LA SANGRE QUE VIBRA

Volcó azúcar a la herida

porque sal no tenía a mano

y se tornó en lo más dulce

que hubo probado en la vida.


Por ella circulaban las raíces

que le hacían lo que era.


Fueron adquiriendo calor

hasta llegar a ese punto de no necesitar

abrigo que le reconfortara.


Dejaría de lado las noches frías

y los días de más calor en los que se calmaba

en el buscar lo más fresco.


Sintió luz en la paz

que le fue llegando poco después. 


Volvió a contemplar la herida

con todavía mayor pasión

y notó que aquella sangre

era vibrante en sí misma.



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