EL ÁRBOL SIN ENDEREZAR
Había una vez un cerezo.
Sus formas eran torcidas
e, incluso, antinaturales.
Ofrecía unas frutas frescas
y cargadas de gran sabor.
Muchas veces lo quisieron enderezar
y cuando lo llevaban a cabo
sus frutos se volvían estériles.
Así que le permitieron crecer
hasta alcanzar un cuerpo curioso
del que nunca antes nadie pudo imaginar.
Su sombra suponía frescor.
Y el que en él se cobijaba
disfrutaba de sus mieles.
Resguardaba de tormentas
sin poner una condición.
Pero llegó el momento de partir,
y dio su último regalo.
Este fue en forma de leña
que serviría en fuegos
y edificaciones.
Nunca dio lecciones,
sólo fue cobijo
desde su naturaleza.
Y a pesar de ser torcido
fue el más recto en su largo devenir.
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