EL PEZ EN EL AGUA

Nada,

el pez apaciblemente nada

en aguas de algún rincón,

o una llanura que se expande

más allá

de lo que somos capaces

de imaginar.


Nada,

y ello lo hace sin la necesidad

de los trajes de baño,

pero es que, verdaderamente,

en nuestra

mentalidad se introduce 

esa prenda.


Diminuta,

de cuerpo entero,

holgada.

Inexistente.

¿Qué sucedería 

si rehusáramos

de su vestir 

en un lugar 

inapropiado?


Ellos nadan,

y van desnudos.

Respiran

en diferente.

Su respiración

es su existir...

aunque vayan

sin ir vestidos.


Nadan,

nadan los peces,

y lo hacen desnudos.

Y nosotros,

la mayoría de las veces,

vestidos.


¿Rezan?

Nadie lo sabe,

pese a que bailemos 

en desnudo

entre las aguas salvajes

del mito.


Y el agua,

bien sagrado

por su naturaleza

y componente

místico, 

se retuerce 

desde sus átomos.


El agua,

el preciado 

tesoro que germina

en la desnudez

del cuerpo

que se mece

casi sin los trapos. 

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