UN HUERTO Y UNA BALANZA
Le dio por sentarse en la balanza.
Puede que con la pretensión
de que el peso habido en la justicia
tuviera la decencia de balancearse
a quien sufría sus opuestos.
Pero optó por dejar su presencia.
No fuera a ser que su peso
la tergiversara todavía más
y este la incentivara hacia el inclinarse
de los cantos prefijados.
Hizo, por lo tanto, acopio de paciencia.
Y se puso a trabajar pacientemente
un huerto que labraría durante años.
Tenía la sospecha
que no vería germinar sus frutos,
pero si así lo hacían
los que por detrás viniesen
decía darse más que satisfecho.
Fue mimando plantas
y la Tierra con un pulcro esmero.
Incluso cantaba
a las pasadas edades
como regalo a lo venidero.
Por todo aquello le tildaron de loco.
De gastar sus esfuerzos inútilmente
en una aventura que nada alcanzaría.
Pero como buen loco continúo,
no fuera a ser que ese desbalance
en su tamaño aumentara
por la inacción vuelta en lo constante
buscando dejar cada cosa como está.
Así que como buen loco trazó
un círculo sin un claro enlace.
Comenzaron su búsqueda
atraídos por el interrogante
que todo aquel misterio les generaba.
Y cuando quisieron darse cuenta
se encontraban completamente embriagados.
Pues no había nada más que aquel misterioso
símbolo que de cabeza les traía.
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