EL ALMA DE LOS TINTEROS

Por norma general,

los tinteros

llenos suelen estar.

No sólo de tinta:

de retazos

queriendo eclosionar.


Malo es si se secan;

y mucho peor

si sólo decoran.

Aunque su apariencia

le de color

a una mesa vacía. 



Suelen quedar bastante bien,

dicho sea de paso,

aunque pena


que los luzcan

como mero adorno

sin uso que les confiere.


Ahí su luz se les extingue,

ya no emiten calor,

ni acompañan


dulces horas

que buscan el frescor

de una mañana que nace.


Se vuelven escaparate,

envoltorio opaco,

que resuena


sin melodía

en un reglado caos

con un sonido estridente.



Su tinta se vuelve polvo;

y este abriga las enfermedades

nacidas de la soberbia.


Se transforman en las imágenes,

imágenes que nada describen.


Imágenes sin nada que ofrecer

más allá del estatus que exprese.


Es tinta vuelta en un circo;

un espectáculo sin calores

al carecer de alma alguna. 

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