuclillas a una de las ventanas. Justo desde la que podría observar la cocina en la que el Druida preparaba sus pociones. Con mucho tacto, miró su interior. Allí no había nadie. Sólo el enorme puchero sobre un fuego vibrante y arrollador mientras sus llamas ascendían por el hueco de la chimenea. De repente, notó que unas poderosas manos le agarraban de los hombros. Con un prodigioso empujón le introdujeron en la vivienda. Era Obélix. El grandullón le sentó en una silla y lo amarró de pies y manos. Frente a él, un hombre de casi dos metros de altura le observaba con unos ojos rojizos llenos de furia. Su oscura barba no dejaba distinguir el rostro. Y las pobladas cejas parecían cruzar su frente hasta tocar una melena que rozaba su cintura.

- ¿Sabes qué soy?

Astérix tragó saliva. No quería decir en voz alta lo que pensaba.

- Eres... eres un Nigromante...

- Sí y no. Soy tu Maestro. Soy tu viejo mentor habiendo recuperado su juventud. Toda su fuerza y vitalidad. Yo soy Panorámix, aquel que abrazó el verdadero poder de la naturaleza y dejó de ser Cordero para volverse León.

Sí. Era él. Lo reconoció tras aquella rejuvenecida voz.

- Soy lo que tenía que haber sido desde un primer momento. Lo que hubiera sido si el verdadero poder de la naturaleza no hubiera sido arrinconado bajo los designios de una falsa apariencia de equilibrio y equidad. En la naturaleza reina el más fuerte. Así es como debe de ser. Y yo me he vuelto su máxima expresión.

Trató de revolverse, pero Obélix le volvió a agarrar de los hombros. Lo hizo con tal fuerza que notó la forma en que sus huesos iban partiéndose.

- Lo hace con una delicadeza exquisita. Pocos hay que lo hagan de esa manera. Te tienes que sentir orgulloso por ello.

Gritó por el dolor.

- Eso es. Libera lo que sientes. Es la forma más fácil y sencilla de lograr nuestros propósitos. El primer paso fue hacer desaparecer a las legiones. El segundo sumir en el espejismo de la felicidad a la aldea. El ultimo será levantarnos contra Roma y tomar su lugar. El mundo caminara bajo la paz con mi batuta. Y tú y tu inseparable compañero seréis quienes hagan el trabajo sucio. Quienes comanden mis ejércitos. Antes sólo resistíamos. Ahora hay que pasar a la acción. El mundo entero vitoreará nuestras victorias.

Panorámix guardó silencio. Parecía estar midiendo el impacto que sus palabras habían tenido en Astérix. A este le costaba respirar. Y esto era por la suma de la impresión ante lo que acababa de escuchar y el sufrir que padecía.

- ¿Cómo piensas hacerlo? ¿El resto de Druidas no te lo van a impedir? ¡Estás loco! ¡Ese plan no puede funcionar!

- Han desaparecido. Están acabados, muertos. Lo hizo este grandullón que tienes a tu espalda. Yo sólo puse las piezas en una posición adecuada. No entraré en detalles. Pero sus gritos serán escuchados durante milenios. Tal vez durante toda la Eternidad que nos espera de aquí en adelante.

- ¡No puedes vencer a Roma! ¡Eso es imposible! Además... ¡sólo conocemos esta parte del mundo! ¿Quién te dice que no haya imperios más fuertes que ella?

- Tranquilo, no soy el único. Esos lugares que mencionas ya tienen un líder que los dirija. Y ten por seguro que yo no soy el más poderoso de ellos. El equilibrio volverá a reinar en el mundo.

Aquello le dejó impactado. No podía creerlo. "¿Desde cuando confabulas de esa manera?".

- ¿En serio no lo sabes? Desde antes que nacieras. Ha sido tan fácil y cómodo ser vuestro benefactor. Qué honor será el serlo a partir de ahora que me beneraréis por ello y dejaréis de verme como un protector. La recompensa de los tuyos ya está en marcha. La has visto. Ahora te toca a ti recibirla.

Le ordenó con un gesto que callara. Que tuviera paciencia. Tras esto, fue al caldero. "Esto que ves aquí es una variación de la poción mágica. Hará que todos tus anhelos se vuelvan realidad. Por decirlo de alguna forma, todos tus sueños se verán personificados en tu forma de ser. A partir de ahora serás el perfecto comandante que buscará la gloria por todos los medios. No lo niegues, en tu interior sabes que eso es lo que siempre has querido. A partir de ahora podrás saborearlo y dejarás de lado esa falsa humildad que te devora por dentro.

"Ya ves a Obélix. Ahora es elegante e inteligente. Y ha superado esa agazapada homosexualidad que tenía escondida. Él siguiente eres tú. Haréis buena pareja. Podréis compartir toda la gloria. Dilo, ¿hace cuánto tiempo que sueñas con ello? ¿No sufrías en silencio por su falso amor hacia Falbalá porque no podíais estar juntos? Ahora podréis hacerlo. Y yo, el Gran Panorámix, tengo la llave. Sólo has de beber un poco de esta poción y podremos ponernos en marcha".

