Una breve, y vieja, reflexión sobre las velas

20/IX/2019

Imagen de archivo

Una pequeña vela puede alumbrar toda una habitación. Imaginemos la de años que pasaron antes de que el Ser Humano se diera cuenta de que podía usar la cera como combustible quemando una simple cuerdecilla y así iluminar esa estancia.

Podría ver en la oscuridad. Vislumbrar las sombras que se creaban e inventar historias inspirándose en ellas. Más adelante, cuando la lectura estuvo al alcance de todos, llegaría, incluso, a leer por la noche.

También alcanzaría a conversar en la oscuridad pudiendo mirar a los ojos de su compañero. Y la vela, ese instrumento que transmite luminosidad en la penumbra, también puede usarse para caminar por el recinto sin el peligro que conlleva el hacerlo a tientas por mucho que alguien conozca a la perfección cada rincón.

La vela, un instrumento de luz que alumbra en las sombras. Esas sombras que pueden ennegrecer por completo un lugar, pero que pueden ser quebradas a causa de ese pequeño objeto. Por ello se le da ese valor en las Eucaristías. Por su poder de traspasar la oscuridad; o representar el cuerpo y el alma de las personas.

Su luz puede calentar las manos en noches frías y, en la "suerte" de la que vive esta sociedad, le puede librar del apuro cuando hay un apagón en su casa o la zona en la que se vive.

Y entonces sería conveniente recordar que en la mayoría de las partes del mundo no disponen de eso que llamamos electricidad. Y que esa "suerte" es debido a siglos de colonización y explotación de los materiales de otros paises que, hoy en día, siguen siéndolo mediante tratados comerciales que son legales al igual que, en su día, lo fueron las colonias.


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