Una mañana de cacería

08/IX/2020

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El cazador olisqueaba lo que había a su alrededor. Contemplaba el paisaje que le rodeaba. Tan frondoso era que la basta vegetación reseca a consecuencia del calor del verano era proclive a los incendios por ello mismo.

Al respirar podía probar el sabor del caliente aire mientras saboreaba una fina pajita de hierba seca con la que mitigar las ansias de fumar un cigarro y, de esa forma, no alertar a las posibles presas.

Se agachó un momento para poder comprobar un extraño vello que había en una ramita que salía del tronco de un árbol. Nunca había visto nada parecido. No recordaba ningún animal con semejante pelaje.

Tampoco las pisadas que había cerca del lugar. No, nunca había visto nada igual, pero podría asegurar que respondían a algún animal que pesaría unos 80 kilogramos. De eso sí estaba seguro. Pero también de que no había visto ninguna huella similar en los 32 años que llevaba cazando.

Intentó descubrir el animal que era. Sus huellas estaban frescas. Fueron marcadas hacía poco más de 20 minutos y no habían sido alteradas por ninguna circunstancia. Era extraño, un raro aroma se dejaba sentir en el ambiente.

Era fuerte y grosero. Señal de que era perteneciente a alguna especie que dispusiera de glándulas sudoríparas y que se alimentaba de algo dulce por la leve y distinguible presencia en los restos que se percibían en el ambiente.

Otra señal más le hizo sobresaltarse y aumentar su incertidumbre. Tenía muchos años a sus espaldas como cazador y, a pesar de ello, nunca se había considerado un experto en la materia. Lo suficiente para poder llevar a cabo uno de sus pasatiempos favoritos. El otro era el recoger setas silvestres que usaba en sus guisados caseros.

Observó unos extraños restos fecales. El orín desprendía un fuerte olor que le recordaba a los días después de una fuerte borrachera de whisky. Las heces parecían redondas, pero no eran para nada sólidas; eran... más bien eran líquidas y con un enorme componente de algún alimento que se hubiera cortado por alguna indigestión.

Se llevó las manos a la cabeza. Todo le daba vueltas mientras un frío sudor le recorría cada parte de su cuerpo y el estómago le daba fuertes punzadas. Entonces vomitó incontroladamente como si de un grifo con la presión desajustada se tratara.

Se sentó en el suelo y se pasó un pañuelo por la cara con el que quitarse el sudor. A lo lejos vio la tienda en la que había pasado la noche. En ella, al lado de la puerta, estaba la botella de whisky que tomó antes de acostarse después de cenar una fabada con sus indispensables sacramentos. También la taza metálica en la que se sirvió el café del desayuno.

Percibió el perfume del desodorante que acostumbraba a usar. Era el mismo que había en el lugar en el que se encontraba. El pelo del animal pertenecían a la piel ideada ante el invierno de sus botas. Lo excrementos eran suyos. La mañana de cacería estaba siendo tan dura por la larga noche anterior...


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