Mediante un cazo de madera, Panorámix le dio de beber de aquel brebaje. "No pongas resistencia. Te estoy sujetando con todo el amor del mundo. Si quisiera... sabes que puedo pedirte en dos", susurró aquel enorme galo que conocía desde su más tierna infancia. El sabor del brebaje le recordó al de la cerveza que solían tomar en fechas especiales. Pero fue quemándole por dentro a medida que llegaba a su estómago. Entonces, sintió una tremenda punzada a la que siguió unos angustiosos escalofríos que recorrieron cada centímetro de su cuerpo. Estos empezaron en su cabeza y fueron haciéndose presentes en cada parte de su sistema nervioso hasta llegar a sus pies. Fue ahí que Obélix le soltó. Sin esfuerzo, rompió las cuerdas que le tenían aprisionado tras sentir que las fracturas habidas en los huesos de sus hombros estaban sanadas.

- Ahora mírate en el reflejo del escudo que hay en la pared. Podrás contemplar una auténtica obra de arte. Ni los Dioses del Panteón Griego soñaron jamás con semejante belleza.

Mientras decía eso los ojos de Panorámix irradiaban odio y magnificencia. Su plan parecía al fin haber cobrado forma con aquel gesto que resultaba ser tan simple. Y lo que vio Astérix le dejó helado. Su semblante se había vuelto más frío, duro y calculador. Su miraba dejó atrás toda la bondad que en ella había y dio paso a la malicia y la mezquindad. Su cuerpo era más atlético y daba la impresión de haberse vuelto de piedra a través de batallas en las que nunca llegó a participar. Pero, poco a poco, aquella sensación de desconcierto desapareció y un vil orgullo se apoderó de él haciendo que nada de sus sentimientos de antaño quedara.

- Hemos de reunirnos con los piratas. Si todo marcha según lo planeado deben estar tras los riscos que hay en las afueras de la aldea - expresó Obélix con una voz profunda y gutural.

Aquello no pareció sorprenderle a Astérix. Lo tenía interiorizado antes incluso de que la escuchara por primera vez. "¿Cuál es el siguiente paso?".

Panorámix cogió su báculo y golpeó cuatro veces contra el suelo. Todos los habitantes de la aldea contestaron al unísono. Estaban fuera de la cabaña esperando una señal. "Debéis luchar hasta la muerte entre vosotros. Sólo 10 quedarán con vida. Mis lugartenientes tienen asegurado su lugar en la gloria del mañana, pero vosotros os la debéis ganar. A partir de ahora la meritocracia romana tendrá la naturaleza que yo le dé. Y esta significa que debéis sufrir para subsistir".

Mientras los habitantes de la hasta entonces apacible localidad se mataban entre sí, los tres galos observaban con orgullo y placer. Toda la rabia que sentían hacia ellos estaba tornándose en un apacible sueño vuelto realidad mientras se despedazaban sin misericordia. "Bien, id a los riscos, luego me reuniré con vosotros. Nos espera la Gloria, hijos míos".

- ¿Puedo llevar a Ideafix? -, preguntó Obélix.

Nada más decir esto, Astérix le rebanó la cabeza con un certero y cortante golpe de su espada. "¡Aquí no hay lugar hacia los sentimentalismos!", gritó. Lo hizo de tal manera que aquellos que todavía estaban vivos cesaron en su lucha y lo miraron con atención. "¡Tenéis suerte; aún queda otra plaza libre!".

Panorámix dejó escapar una sonrisa de satisfacción. "Bien, bien. Ha cumplido su misión con valentía y tenacidad. Deja ahí su cuerpo y traed al maldito perro. Átalo a su lado hasta que el hambre le haga comerse los restos de su dueño". Al oír esto, Astérix se relamió con gusto. "La gloria sólo puede estar destinada a uno, maldito portador de menhires", bramó mientras daba una patada a la testa cortada.

El que vistió de Druida la agarró y se la tiró. "Llévala contigo, nos servirá de estandarte hasta el momento en que la de César ocupe su lugar".

Tras esto, ambos abandonaron el lugar sin prestar atención a aquella cainita confrontación que derramaba una sangre que volvía estéril la tierra que iba bañando. Los cuerpos serían dejados allí con tal de servir de pasto hacia los buitres.

- ¡Hermanos! - gritó Panorámix sin darse la vuelta a medida que los dejaba atrás y avanzaba en compañía de Asterix- ¡Ha llegado la Edad del León! ¡Los carroñeros podrán ser alimentados con nuestras sobras! ¡A partir de ahora nada va a faltar! ¡Ni a vosotros ni a nadie! ¡Sois parte de la Gran Manada! ¡Haced que cada cosa esté en su lugar! ¡Proclamemos la superioridad de nuestra Estirpe!
























Comentarios

Entradas populares de este blog

Un agujero negro en la oficina

VIAJANDO POR EL ESPACIO

LEGO lanza un cortometraje de "Tiburón"