La leyenda de la cueva con escrituras

09/XII/2018

timetoast.com

Cuenta la leyenda que en una cueva prácticamente ilocalizable se encontraron unos textos indescifrables. Esta gruta estaba en lo alto de una montaña de un pequeño país montañoso. Este estado no tenía llanos y su extensión no era más grande que la de Araba. Dos ríos lo surcaban de Norte a Sur; un Norte que señalaba el Este y un Sur que miraba al Oeste.

Aquellos textos estaban escritos en las paredes. Eran unos muros fríos sin la humedad que había estado presente décadas atrás. Sus signos eran de una naturaleza desconocida y parecían no tener ningún parentesco con lenguas antiguas conocidas. Tampoco modernas.

Sus descubridores relataron que en el momento de su visión estaban pasando varios días en la zona; de acampada y dispuestos a vivir aventuras. Armados de un espíritu aventurero decidieron pasar la noche en una esquina de la montaña. Mientras preparaban el fuego para pasar la noche uno de los cuatro descubrió la entrada a la cueva y, tras comprobar que era un lugar seco, decidieron instalarse allí momentáneamente.

Consiguieron encender el fuego y se dispusieron a dormir. La noche era clara y estrellada. La temperatura amena. Pero el fuego serviría para abrigarse y alejar posibles depredadores. Cuando llevaban dos horas dormidos algo les despertó.

Del fondo de la cueva se oían voces. Voces humanas. Lo más seguro era que se tratara de alguien que hubiera llegado antes que ellos y hubiera decidido alojarse en su interior. Pero si era así, ¿por qué no se habían dado cuenta antes de su presencia? Tras coger las linternas de las que disponían decidieron adentrarse y buscar a aquella persona.

Tras avanzar unos quinientos metros encontraron un fuego. A su lado, sentado en una roca, un individuo melenudo y barbudo que vestía con pieles de animales. Este le miró, sonrió y les invitó, con palabras amables, a sentarse junto a él.

"Todo esto lo escribí yo", les dijo mientras señalaba las paredes. Entonces vieron por primera vez aquellos extraños textos. "Ha pasado mucho tiempo desde entonces. Yo no podía escribir. Sólo lo hacían unos pocos, unos elegidos que eran los encargados, por herencia, de hacerlo. La escritura era sagrada y mágica. Los demás la teníamos prohibida. Aprendí a escribir a escondidas y, mientras iba aprendiendo, fui plasmando mis pensamientos en estas paredes".

"Yo vivía más abajo de la entrada de la cueva. Sólo yo sabía de su existencia. O eso pensaba. Tal vez me siguieran. No lo sé. Pero un día tras escribir esta parte de aquí...", señaló la pared que tenía a su espalda, "... al salir me estaban esperando. Eran cuatro, me golpearon hasta dejarme inconsciente".

"Cuando desperté estaba frente al jefe y el mago de mi aldea. Este último era el único que tenía permitido escribir. Él y su familia. Me miraron y comentaron que mi delito había sido el que os he mencionado. Escribir teniéndolo prohibido. Me condenaron a morir quemado. Mi familia fue condenada al destierro. Sé que prosperaron en tierras lejana. Nos encontramos después de la muerte. Renegaron para siempre de la escritura. Después de siglos sigo convencido de que volvería a hacer lo mismo".

Estas fueron sus últimas palabras. Justo en ese momento desapareció. Él y el fuego. Los cuatro aventureros se miraron entre ellos y regresaron rápidamente a su campamento. El sudor frío les recorría el cuerpo mientras recorrían el angosto pasillo. 

Cuando llegaron al campamento, aquellos quinientos metros que les pareció dos kilómetros, recogieron sus cosas y bajaron ladera abajo. Cuando decidieron descansar, y atemperar los nervios, se miraron y acordaron relatar en un libro lo que les había sucedido.



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