EL COLOSO
Coloso.
Ese era la manera
en que se le dirigían,
a pesar de que no sucumbió
al estar bajo las llamas,
ni tampoco fue mojado
con tal evitar
que estas le devorasen.
Coloso.
Y es que se levantaba
hacia las nubes, a las
alturas midiendo lo eterno
a cada paso que daba
volviéndolo más cercano.
Se levantaba
uniéndose al paisaje.
Coloso.
Así le llamaron
y no sabían el porqué.
El motivo, a través
de los tiempos,
fue disolviéndose
despacio,
despacio,
hasta quedar
el atributo
del que se desconocía
sus mismas raíces.
Coloso.
Su nombre
se grabó
en los nidos
que componen
las distintas
edades
y llegó
hasta
nuestros
días.
Coloso.
Que se une
al mundo
por sus nichos
en la lumbre,
las hogueras,
pasiones
y ratos
que alzan
nuestros
días.
Coloso,
en llamarle dieron
aún sabiendo su porqué.
Pero olvidáronle
con motivo,
o puede que sin él.
Muy lento,
despacio,
hasta abrazar
esos silencios
que conducen a ocultar
las mismas raíces.
Coloso.
Dicen
que una vez
hubo uno,
pero se fue
desintegrando
hasta volverse
en una fina,
finísima
y muy dulce
arena.
Coloso.
Dicen
que ese fue
el faro
de lo olvidado
en el presente
que disfruta
sus etapas
sin notarle
apenas.
El Coloso de Los Apeninos (elojodelarte.com) |
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