En una laboriosa mañana de resaca




Su temblorosa mano casi no le dejaba llevar el vaso con agua a la boca. Y esta la tenía completamente reseca. Aun así, realizó un valeroso esfuerzo tratando de beber su contenido. Ello con un temor más que palpable ante la posibilidad de que el estómago se le encogiera cuando el líquido llegara a él. La noche había sido más dura de lo normal. Y desde hacía un tiempo atrás, cada vez que hidrataba su cuerpo nada más levantarse, sufría la misma sensación. Incluso, en más de una ocasión, había terminado vomitando y viendo los restos de la batalla alcohólica en la que había estado sumergido.

Así que hizo de tripas corazón y se armó de todo el valor que le quedara en medio de semejante resaca. "Hay que ser hombre de noche y no muñeco de día". Recordó lo que tantas veces le habían dicho cuando era adolescente. Cuando comenzaba a salir de fiesta y le levantaban antes de las ocho, estuviera como estuviese, con tal de que ordenara el trastero. Habiendo pasado los años, en ocasiones llevaba a cabo la misma rutina. Y pensaba que funcionaba. Todo el sudor que soltaba impregnado en alcohol le servía a la hora de sobrellevar mejor aquellas jornadas. Pero ese día, a sus 44 tacos, y estando hace tiempo emancipado, lo único que le apetecía era tomarse un café bien cargado y meterse un par de pastillas que, por lo menos, le aliviasen el dolor de cabeza.

Bebió el agua de forma desenfrenada. Casi se metió al cuerpo un vaso sidrero hasta arriba. El golpe que recibió en el estómago fue tremendo. Una punzada le hizo doblarse sobre el fregadero y tuvo que estar así casi medio minuto. El tiempo justo hasta que aquel indescriptible malestar desapareciera. Al hacerlo, cogió la cafetera y vertió su líquido en una taza de cerámica. En ella podía leerse la siguiente inscripción: "Hoy puede ser un gran día, pero ayer gastaste todos los puntos". Rió de buena gana por la ocurrencia, pero esto sólo sirvió para que el dolor de cabeza aumentara. En esa tesitura, metió el cuenco en el microondas y lo puso en marcha. A continuación, abrió la nevera y buscó las aspirinas. Sacó dos de la caja y, ayudándose del poco agua que quedaba en el vaso, ingirió una de ellas.

Cuando el aparato pitó anunciando el fin de su cometido sacó el café y le dio un pequeño trago. Bien. No estaba muy caliente, por lo que podría tomárselo con tranquilidad. Entonces, y acompañándose de aquella infusión, consumió la otra unidad del medicamento. Poco a poco, y mientras su cuerpo iba asimilando el calor de la bebida, parecía que iba restableciéndose. Pero su carrera profesional en lo concerniente a las fiestas le había otorgado una experiencia extraordinaria. Y sabía que aquello era una falsa señal.

Poco tardaría en tener que ir al baño y expulsar todo el lastre provocando tal desastre que solía darse vergüenza a sí mismo. Muestra de ello era que sus tripas comenzaban a rugir. En estas, y haciendo una fuerza tremenda, soltó tal pedo que oyó el resonar de su eco en el pasillo del portal. "¿Ya has vuelto a estar de fiesta? ¡Casi tiras el edificio! ¡Estás podrido por dentro, chaval!", oyó decir al vecino que tenía puerta con puerta. "¡Mejor sacarlo que dejarlo dentro!", le contestó. "¡Vale, pero que el perfume no llegue hasta aquí!".

Comenzó a descojonarse. Incluso le pareció escuchar las risas del otro. Es más, aunque la noche anterior no habían coincidido, en muchas ocasiones habían terminado juntos en similares condiciones. Era lo que tenía el andar por los mismos garitos cuando dos almas perdidas como ellos vivían en el mismo edificio. Pero aquel era el momento exacto en el que su vientre le reclamaba. Aquella flatulencia parecía haber sido el pistoletazo de salida hacia liberar todo lo que había en su interior. Así que fue.

