La historia de "El Ente Que Asalta A Los Viandantes"

22/IX/2019

Imagen de archivo

"El Ente Que Asalta A Los Viandantes" está sentado en un sillón mientras fuma un cigarrillo y toma una cerveza. Tiene la mirada pensativa mientras se recuesta cómodamente. Mira por la ventana y se dirige hacia sus dos visitantes. Admite que no quería tener aquella conversación, que hubiera preferido no tenerla. Pero ante la insistencia con la que se solicitó, además de la presión de la calle, decidió llevarla a cabo.

Dice ser proveniente de un pueblo pequeño de los Pirineos Aragoneses, pero no facilita su nombre. Su infancia estuvo marcada por la dureza de la vida en la montaña; sus dos progenitores habían sido pastores. Con cincuenta años de edad su semblante refleja esos tiempos vividos. Se fue de casa cuando le llamaron para el Servicio Militar Obligatorio. No dice dónde fue destinado, pero admite haberse escapado a los dos días de llegar al cuartel. "Aquello no era para mí. ¿Coger yo un fusil? ¡Ni loco! Dos horas antes de la revista pude largarme. Cuando se dieron cuenta pusieron a medio regimiento a buscarme. Conseguí coger un tren y acabé en Cádiz. De ahí me fui a Ibiza".

Allí se ganó la vida como pescador y vendiendo artesanía en un puesto ambulante. También trabajó de camarero y en la construcción. Vivía en una cueva que alquiló. Era muy humilde y barata. Tenía una habitación, una cocina y un baño. "No necesitaba más". Fue en aquellos días, antes de que cumpliera los veinticinco, cuando comenzó a asustar a los viandantes. Se ponía una máscara después de fumar un poco de gamya y se escondía en alguna esquina. Saltaba profiriendo un berrido al desdichado que se acercaba. Solían huir despavoridos o se acurrucaban contra la pared. Él salía corriendo desternillándose. No lo hacía muy a menudo, dos o tres noches por mes, durante tres horas. Aquello le proporcionaba un estado de exaltación extrema.

En aquellos páramos estuvo viviendo durante diez calendarios. Luego se trasladó hasta un pueblecito cerca de la frontera con Andorra. Trabajó cinco años en la construcción y otros siete de camarero. Siguió con su travesuras nocturnas. Sólo que ahora lo hacía cruzando la frontera e iba a la capital del pequeño principado. Se adentraba en la calles y hacía lo que mejor sabía hacer. "Aquello era diferente. Me fui de Ibiza porque casi me pilla la policia local del lugar". Una noche asaltó a una pareja de ellos. Tuvo que salir corriendo. Se habían intercambiado los papeles. Ahora el atemorizado era él. Por eso abandonó la ciudad.

Y allí, cerca de Andorra, pasó sus años más locos. Aumentó la frecuencia de sus apariciones incrementándolas a seis veces al mes. "Llegué a pensar que Andorra es Ibiza. Es mucho más pequeño. La gente sabía de mi presencia, por lo que estaba prevenida. Una noche asalté a una pareja. El hombre me soltó tal puñetazo que me partió la mandíbula". Esto sucedió a los dos años de vivir en aquella zona. Pasó otros diez sin actuar. Hasta que se trasladó a un pueblo de Euskadi. Ahí vive desde entonces. Desde hace casi diez años.

No ha sido hasta hace poco que ha vuelto a las andadas. Hace cuatro meses hizo su reaparición. Nadie sabía de su pasado. Empezó a asaltar una vez cada semana. Los medios de comunicación empezaron a investigar el caso ante la alarma que se produjo. Así se descubrió su trayectoria. No ha querido descubrir su identidad ni que se le proporcione un alias, por lo que se le ha concedido el título de "El Ente Que Asusta A Los Viandantes".

"En el fondo me gusta el título porque, en realidad, es lo que hago. Habrá que ver qué sucede a partir de ahora". Comenta esto porque hay una investigación para determinar su persona. Los dos visitantes con los que tuvo la conversación han guardado ese secreto debido a su voluntad. A partir de ahora sólo queda esperar a qué sucede con la investigación y su actividad, ya que está decidido a no dejarla.



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