El concierto en un mundo sin enfermedades (III)
Cuando salió del aparato sólo pensaba en cenar. Acaba de salir de trabajar y la ducha, además de las inyecciones que hacían que recuperaran las fuerzas, no le habían quitado el hambre. Así que se puso la bata correspondiente hacia cuando andaban en casa y fue a la cocina. Una vez allí, cogió la bandeja en la que estaba la ración correspondiente. Esta estaba basada en dos purés insípidos de color diferente y un trozo de fruta que tampoco sabía a nada. Pero ella no le daba importancia, nunca se había planteado lo que debía de ser el sabor.
Llevó las papillas al microondas y las calentó. Al acercarlas a la mesa junto a la pieza de fruta accionó el aparato que registraba los mensajes habidos en la llamadas. Había estado metiendo horas extras en el trabajo. Y este, a diferencia de lo que ocurría con el ocio mediante la "relatividad coaxial", no estaban sujeto a ese fenómeno. Las 15 horas que había invertido la dejaron destrozada, pero el milagro recuperativo dejó como nueva. Esa era su sensación.
Las notas grabadas pertenecían a sus padres. Tampoco le extrañaba. Era martes, y hasta el jueves no darían el visto bueno con tal de poder comunicarse con las amistades. A no ser que estas fueran del círculo habido en el trabajo. Y sólo podían conversar sobre ese aspecto. Sus progenitores le decían que estaba todo preparado para la comida del domingo. Iría también su hermana con su marido y los dos hijos que tenían. Estaban emocionados; y ella también después de escuchar la noticia.
Nunca había estado delante de sus sobrinos, pero con el artefacto y sus recreaciones había podido seguir su crecer prácticamente en cada día de sus vidas. Jamás olvidaría el momento en que por primera vez los cogió en brazos. Y estaba deseando que aquella velada se celebrara. Llevaban sin festejar una desde navidades, y de eso ya habían pasado cuatro meses. Además, y tratándose de algo tan señalado, disponían de unos extras en las dietas asignadas, por lo que si cada uno de ellos ponía de su parte podrían disfrutar de una gran fiesta. Pero debían mandar la petición cuanto antes, no fuera a ser que no les concedieran el permiso.
También buscó algún mensaje de su interés. Pero no había nada. No sabía nada de él desde el sábado. "Le habrá surgido algo", pensó. Tras pasarle esto por la cabeza, dio un sorbo al agua vertida en una taza de metal. Era la única que tenía. Y se puso a comer el trozo de fruta. Sorprendentemente, está disponía de sabor. Y eso le extrañó. Nunca hasta entonces las había saboreado. En concreto, era una manzana que cortó en cuatro partes. Cada una de ellas la partió por la mitad y con ellas hizo lo mismo. No daba crédito a lo que sucedía. ¿En serio sabían así las manzanas? No podía describirlo.
Nada más acabar llevó los cacharros al lavavajillas. Accionó el botón y en medio minuto estaban limpios. Abrió el aparato, sacó el menaje y lo colocó en el armario que disponía del rincón correspondiente a él. Entonces, decidió ir a la cama después de fumarse un cigarro en la misma cocina. Prendió la pequeña pantalla que allí había y, mientras fumaba, contempló la recreación de un valle al anochecer mientras mostraba la forma en que el Sol se iba poniendo. Sus tonos anaranjados, casi rojizos, le maravillaban. Cuando acabó el pitillo fue a la cama. Nada más meterse, y de forma automática, la música que tenían disponible en aquel momento se puso en marcha.
Pero las ganas de mear le hicieron levantarse. Las maldijo y tuvo que dirigirse al baño. Una vez allí, y cuando acabó, se lavó las manos. Y los dientes. Esa pequeña acción se le había olvidado. Pero no tenía importancia, una pequeña alarma se lo habría recordado a los cinco minutos de estar en el catre. Esa maniobra era obligatoria, ya que era una forma de evitar las enfermedades. Y es que consideraban que la boca era un factor en la trasmisión de estas, por lo que, aunque estaba interiorizada esa acción, tenían especial cuidado en que se cumpliera cinco veces al día. Al levantarse, al entrar a trabajar, al salir, al llegar a casa y después de cenar. Y el tratar de evitarlas era también el motivo por el cual sólo había dos comidas al día.
Fue entonces que escuchó un golpe en la puerta de casa. ¿Quién podría ser? ¿Qué problema técnico habría en el edificio con tal de tener que reclamarla a esas horas? Únicamente estaba vestida con el blanco camisón que las féminas tenían que usar al momento de dormir. Volvieron a llamar. Y esta vez fue con más fuerza. Los golpes parecían desesperados. Cogió la bata y se la puso, pero sin saber qué hacer. ¿Tenía que abrir la puerta ante unos golpes cada vez más continuos y fuertes? Además, esa sensación de desesperación parecía incrementarse. ¿Se metería en algún problema si iba y la abría? ¿Quién estaría al otro lado? No tenían permitido abrirla. Tampoco tenía la certeza de que tuviera esa opción. Desde que se traslado allí a vivir nunca había vuelto a repetirse aquella operación. Aún así, sin siquiera saber cómo, o qué le empujaba a ello, fue hasta ella. Accionó el pomo girándolo un poco. ¿Era esa la forma correcta de hacerlo? Parecía que sí. Dejó un espacio de unos 10 centímetros y pudo, por vez primera, ver el pasillo que había fuera de su casa.
Entre las sombras atisbó la figura de lo que parecía una persona. Por el sonido de su respiración dedujo que era un hombre. ¿Qué significaba aquello? Dudo en abrir un poco más la puerta, pero algo le invitó a hacerlo aún sabiendo que contravenía las directrices que gobernaban aquella sociedad. Sí, aquella persona era un hombre. Y estaba tirado en el suelo mientras se apoyaba contra la pared. Tenía el rostro lleno de golpes y cubierto por la sangre que de estos emanaban. Aunque no sabía quién podría ser reconoció un lunar que le resultaba conocido. ¡No podía ser! ¡Era su interés! ¿Qué hacía allí? ¿Cómo había llegado? ¿Qué hacía en el exterior? Desechó aquellos interrogantes y se abalanzó hacia él. Pero frenó en seco. Algo le impedía tocarle. Pensó que quizás se tratara de un acto reflejo, pero hizo de tripas corazón. Le preguntó que qué le había pasado, que qué estaba haciendo allí. Él sólo pudo emitir un gesto de dolor. Cuando fue a agarrarlo de la cintura cuatro figuras vestidas completamente de negro aparecieron. Tenían el rostro cubierto con unos cascos oscuros.
- Para - le dijo uno de ellos. - Tenéis que venir con nosotros. No pongas resistencia.
- ¿Qué es lo que pasa? ¿Quiénes sois? ¿Qué es lo que queréis?
- Las cosas se te irán explicando a su debido tiempo. Ahora calla y no pongas resistencia. Ten paciencia.
- Pero...
- Calla. Síguenos.
Tres de ellos agarraron a su interés con extrema delicadeza. Le hicieron un gesto que indicaba que fuera detrás de ellos, en concreto de aquel que le habló.
- Vamos a salir del edificio. Poco a poco irás entendiendo...
- Pero... - volvió a repetir.
- Ten paciencia.
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