HABIÉNDOLO IMAGINADO
Y no quisiera imaginar,
ni siquiera un simple instante,
(aunque lo suelo hacer,
en realidad)
un cielo que fuera oscuro,
tan oscuro
que no permitiera
pasar la luz del sol.
La tinieblas,
con su factor
apocalíptico
tornándose real,
imperando
en lo que hay presente
y después acontecerá.
Las flores marchitas,
si florecen,
campando a sus anchas
como si de un lago
putrefacto
se tratara.
Las dulces criaturas
incapaces
de poder caminar
por el fértil dolor
resultado
de las llagas.
Es la Crucifixión…
como si esta fuera
un presente
que no purga
todos los pecados
habidos en lista
de los seres
que cavilan.
…
El cantar de las trompetas
cuando los sobres se rompen.
Un pequeño instante
donde doblan
las campanas por el mundo.
La perdición
provista de llamas
que no emanan calor.
Aquel Mesías
de su trono
desaparecido.
Será tal su rabia
que hará sordos
sus oídos; la gente
clamará por su presencia.
Las flores marchitas
sí florecen.
Llegarán a alcanzar
a comprender todo.
Del corazón
se tratará.
Esas enseñanzas
eran voces
que debían germinar
sin esos dictados,
por resultado
de ellas mismas.
Debían olvidarlo.
Su figura ignorar
al ser lastre
que amarraba.
Sentir sin condición
ante las certezas
del castigo
o de la paz.
…
Pero la realidad
es que nunca nadie
les hubo comentado algo.
Llegaron ahí con paz.
Sin que nadie orase
u oyera de los milagros.
Su frágil armonía
sin escaparate
ni siquiera la buscaron.
…
Habiéndolo imaginado
me pregunto, entonces,
si habiendo un castigo
o una recompensa,
cuál debe ser su sentido
si sus condiciones
ya se nos han dicho
y eso nos condiciona.
¿Qué sentido tiene,
si por miedo
o esperanza,
se actúa según ellos
sin tener presente
el corazón
que no lastra
los comportamientos.
…
Hoy, Señor,
te rezo
pues no creo.
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