Al llegar, abrió la ventana y subió las persianas hasta arriba. La fina cortina de color oscuro sería suficiente con tal de que no le vieran realizando tal actividad. Y sí, la vergüenza se apoderó de él desde el momento en que el primer trozo de mierda comenzó a asomar por su ano. "¡Joder, qué asco! ¿Ya estás liberando a la bestia?". De nuevo, era su vecino. "¿Tú qué crees? ¡Si gustas puedo meter lo que sobre en un tupper y luego te lo llevo!". vociferó. "¡No hace falta! ¡Tengo la nevera a punto de reventar!", contestó el otro. "¡Cerdos! ¡Asquerosos! ¡Marranos! No tengo que enterarme de vuestras mierdas!", bramó una vecina. "¡Pues de eso va la cosa, señora! ¡De mierdas en lata!!", arremetió entonces. "¡Desgraciados!", dijo la mujer acompañándolo de un golpe. Entonces, se hizo el silencio.

Bien, ya podía cagar tranquilo. Y estaba siendo una experiencia religiosa. Antes de salir había estado en un buffet libre con varias amistades y se había puesto hasta arriba. En consecuencia, todo aquello tenía que abandonar su organismo sí o sí. Y más teniendo en cuenta que llevaba cuatro días sin poder hacerlo. Los chupitos de licor de hierbas estaban haciendo su labor. Aquello no parecía tener fin. Por suerte, pudo respirar tranquilo cuando sintió que todo había acabado. Aunque esto último era un decir.

Aquella masa soltaba tal pestilencia que podría ser perfectamente el contenido de una alcantarilla sin limpiar durante más de 100 años. Sólo esperaba que, al tirar de la cadena, toda esa montaña pasara por el agujero. Y por un momento llegó a pensar que no lo lograría. El agua comenzó a subir por el atasco que parecía haberse producido. Finalmente, la presión hizo que aquello desapareciera dejando un rastro en las paredes del inodoro que le recordaron a las pinturas de un cuadro abstracto. Esperó a que la cisterna se llenara y roció el lugar con lejía. Al volver a accionarla pasó la zona con la escobilla. En dos ocasiones más realizó aquella misma acción. E inundó la estancia con la fragancia de un ambientador de lavanda.

Tras acabar, miró la hora. Era la una del mediodía. Tenía un paquete sin estrenar que había comprado antes de llegar a casa. Y en otro le quedaban cinco cigarrillos. Optó por encenderse uno mientras calentaba otro café. ¿Qué haría? Decidió que iría a la ducha, pero se le ocurrió que podría masturbarse. Aquello produjo en él una excitación casi instantánea. Más después de recordar a la imponente rubia que había conocido durante la noche. Iba acompañada de su pareja. Un tío que tenía un buen sentido del humor y con el que uno lo podía pasar de la hostia entre trago y trago. Pero lo cortés no quitaba lo valiente. Su novia estaba muy buena.

Por lo tanto, fue a la habitación y se tumbó en la cama para después bajarse los pantalones del pijama y los calzoncillos. ¿Cómo había llegado a ponerse la ropa de dormir? La verdad era que no le importaba. Dejando eso de lado, comenzó a acariciarse las pelotas y la polla buscando satisfacerse. Pero aquello no funcionaba. No llegaba a ponerse dura. Se cagó en Dios y todos los Santos que pilló en su camino. Rabiando, fue a la ducha y giró el grifo del agua caliente. Estuvo un minuto bajo ella antes de enjabonarse. El mismo tiempo necesitó con tal de aclararse. Aquel trozo de carne seguía sin reaccionar. "Que le jodan; ahora mismo me visto y voy al bar a tomarme un par de cervezas antes de comer". Después de ello, le esperaría una siesta de dos horas.

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