DESPUÉS DE LAS CUATRO Y MEDIA
Pasaban las cuatro y media
cuando empecé
a pincelar
en un papel
la semblanza
de aquello que imaginaría.
Se me ocurrió
volcarlo al instante
de acabarlo,
pero su repose
se me antojó
más interesante.
Cobijado en una esquina
lo acurruqué
hasta llegar
el instante
de despertar
sus formas al amanecer.
Era un trozo
de la luz latente
en el mundo,
de su roja sangre
palpitando
en todas sus partes.
Fue su despertar
bastante somnoliento
en sus legañas.
Mientras las flores brotaban
él las estaba observando
con la paciencia del tiempo
admirándose en la tarde
mientras se desperezaba.
Sacó del letargo su alma
y se puso en movimiento.
Fue saliendo muy despacio,
tal vez de forma inconsciente,
saludando a la mañana.
De nuevo observó
todo lo nuevo que había
a su alrededor.
Transformó la tarde
en mañana
con el retroceder
de las horas
por lo relativo.
Ese fue su nacer;
una osadía
desde su proceder
por las horas
que hubieran pasado.
Y ahora que lo leo
creo que no le cambiaría
acento alguno.
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