Por qué empezamos a contar historias alrededor de una hoguera



diariodeburgos.es

18/IX/2019

La noche. El momento donde empezaron las historias. Todo alrededor de una hoguera. Con las llamas en todo su esplendor y rugiendo con fuerza para alejar a los animales que, en ese momento, debido a la dificultad de no poder vislumbrarles, acechaban en las sombras en busca de alimento.

Ahí empezaron esos relatos que evolucionaron a lo largo de los milenios y, tal vez, alguno habrá llegado a nosotros guardando su naturaleza primigenia.

Esa hoguera producía sombras que bailaban en las paredes de la cueva. Bailaban alegres. También les protegía. Por eso dibujaban sus siluetas con el carbón de la hoguera de la noche anterior. Eran el reflejo de los espíritus de sus antepasados. Ellos les protegían, por eso marcaban aquellos contornos.

Y allí contaban aquellas historias. Narraban la forma en la que habían cazado aquel gigantesco animal o las dificultades sufridas al surcar un río inmenso. También lo sufrido al subir una montaña donde, tras descenderla, había un valle dejado atrás, pero que su recuerdo estaba presente después de tantas generaciones.

Imaginad al mago. Esa personalidad única capaz de comunicarse con los espíritus de los antepasados y de los animales. Estos últimos les protegían después de haber podido cazarlos. Los otros los guiaban. Los dos les protegían. Los antepasados les regalaban todo su saber, los primeros su fuerza extraordinaria.

Ese conocimiento se heredaba con la sangre; pasaba de padres a hijos, de madres a hijas, padres a hijas, madres a hijos.

Su figura se concentraba en el centro de la cueva, donde una habitación les servía para poder comunicarse con aquel mundo que sabían que existía pero no podían contemplar.

Él era el único que podía hacerlo, el que se comunicaba con los antepasados y los animales guardianes. Para ello se ayudaba de plantas e insectos que le ayudaban a abrir la barrera entre los dos mundos. Con ello lo conseguía. Mientras hablaba con ellos plasmaba lo que veía, y sentía, en las paredes.

Todo, todo ello les daba energía, vitalidad, y ahuyentaba el miedo a la hora de la caza o enfrentarse al enemigo. Pero sabían que el miedo era esencial para su supervivencia. Sin él, sin afrontarlo, no habrían conseguido salir adelante.

Además, en aquella cueva había unas piedras luminosas. Reflejaban los rostros. Eran mágicas. Esto les daba más fuerza todavía. Él chamán lo sabía. Sólo él sabía utilizarlas, era el secreto de sus predecesores. Con ella fortalecía a sus congéneres. Algo que las tribus vecinas no tenían.

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