LA DUALIDAD DEL MUNDO
Somos herederos
del mundo de la dualidad.
Si miramos
alrededor nuestro,
a la fiel naturaleza
en la que nos cobijamos,
podremos ver
que su armonía
se basa en la paz del caos.
Esto último
equilibra la balanza.
Consigue que reine
esa armonía
que parece tan compleja
y frágil a la vez.
Desde que nacemos
mediante un acto tan brutal
lo sentimos,
y nuestro lo hacemos
en la medida que avanza
todo nuestro recorrido.
Se percibe
en cada día,
pero nos acostumbramos.
Es curioso,
ya que desde la antigüedad
se persigue
con osadía
poder dejar todo eso atrás,
escapándose de él.
Nuestro mundo
no deja de ser un disfraz
que no satisface
toda esa idea,
pues simplemente refleja
eso que combate.
Y lo transformamos
en lo que se quiere escapar.
Ignoramos
en dónde nos encontramos
y recogemos su forma
intentando escapar del caos
que se vuelve
la tónica
sin la paz por epicentro.
Pretendemos
alejarnos
de la fiel naturaleza,
pero simplemente
damos forma
a otra diferente.
Es sencillo.
Hemos creado
algo alejándonos de ella,
pero se parece
de tal forma
que nos oscurece.
No lo vemos;
este mundo
carece de armonía
y las sombras crecen
sin apenas
predecirse.
Y las veces
que se ha pretendido,
y se intenta,
edificar
a la par
en imagen
de la fiel
naturaleza
los estragos
han sido mayores.
Reproducen
todo ese mismo caos.
Y lo alientan.
Y fabrican
a la paz
con las huestes
que zozobran en esquinas
con caprichos
de los inmorales.
Contemplaré el sol,
pues no ríe a dictadores
ni les da calor.
Veré la luna,
pues no se jacta en males
ni los alienta.
Oleré una flor,
pues su fino perfume
siempre es sincero.
Tocaré estrellas,
ya que son los presentes
de la antigüedad.
Observaré el caos,
ya que son los pilares
de este edificio.
Pintaré mi alma
con brisa de las noches
y las mañanas.
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