La historia del porro que se fumó sin darle importancia (XVII)


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Mientras la guerra retumbaba en algún lejano lugar (siempre con la deidad del dinero bajo su paraguas incluso amparándose en lo religioso), un fino resplandor traspasaba las rendijas de la persiana entreabierta. Comenzó a estirarse disfrutando de la sensación que ese instante producía al trasladarle a los tiempos de cuna. Un agradable olor a café llegó a la estancia. Berta se había levantado hacia rato, y él no se percató de ello al estar sumido en un profundo sueño. "Arriba, Bello Durmiente, hay que empezar el día con energía", le dijo desde la cocina.

Fue levantándose poco a poco. Tenía la cabeza embotada por el sueño, pero estaba descansado. Había dormido toda la noche de tirón. Y aunque no recordaba los sueños que hubo tenido, sobre él rondaba la sensación de que habían sido agradables. Mucho ayudo en ello el sentir el calor de su compañera. Además, en aquellos instantes casi no solía moverse, por lo que se complementaban a la perfección ya que él tambien tenía la misma costumbre.

Acomodó las zapatillas de casa con ambos pies y se las puso estando sentado en la cama. Despacio, fue levantándose con tal de no sufrir un mareo. De un tiempo a esa parte los padecía cuando lo hacía demasiado rápido. Tema de vértigos, le comentó el médico. Y esto era algo que incrementaba cuando estaba de resaca. Pero la noche anterior fue tranquila. Al meterse en la cama alcanzó el sueño casi instantáneamente. A ello contribuyó el hecho de que Berta llevara media hora dormida. Había estado trabajando todo el día y estaba cansadísima.

Una vez levantado, cogió un niqui viejo de los que solía usar con tal de andar por casa. También el pantalón de un chándal destinado a tales menesteres. Los vistió sin dificultad y salió de la habitación dirigiéndose a la cocina. El pequeño pasillo de cinco metros estaba inundado por la fragancia del café. Y es que la puerta del lugar estaba abierta con esa misma intención. Era una extraña costumbre que Berta tenía, pero a él le causaba un gran confort. Le relajaba. Al entrar se la encontró fregando unos cacharros. Llevaba una de sus propias camisas. Prácticamente le llegaba hasta la rodillas. Fue hacia ella, la abrazó y le dio un beso en la mejilla.

- Buenos días, Bello Durmiente. Gracias por el alago, pero no me seas empalagoso.

- Ni tú tiquismiquis.

- Venga, sírvete y coge una tostada.

Entonces se percató de que el aroma del pan quemado también estaba en el ambiente. Le pareció curioso. Le encantaba esa sensación y también le solía retrotraer a su infancia, al igual que el acto de estirarse en la cama. "A sus órdenes", le soltó provocándole una indisimulada sonrisa. Agarró la cafetera y sirvió parte de su contenido en una taza de cerámica. Se acordó de la que le habían mandado a su camarada de aventuras. Algo le decía que ni siquiera la habría estrenado. Fijo que la colocó en la estantería que tenía destinada a la colección de estas. "Sabes que no suelo comer nada en el desayuno, pero por no hacerte un feo haré un pequeño esfuerzo".

- Vaya, a otra cosa no le sueles poner tanto remilgos.

- A eso le podríamos llamar una Ceremonia Caníbal.

- Ya, y yo suelo ser la ofrenda.

- No, en ese caso los dos lo somos. Con ello florece la naturaleza y damos pie a que el ciclo de la vida prosiga.

- Sí, en medio de jadeos y temblores que simulan la música litúrgica.

- Eso es...

- Anda, déjate de antropología y desayuna, que tengo que ir a hacer unos recados.

- ¿Quieres que te acompañe?

- No hace falta. Me he duchado mientras dormías. Espero que no te moleste.

- Mientras que me hayas dejado agua caliente no hay ningún problema.

- Tienes, tienes,... Estaba pensando que después puedes venir a mi casa a comer. Y podemos invitar a tu amiguito.

- De acuerdo, luego le mando un mensaje.

Se sentaron en la pequeña mesa que había en la estancia y disfrutaron en silencio del desayuno. Berta comía con una delicadeza increíble. Por su parte, y aunque lo hacía despacio, parecía engullir cada pieza de pan que se llevaba a la boca. "Menuda bestia estás hecho, menos mal que no haces ruido al comer".

- Pues mira que te iba a decir que me pasaría horas viéndote así. Pero por comentar eso ya no te lo diré.

- Puñetero, pero si lo acabas de hacer.

- ¿Sí? Serán cosas de la vida. Es lo que hay...

- Me tienes que volver a explicar esa teoría tuya que tienes sobre lo de "es lo que hay"...

- Vaya, ya me estás poniendo más deberes. El día que vea "Candilejas" me vas a obligar a hacer una tesis doctoral sobre ella.

- Sí, más o menos, esa es la intención...

- Ya, pero hoy no, que estamos a sábado y toca descansar.

- Pero si toda la semana sueles hacerlo...

- Bueno, no es del todo así. Cuando no estoy trabajando descanso. Y cuando estoy descansando descanso del mismo descanso.

- Y para ello te ayudas de los porros.

- Es mi forma particular de practicar la meditación...

- Y por lo que veo llegas al Nirvana diariamente.

- No. En esos momentos alineo mis chakras. Al Nirvana llegó cuando estoy, o me tienes, entre tus piernas.

- Manda cojones con el ermitaño urbanita...

- Mira, esa definición encaja a la perfección con mis postulados.

- ¿Y cuáles son? Si es que pueden saberse...

- Los irás descubriendo poco a poco.

- Alguno que otro ya he conocido.

- Sobre eso sí que debería hacer una tesis. O por lo menos algún que otro libro de autoayuda.

- Cariño, no creo que las editoriales quisieran publicarlo. Pero ten por seguro que lo leería de buena gana.

- Soy de la misma opinión.

Acabaron de desayunar a medida que avanzaba aquella conversación que después describirían de "sin sentido". Berta se dirigió al baño a lavarse los dientes y acicalarse un poco. Luego, se vistió y cogió su bolso. "¿Te parece que quedemos a la una? Dame un toque cuando llegues al portal, que el timbre está estropeado".

- De acuerdo, luego te digo si este viene o no. Pero lo más seguro es que se apunte.

- Lo doy por hecho.

- ¿Dime qué te propones con esta quedada?

- Nada, quizás montarme un trío con vosotros, pero es algo improbable. Contigo tengo más que suficiente.

Se rieron.

- En serio, ¿qué te propones?

- Nada, conocernos un poco mejor. Sólo eso.

- ¿En serio?

- Sí, sólo eso. Y si me disculpas, tengo que ir a hacer los recados. Nos vemos luego, ¿vale?

- Venga, nos vemos luego.

Se despidieron con un beso en los labios y Berta salió por la puerta. La casa quedó en silencio. Necesitaba romperlo, así que fue al ordenador y, tras encenderlo, puso un poco de música. Fue a la habitación y comenzó a ordenarla. También la aseó un poco e hizo la cama. Después, haría lo mismo con el resto de la casa. De repente, mientras estaba haciendo el baño, encontró una pequeña cajita. En su tapa había una inscripción. "Ábrelo", se podía leer. La letra era de ella. Intrigado, lo hizo. Su interior escondía una nota: "Espabila, que la vida no está basada en las sorpresas pese a que tuvieras la buena fortuna de encontrarte conmigo. Hasta luego, Bello Durmiente".

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