Sauron y su vista cansada

02/VII/2020

culturizando.com

El Ojo de Sauron lo miraba todo. De Norte a Sur, de Este a Oeste. Escudriñaba la lejanía y lo cercano. Tan amplio era su campo de visión que era capaz recorrer inmensas distancias, incluso más allá de las fronteras de su territorio. No perdía detalle sobre lo que hacían sus súbditos.  Tampoco sus Lugartenientes. Pero desde hacía tiempo sentía su vista cansada. Tal vez fuera algo natural que estuviera asociado a la edad. De hecho, llevaba observando incluso antes de que fuera llamado con ese título. Cuando portaba el nombre de Mairon, aquel Maiar que con el paso del tiempo fue corrompido por Melkor y a quien sustituiría en su lugar.

Su vista se sentía cansada y cada vez era todo más borroso. Por eso mismo tenía que utilizar más el Palantir para comunicarse con Saruman. En sus conversaciones rastreaba el interior de su alma con tal de comprobar que le fuera leal. Pero desde hacía tiempo se entrecortaba la comunicación. Al principio pensó que podría tratarse de algún fallo del ADSL y reclamó a la compañía telefónica. No era un problema suyo, le confirmaron que el contratiempo lo tenía la linea del Mago. Tiempo después le dijo que parecía que todo había sido resuelto. Así parecía, pues se volvieron a comunicar con normalidad.

Tiempo después empezaron otra vez los problemas. Estaba estupefacto. Los cortes en la linea eran ahora cada vez más continuos. Además, los pensamientos de Saruman eran cada vez más imprecisos. Un galimatías que no conseguía resolver. Pensó que tal vez se trataran de los elfos, que habían pinchado la linea para interceptar sus planes mediante la información que consiguieran. Por eso mismo mandó unos cuervos a la Torre que guardaba el Maiar para así averiguar lo que pasaba. Parecía que todo seguía en orden. En concordancia a los planes que habían trazado. Los Hurk Hai florecían mientras los bosques colindantes a la Torre se iban marchitando y desapareciendo. Hermosas hileras de fuego ascendían hacia el firmamento.

Se relajó un poco, pero no bajó la guardia. La vista seguía cansada. Por ello decidió llamar a un oculista que le recomendó el Señor de los Nazgûl. Tras una una exhaustiva revisión, el oftalmólogo le indicó que podría tratarse de una leve miopía con un ápice de astigmatismo originada por los continuos siglos de vigilancia. Tenía que esperar un par de días para verificar los resultados, pero seguramente se arreglaría con una lentilla adecuada y unas gotas que reconfortaran y limpiaran su ojo. No era mucho tiempo de espera, por lo que le recomendó no forzar la vista y utilizar un telescopio en ese propósito.

Dos días de espera. No era mucho tiempo, pero le indicó que se diera prisa, pues tenía planes urgentes que acabar. Cuando se marchó el oculista decidió llamar a Saruman. No daba señal. No podía ser, la linea estaba cortada. Según le había comentado había pagado todas la facturas. Envió otra vez a los cuervos, pero cuando volvieron no le pudieron haber traído peores noticias. El Mago no sólo le había traicionado, también había sido derrotado por una violenta rebelión de los Ents en la que participaba Gandalf. ¿Cómo no se había dado cuenta? Ese era el verdadero motivo de las interferencias. Saruman había sido muy astuto. Ocultó muy bien sus planes, pero su crecido ego le había hecho perder todo lo había logrado ante unas criaturas que consideraba insignificantes.

¿Y el Anillo Único? ¿Dónde estaría? Comenzó a buscarlo desesperadamente. Aquello le daba muy mala espina. No lo localizaba. Tampoco los Nazgûl ni las aves. Ni ninguna otra criatura a su servicio. Empezaba a impacientarse. Salían llamaradas kilométricas desde su ojo a consecuencia de la rabia. Gritaba, golpeaba paredes, ordenaba a diestro y siniestro..., pero no había forma de localizarlo. Así pasó dos días sin dormir. Mirando cada rincón que podía observar con el telescopio. 

Y llegó el día en que se presentó el oculista. Del acceso de rabia que tenía había olvidado su futura presencia. En un primer momento pensó en arrojarle a los pozos de alquitrán ardiente. Pero se relajó y le hizo pasar. El profesional le mostró la lentilla y el líquido para el ojo. Le echó un par de gotas y se le relajó la musculatura ocular. Luego se puso la lentilla. Le costó un poco acostumbrarse a ella, a tenerla puesta y al nuevo campo de visión que tenía. Por momentos le recordó a su visión en años mozos. Le hizo pasar a una estancia donde un sirviente le daría su recompensa por sus servicios.

Comenzó a mirar todo como si fuera un niño pequeño. Aquello era maravilloso. Podía observar todo. Y todo le parecía nuevo. Texturas, colores, relieves,... todo era nuevo. Y sin saber cómo recordó los tiempos en que forjó el Anillo Único. ¡Cómo los añoraba! Decidió mirar el Monte del Destino. ¡Sí! ¡Qué hermosa visión! ¡Qué recuerdos! ¿Cómo estaría aquel lugar después de tantos siglos? 

Miró la cueva donde lo forjó. ¡Sorpresa! Dos Hobbits y una hermosa criatura estaban en mitad de una tremenda batalla. Luchaban por algo. ¡Era el anillo! Tras morder y arrancar un dedo a uno de los Hobbits, la bella criatura saltaba de alegría. ¡Lo había encontrado! ¡Pero no! La criatura, sumergida en pleno éxtasis, tropezó y cayó al río de lava arrastrando con él al Anillo.



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