Cuando salió a pasear sin ninguna pretensión
08/VII/2019
Puente de San Antón (Bilbao, Bizkaia)
Aquella mañana se levantó somnoliento. Y maldijo el despertador en múltiples ocasiones. Se puso sus pantalones de chandal y salió al balcón a fumar un cigarrillo mientras bebía un café solo. Bastante cargado, por cierto. Aspiró despacio el humo del tabaco, disfrutándolo. Aunque, normalmente, aquella primera dosis de nicotina no solía ser satisfactoria. Más bien resultaba una necesidad.
Se lavó un poco la cara. Miró su reflejo observándolo fijamente. Este mostraba su estado de sopor. Se cambió de ropa,... se puso otro chandal, un niqui viejo y unas zapatillas. Cogió las llaves, abrió la puerta y la cerró. Salió del portal y comenzó ese trayecto que tenía planeado.
Empezó a caminar. Ese camino tenía tantos cruces... y todos ellos iban al mismo lugar. Pero cada uno estaba repleto de experiencias diferentes. Decidió que en aquel día no iba a experimentar. Seguiría lo que se había marcado la noche anterior. Miles de cosas le pasaron por la mente mientras escuchaba el sonido de cada paso. Cada uno de ellos era ajeno al anterior aunque lo hiciera con la misma fuerza. Aunque el cansancio hiciera mella en ellos.
La bilbaína, y pre-navideña, Plaza Moyua
Y así, poco a poco, llegó donde el trayecto se bifurcaba en dos. Podía seguir o retroceder. Decidió continuar a pesar de que bordeaba acantilados y rozaba paredes que cortaban cuando se tocaban. Y siguió adelante hasta que llegó a un puente. Avanzó y se plantó en mitad de este. Desde allí vió un río con una pata que lo cruzaba seguida de sus patitos. Sonrió. Sonrió de oreja a oreja al ver aquella escena.
Aquella sonrisa le hizo más joven. Le devolvió años por la felicidad que sentía al contemplar aquella imagen llena de ternura. No quería que fuera sólo una sonrisa, tal y como una vez oyó. O que fuera el mejor reflejo de la venganza. Deseaba que todas ellas fueran sinceras y que la mejor estuviera expresada ante la felicidad de otros. No ante su infortunio.
Cafés y curiosas servilletas
Siguió todavía más allá a pesar de que le había costado dejar atrás aquella escena. La grabó en su mente y prometió que nunca la olvidaría. Contempló los paisajes mientras avanzaba. Los bosques, los montes, las esquinas de los ríos. La forma en la que la naturaleza iba dejando paso a una civilización que se había olvidado de ella mientras esta lo había dado todo por la segunda.
Y ahí lloró. Lloró por lo que esa civilización le estaba haciendo. Pero volvió a sonreir... sonrió de forma alegre y sincera porque a pesar de todo el daño que la estaban causando siempre quedaba la esperanza... la esperanza de volverla a ver florecer aunque él mismo se marchitara. La esperanza basada en los que vendrían después. Y que supieran no olvidarse del apego a lo que les mantuvo con vida en el pasado y no supieron agarrar.
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