LO HABIDO DETRÁS DE QUERER EMULAR A DIOS

Disfrutaba como nunca lo había hecho antes.

Sin duda alguna, sería su mejor obra,

y es que eso pensaba, al menos.

Disfrutaba con el formol.

Con los extraños matices que emanaba

y aquella rara forma de transportarse.


Se puso manos a la obra. Cada parte

de aquel cuerpo le atraía con suma dulzura.

Y resultaba exquisito,

un gozo de los máximos.

Sólo quedaba avanzar en su aventura

y terminar el plan que tenía pendiente.



Fue uniendo cada parte del cuerpo.

Y no en su lugar correspondiente,

sino en aquellos que él queria.


Fue, por lo tanto, dándole forma.

Era algo visceral y grotesco,

verdaderamente nauseabundo

en los que no lo llegaran a comprender.


Y se la traía mucho más que floja.

Ya encontraría el tiempo necesario

en el que liberaría ese calor

que por momentos se iba haciendo más grande. 


Era más que la lujuria.

Era la sensación de sentirse

a la altura del mismísimo Dios.



El sentimiento de que le superaba,

que le dejaba por los suelos.


Que podría llegar a confrontarlo

en una guerra por toda la Eternidad.



Pero le quedaba lo más importante.

Ahora tenía que disponerle de vida,

darle un soplo de aire fresco.

Pero antes de nada limpió

su creación con tal de dejarla esmerada

y mucho más allá de lo reluciente.


Sería entonces que fuera creciendo

ese deseo más irrefrenable.

Ese porqué de su osadía.


Entonces dio comienzo a su ritual

que le llevaría al apareamiento,

a liberar su febril y oscuro 

trono que poco tardaría en reventarse.


Aullaba de pura alegría.

De satisfacción efervescente 

mitigada en un simple momento.


Entonces, la forma cobró vida 

cuando alcanzara el orgasmo.


Se abalanzó a su pescuezo

y se alimentaría de su vida.

ecured.cu


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