HABIÉNDOLO IMAGINADO

 Y no quisiera imaginar, 

ni siquiera un simple instante,

(aunque lo suelo hacer,

en realidad)

un cielo que fuera oscuro,

tan oscuro

que no permitiera

pasar la luz del sol.


La tinieblas, 

con su factor 

apocalíptico

tornándose real,

imperando

en lo que hay presente

y después acontecerá.


Las flores marchitas,

si florecen,

campando a sus anchas

como si de un lago

putrefacto

se tratara.


Las dulces criaturas

incapaces

de poder caminar

por el fértil dolor 

resultado

de las llagas.


Es la Crucifixión…

como si esta fuera

un presente

que no purga

todos los pecados

habidos en lista

de los seres

que cavilan.



El cantar de las trompetas

cuando los sobres se rompen.

Un pequeño instante

donde doblan 

las campanas por el mundo.

La perdición

provista de llamas

que no emanan calor.


Aquel Mesías

de su trono

desaparecido.

Será tal su rabia

que hará sordos

sus oídos; la gente

clamará por su presencia.


Las flores marchitas

sí florecen.

Llegarán a alcanzar

a comprender todo.

Del corazón 

se tratará.


Esas enseñanzas

eran voces

que debían germinar

sin esos dictados,

por resultado

de ellas mismas.


Debían olvidarlo.

Su figura ignorar

al ser lastre

que amarraba.

Sentir sin condición

ante las certezas

del castigo 

o de la paz.



Pero la realidad

es que nunca nadie

les hubo comentado algo.

Llegaron ahí con paz.

Sin que nadie orase

u oyera de los milagros.

Su frágil armonía

sin escaparate

ni siquiera la buscaron.



Habiéndolo imaginado

me pregunto, entonces,

si habiendo un castigo

o una recompensa,

cuál debe ser su sentido

si sus condiciones

ya se nos han dicho

y eso nos condiciona.


¿Qué sentido tiene,

si por miedo

o esperanza,

se actúa según ellos

sin tener presente

el corazón

que no lastra

los comportamientos.



Hoy, Señor, 

te rezo

pues no creo.

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